
Voltaire fue, por siglos,
responsabilizado por el origen de la famosa frase del "miente, miente"
("calumnia, calumnia") del siglo XVIII, especialmente por sus enemigos
en la iglesia.
"Miente, miente, que algo quedará. cuanto más grande sea una mentira,
más gente la creerá"... Es la famosa frase -con rima cacofónica
incluida- que el extendidísimo mito universal ha atribuido a Joseph
Goebbels, el histriónico ministro de propaganda del III Reich. Los
cuantiosos resultados de páginas webs insistiendo en esta creencia, se
confirman en el buscador de Google. Lejos está de morir la
leyenda.
En estos días, he tenido una buena discusión pero con un mal final al
respecto, con alguien a quien tenía estima y cierto respeto intelectual,
aunque me parece que se engulló demasiado las citas vertidas en nuestros
tiempos por twitter y otras herramientas de catarsis virtual.
Como le recogí el guante y me dejó a medio responderle (cosas de las
corazas del orgullo) no quiero dejar pasar las ganas de registrar aquí
algunos detalles sobre el asunto de marras ya que se ha hinchado
demasiado esta porfiada patraña y se me hace entretenida la idea de
tirarle algunos pinchazos.
Hace años, publiqué una corrección para los que han propagado ese
embuste atribuido al libro del Quijote de la Mancha, que reza la
reflexión supuestamente enseñada por el ingenioso hidalgo a su fiel
Sancho: "Si los perros ladran, es señal de que vais cabalgando". Aunque
no veo ningún rasgo de lucimiento intelectual en conocer un libro que te
hacen a leer en el colegio, tampoco fue bien tomada por todos mi
observación de entonces (hay quienes sienten cariño por sus errores,
deduzco), pero insisto en que me causa un poco de hilaridad verla
gargareada con vehemencia o aspiración de elocuencia por infinidad de
personajes de televisión, artistas, autoridades, personeros políticos y
prestigiosos abogados, en declaraciones o entrevistas donde les toca
responder a la crítica y defender un camino decidido. El problema es que
lo hacen desconociendo que, esta cita, no se encuentra en ninguna parte
de la obra cumbre de don Miguel de Cervantes Saavedra.
En otras palabras, pueden desafiar con tranquilidad a cualquiera que
largue tan manoseado comodín quijotesco, a que les ubique tales
líneas dentro del grueso y majestuoso libro. Por supuesto, jamás lo
encontrará allí.
En la misma frecuencia, pues, me asombra seguir encontrando tan
majaderamente repetida la frase apócrifa del "miente, miente",
con insistencia asociada al llamado Principio de Orquestación de
los famosos 11 de Goebbels. Se la he escuchado ya a profesores, a
conferencistas y a ponentes en debates, extendiéndola como un argumento
rotundo con el rostro solemne y la mirada soberbia de quien, torpemente,
cree estar tirando al tapete algo demoledor, acaso una revelación. ¿Cuál
será el íntimo deseo de creer que en la autenticidad del "miente,
miente"? ¿Será, acaso, que se ha vuelto "correcto" insistir tozudamente
en que sí perteneció a Goebbels, o de otro modo se es sospechoso de
algún cargo intelectual, ideológico o político? Nunca lo sabremos,
quizás.
Escritores, periodistas y críticos han sido particularmente majaderos en
seguir estirando la fe en esta leyenda. El resto lo ha hecho internet.
Diría que los medios argentinos nos dan paliza en esta demostración de
tenacidad: hasta la vi en un programa educativo para niños de la TV
bonaerense, también en mis enérgicos años 90. Empero, veremos que
provienen justamente desde el vecino país platense algunas de las
mejores pruebas de la falsedad del origen que se otorga en nuestros días
al adagio que, a lo largo de la historia, ha sido atribuido a Voltaire,
a Maquiavelo, a Bacon, a Rousseau, a Beaumarchais, a Napoleón y hasta a
Shakespeare y a mademoiselle Lespinasse, según sabemos.
La información más aclaratoria sobre este asunto, quizás sea la que
ofrece el Doctor en Filosofía y exprofesor de la Universidad de Aarhus
en Dinamarca, Iván Almeida, en un artículo titulado "La frasecita de
Goebbels y la fábrica de mentiras", publicado por el diario argentino
"Página 12" del 3 de agosto de 2011. Su texto, de hecho, motiva una
mención al asunto en el libro del periodista también argentino, don
Orlando Barone, publicado hace pocos años con el título "K. Letra
Bárbara" (2011). Dice Almeida que este proverbio va modificando sus
formas hasta aparecer en el siglo XVII como "miente, miente" o bien
"calumnia, calumnia". No obstante, Voltaire será el más culpado hasta el
siglo XIX y buena parte del XX, apareciendo adjudicada a su nombre en
muchos libros de corte teológico, críticos de su pensamiento.
Rousseau presentó otra versión de la controvertida frase, en la misma
centuria que lo había hecho Voltaire.
Hitler y Goebbels firman autógrafos hacia 1936.
Como era de esperar, hay quienes han notado este problema
cronológico fastidiando a la creencia y han propuesto sus
propios enfoques para tratar de explicarlo, salvando la
posibilidad de seguir prendiéndole la frase al chaquetón de
Goebbels. El historiador inglés Ian Kershaw, por ejemplo, dice
en su biografía sobre Adolf Hitler:
El mentid, mentid, que algo queda de Voltaire, es un balbuceo de
novicio en presencia de la táctica de Goebbels para inculcar en
la opinión pública la realidad de sus afirmaciones por falaces
que ellas sean.
Informad, informad -dice Goebbels- e impedid que alguien discuta
vuestras afirmaciones. Repetid vuestras informaciones todo el
tiempo que sea necesario, hasta que el público las acepte como
verdades indiscutibles.
Para incomodidad de los que han abusado de esta apelación
retórica vieja-confiable (me acordé del meme), sin
embargo, está clarísimo que el origen del "miente, miente" no
tiene nada que ver con Goebbels ni fue validada por él en alguna
clase de declaración o exposición pública, por mucho que quiera
identificarse en su actuar (como máximo propagandista nazi) la
aplicación de la máxima.
Su surgimiento parece estar, pues, en el mundo clásico, más de un
par de miles de años para atrás. El conocido cronista griego
Plutarco escribe en su trabajo "Obras Morales y de Costumbres",
llamado también como la "Moralia", del siglo I después de Cristo,
que la sentencia se relaciona con Medio de Larisa, miembro de la
corte y asesor personal de Alejandro Magno, en el siglo IV antes de
Cristo. El personaje también es mencionado por otros historiadores
de la época, como Flavio Arriano. De acuerdo a Plutarco refiriéndose
a Medio, entonces, tenemos:
Ordenaba a sus secuaces que
sembraran confiadamente la calumnia, que mordieran con ella,
diciéndoles que cuando la gente hubiera curado su llaga, siempre
quedaría la cicatriz.
Se advierte que no era tan explícita ni exacta en sus formas con
relación a la que conocemos hoy, sino más bien metafórica, aunque
expresando el mismo principio. Pero pasaron los siglos, la máxima
toma formas propias y vuelve a ser mencionada por Francis Bacon en
"De la dignidad y el desarrollo de la ciencia", de 1267, ahora en
términos más simples:
Como suele decirse de la
calumnia: calumnien con audacia, siempre algo queda.
Salta a la vista que Bacon está dando a entender que la divisa no es
suya, sino de cierto uso popular, pues la presenta comprendiendo que
debe ser conocida ya por el lector ("Como suele decirse...").
En términos generales y con sus variaciones, esta misma frase fue
invocada más o menos hasta mediados del siglo XX, todavía, cuando
pasó a ser adjudicada a los bríos retóricos de Goebbels.
Difícilmente, entonces, alguien podría haber adoptado para sí la frase
de marras en alguna declaración del siglo XX y jactándose de emplearla
en su propio accionar político o como principio operativo de
comunicación, incluso en un arranque de extrema sinceridad, salvo que
estuviese de viaje por los efectos del pentotal sódico. Otra cosa muy
distinta es que todos sepamos algo tan básico como que la propaganda y
la asesoría estratégica en la comunicación política son, por su propia
esencia, el arte de mentir para gobernar: hacer pasar mentiras por
verdades y verdades por mentiras. Si no, ¿cuáles creían que han sido
buena parte de las funciones del famoso segundo piso del Palacio de la
Moneda? Mas, resulta en extremo ingenuo creer que alguien lo admitiría
como parte de su arrojo de hipnosis sobre las masas, bien sea en
democracia, en dictadura o en tiranía.
Hecho concreto y demostrado, de este modo, es no sólo la inexistencia de
pruebas relativas a que el ministro más leal del Führer haya hecho
debutar alguna vez semejante frase, sino también el que la misma
proviene de tiempos muy, muy anteriores. Pero es sabido que hay un punto
en que se puede creer inocentemente un error-mentira y otro en donde
sólo se finge creer que es realidad sabiéndola falsa. ¿Cómo llegó a
quedar cosida a Goebbels la mentada frase, entonces, al punto de tomarse
casi como un axioma el que deba pertenecerle?
Se ha comentado alguna vez, que el ministro nazi declaró hacia 1934, en
una conferencia, que "una mentira repetida mil veces, al final
termina siendo una verdad" (el efecto de la verdad ilusoria) refiriéndose
a las armas comunicacionales que consideraba arteras y que eran
utilizadas contra el propio III Recih. En realidad, esta frase (si es
que la dijo), parece parafrasear otra de sentido opuesto a la que
estudiamos, siendo bien conocida internacionalmente: "Una mentira
repetida mil veces, nunca será una verdad"; o bien: "Repetir mil
veces una mentira, no la convertirá en verdad".
Pero regresamos ahora a la información aportada por Almeida, mucho más
precisa: durante el año 1968, el departamento de Archivos Nacionales de
Washington desclasificó un informe secreto que la entonces llamada
Oficina de Servicios Estratégicos de los Estados Unidos, había
solicitado al psicoanalista de la Universidad de Harvard, Walter Charles
Langer, hoy conocido por cierto trabajo sobre la sicología de Hitler
derivado de este mismo encargo formulado en plena Segunda Guerra
Mundial, en 1943. Por lo que leemos en sus biografías, puede sospecharse
que tuvo alguna relación en este trámite su hermano William Langer, que
había abandonado el departamento de historia de Harvard recientemente,
para asumir la jefatura de la Sección de Investigación y Análisis de la
misma Oficina de Servicios Estratégicos.
En el informe que entrega el académico y psicólogo, concebido como una
asesoría a la propaganda bélica según lo remarca Almeida, Langer expresa
su juicio sobre los principios que movilizaban la ideología nazista,
señalando que uno de ellos sería:
...concéntrense en un enemigo por vez y acúsenlo de cada cosa
que anda mal: la gente va a creer más rápido una gran mentira que
una pequeña; y si la repiten con suficiente frecuencia, tarde o
temprano la gente la va a creer.
El informe de Langer, entonces, podría haber servido de guía o -cuanto
menos- de inspiración para contenidos con los que la propaganda de
guerra enfatizara el rasgo oscuro y deplorable del enemigo a través de
la particular figura de Goebbels. Recuérdese que el ministro fue llamado
el "Gran Mentiroso" por la propaganda aliada, y que en
caricaturas para niños del pato Daffy en esos años, fue
retratado en una jocosa caracterización de piel verde, acentuando así su
aura siniestra. Procedimientos bastante parecidos a los que -dicho sea
de paso-, en tiempos más recientes, la industria cinematográfica de los
Estados Unidos usó contra jefaturas de los llamados países del Axis
of Evil, como preámbulo de sus intervenciones militares.
Sin embargo, aún suponiendo que uno de los más astutos y ladinos
oradores del siglo XX haya hecho semejante confesión autoincriminante
sobre la honestidad que podía esperar el pueblo del Deutsches Reich
(como principio propio y no como cita incriminando a sus adversarios
y su propaganda como sí pudo haber ocurrido alguna vez, aclaremos), ya
es bastante sospechoso que, por el solo hecho de pronunciarla, se
sentara en todos los discursos anteriores y posteriores donde se
intentaba legitimar a la jerarquía política nacionalsocialista apelando
a la honestidad y la lucha contra la mentira, como espadas que se
adjudicaba para sí el movimiento y su proyecto político. Este argumento
de la honestidad aparece esgrimido por el ministro, por ejemplo, en sus
ataques a Winston Churchill y a la información de masas que se vertía
sobre Reino Unido, algo que él estimaba una campaña para alentar las
animosidades británicas contra Alemania, antes de la guerra.
Por otro lado, cabe comentar que el "miente, miente" no es la
única frase atribuida por error -involuntario o inducido- a Goebbels.
Entre varias otras, destaca el caso de aquella que, supuestamente,
pronunció en una entrevista: "Cuando oigo la palabra cultura, cargo
mi revólver". En realidad, esta era una expresión sarcástica de la
obra de teatro "Schlageter", escrita por el dramaturgo germano Hanns
Johst, también en los días de la Alemania nazi, como ha quedado
demostrado ya en nuestra época.
La mayor curiosidad, sin embargo, es que la propia frase del
"miente, miente" se ha demostrado verdadera por sí misma, o más
bien eficaz: siendo una falsedad su origen goebbeliano, acabó
transmutada en verdad por reiteración e insistencia, y se la ha
repetido tanto, se la internalizado de tal manera en el imaginario
planetario, que se ha convertido en cierta la asociación al
personaje. Nadie considera apropiado ya verificar si realmente le
perteneció o si fue pronunciada por él en un eufórico ataque de
desparpajo y de desvergüenza absoluta ante las masas.
A pesar de todo, no me asombra que la leyenda del "miente,
miente" vague por el zumbido rumiante de las sociedades que lo
han escuchado y creído, entregadas a esa falacia de confiar
ciegamente en la autoridad intelectual ajena. Sí perturba, en
cambio, que asome en toda clase de textos (impresos o digitales)
redactados por reputados periodistas, escritores, investigadores y
hasta historiadores, por supuesto que sin señalar jamás la fuente
original o la especificación del texto, entrevista, carta, artículo
o discurso en particular al que pertenecería la cita; ni siquiera el
año en que habría sido emitida. Hasta ilustrados primeros
mandatarios de nuestro continente han pisado el palito del
"miente, miente" goebbeliano en algunos discursos, por insólito
que suene.
Hoy, también la vemos recurrida con frecuencia entre esos
polemizadores y consumidores de debates sobre politiquería
travestida de falsa intelectualidad para redes sociales, riñas tan
de moda en columnas periodísticas de nuestros días, esas con aires
de introducción a tesis y en las hay una constante apelación a
apellidos de pensadores como Rawls, Popper, Laclau o Habermas (los
Rand, los Foucault o los Chomsky no suelen estar en el naipe, por
ser profanamente populares), ofrecidos como trincheras del saber
para el juego del "quién tiene la erudición más larga".
¿Tanto cuesta confirmar su veracidad o falsedad, entonces? ¿O más
bien no importa si es o no real, en tanto el argumentum ad
nauseam resulte útil?
Admito que cuando comenzó la hacerse masivo el acceso y uso de la
internet en los años 90, caí en la seducción ingenua de querer
visualizar una sociedad más comprometida con las certezas y los
fundamentos. Eran, pues, mis días de estudios en un área de la
comunicación social donde se le prendían inciensos a teóricos como
Umberto Eco, Paul Grice, Alvin Toffler o Marshall McLuhan, incluso si no
comulgabas con todo su evangelio. Sin embargo, en la práctica las
herramientas de difusión de internet no han hecho más que expandir o
reafirmar creencias más allá de su ajuste a los hechos, siendo el
"miente, miente" un caso característico de este calambre sapiente.
El mito ya es viejo, es cierto, pero ha sido prolongado gracias a estas
instancias nuevas.
Joseph Goebbels y la portada del primer número del periódico "Der
Angriff", publicado en Berlín el 4 de julio de 1927 por el mismo
futuro Ministro de Propaganda del nazismo. Fuente imagen: serie "El
Tercer Reich", de Times-Life.
Así las cosas -también lo admito-, estoy seguro de que en nuestros días
y gracias al daño colateral que viene inevitablemente con las grandezas
de la red, tenemos más convencidos de que
el Quijote sí hizo su advertencia sobre los ladridos de perros y que
Goebbels efectivamente proclamó el apotegma del "miente, miente".
Ni hablar de aquella ocasión en que se echó a correr la fábula de que el
edificio de la Escuela Santa María de Iquique era el mismo de la
masacre de 1907, inflando de iras y protestas incluso a altas
autoridades por su demolición (siempre vía redes sociales), todos
ignorantes de que el original había desaparecido ya a fines de los años
20... O cuando corría el inolvidable
correo electrónico del muchacho universitario que padecía de un cáncer
al cérvix, órgano que, biológicamente hablando, sólo tienen las
mujeres.
Para acercarme al cierre, cabe observar que se ha ido cristalizando en
nuestra sociedad de la información y la comunicación instantánea, el
convencimiento casi abusivo de la ontología de que el lenguaje hace
realidad, creando con ello toda una cultura de corrección del habla
y de las propiedades de la terminología derramada sobre la mass media.
Sin embargo, como soy de escuela clásica, más práctica y de menos
refugio académico (sí: más bruto), tiendo a creer que el fenómeno es más
bien que el lenguaje por sí mismo tiene la capacidades de ir dando mayor
valor de realidad a lo apropiado y lo correcto, pero incluso a lo que no
es real. Aplastando las buenas intenciones de fondo y hasta sabiéndose
que no es cierta, una mentira puede gozar de las mismas prebendas y
beneficios si resulta útil y ajustable a un propósito, así como una
realidad (un hecho, mejor dicho) recibe el mismo tratamiento que
una mentira en caso de molestar al objetivo o la orientación del
discurso.
El caso de Goebbels rugiendo risueño un "miente, miente", parece
ser un caso perfecto en donde se prioriza el consenso y la repetición...
Pero como vimos ya, si bien repetir mil años una mentira nunca la
volverá real, al final siempre "algo queda" de ella: ya aprendí,
justo en estos días, que quien trate de rectificar el asunto se expone a
posibles acusaciones gratuitas basadas en el mismo concepto que cataliza
el aforismo, paradójicamente... Veritas odium parit (¿Terencio?).
Es lo que me motivó a escribir este texto, además.
Si los hechos no son lo mismo que las verdades
(interpretaciones, versiones, creencias, etc.), entonces no queda más
que asumir que ambos corren por rieles distintos, por más que intenten
cruzarse entre sí o incluso lo hagan buena parte del tiempo. Sólo así se
explica que el "miente, miente, que algo queda" saliendo de la
boca de Goebbels sea, precisamente en su ajuste a los hechos, un enorme
y tramposo elogio al engaño, además de una excelente puesta en práctica
del principio esquizofrénico, que ha sido capaz de demostrarse preciso y
eficaz por sí mismo.
Como hice en aquellos casos mencionados de
los perros del Quijote, la
Escuela Santa María de Iquique 2.0 y el
cáncer cervical masculino (escogí sólo algunos de los muchos que
conozco, pues aclaro no tengo frustración ni credenciales para cazador
de mitos), en el asunto Goebbels he preferido ahorrarme chácharas y más
ping-pong de discusiones, publicando este descargo aclaratorio en
mi blog, para así derivar hasta este link a todos los porfiados e
insistentes que se me aparecen y me seguirán apareciendo por los
vórtices virtuales y los umbrales digitales en el sinuoso, áspero y
escarpado camino de la vida.
LO
DIJERON MUCHO, MUCHO ANTES...
Para despejar dudas al respecto, veamos una secuencia de
casos rastreables en la literatura, varios de los cuales
confirmo verificables fácilmente también en la mágica
herramienta de Google Books:
- Voltaire, el gran acusado de arrojarle al mundo esta frase
antes de ser relevado por Goebbels, escribía a su amigo Nicolas-Claude
Thieriot el 21 de octubre de 1736: "La mentira solo es un
vicio cuando obra el mal; cuando obra el bien es una gran
virtud. Sed entonces más virtuosos que nunca. Es necesario
mentir como un demonio, sin timidez, no por el momento, sino
intrépidamente y para siempre ...Mentid, amigos míos, mentid,
que ya os lo pagaré cuando llegue la ocasión". La carta está
en ediciones de sus "Obras Completas" de 1784, y ha sido
utilizada en su contra desde entonces, especialmente por los
críticos del declarado anticlericalismo que profesó el francés.
- Jean-Jacques Rousseau, por su parte, escribirá en una de sus
famosas "Epístolas" de 1764: "Por más grosera que sea una
mentira, señores, no teman, no dejen de calumniar. Aún después
de que el acusado la haya desmentido, ya se habrá hecho la
llaga, y aunque sanase, siempre quedará la cicatriz". Parece
estar inspirándose en la información proporcionada por Plutarco.
- El dramaturgo parisino Pierre-Augustin de Beaumarchais, en su
célebre obra "El barbero de Sevilla" de 1775, hace decir a uno
de sus personajes: "La calumnia es el gran procedimiento; he
visto a muchas personas decentes, casi a punto de morir de
pesadumbre a causa de la calumnia (...) Primero será un
rumor que se baja hasta el suelo como la golondrina que presagia
lluvia. A tono pianissimo, corre y es un murmullo. Se siembra el
veneno. Algunos labios, piano, piano, empiezan a recogerlo y lo
van deslizando al oído de su amigo. El mal está en marcha y
camina, rinforzando, y de boca en boca salta el diablo. Y
después sin saber cómo, veis la calumnia agrandarse, alargarse,
engordar y alzarse dando silbidos y crecer a ojos vistas. Se
levanta luego y vuela, mariposea, envuelve, arranca, arrastra y
estalla, y truena y atruena, por castigo de Dios, un clamor
general, un crescendo, la vox populi, chorus universal, de
envidia y de infamia. El demonio no la resistiría".
- Otro dramaturgo francés, Casimir Delavigne, transcribe la
sentencia en su obra "Los niños de Edward", de 1833, esta vez
presentada como: "Mientras más increíble es una calumnia, más
memoria tienen los tontos para recordarla"... Bastante razón
tenía, sin duda.
- El libro español de 1833 titulado "Diccionario citador de
máximas, proverbios, frases y sentencias", de José Borrás,
compila un aforismo que presenta como de origen anónimo y que
dice: "Las heridas de la calumnia se cierran, pero queda la
cicatriz".
- Ya en suelo americano, el periódico "El Católico" de Bogotá,
publicaba en su edición del 1° de agosto de 1850, un artículo
sin autoría (suponemos que podría ser de Manuel Jil, que firma
varias otras columnas del mismo medio) en el que podemos leer lo
siguiente: "...pero se sigue y practica aquella depravada
máxima: calumnia, que algo queda; y como decía Voltaire, volved
a mentid, mentid siempre, que al final algo obtendréis".
- El escritor español Abelardo de Carlos, la transcribe en 1866
para la gaceta "El Museo Universal":
"Sus venganzas tiene algo con aquella máxima de Maquiavelo:
'calumnia, calumnia, que algo queda'".
- La veremos mencionada también acá, en el Chile del siglo XIX,
en el libro del escritor Justo Arteaga Alemparte titulado
"Diójenes", de 1871:
"El honorable obrero no lo asegura, pero lo deja sospechar.
¡Calumnia, calumnia, que algo quedará!"
- En 1872, el español Antonio Aparisi Guijarro escribe en su
artículo titulado "El gran peligro", en el periódico "La
Regeneración" del 23 de junio:
"Maquiavelo decía: 'calumnia que algo queda'. Voltaire escribía:
'mentid, y mentid siempre'. Vive Maquiavelo aún, e inspira a
Voltaire. A mentir pues, y a calumniar, como se mintió y
calumnió en el siglo pasado".
- El argentino José María Zuviría, por su lado, escribió en un
texto reproducido en la obra "Anales contemporáneos: Sarmiento.
1868-1874. Estudios sobre política Argentina", de 1889:
"Mentid y mentid siempre, decía Voltaire, porque de la mentira
algo queda; y esto es lo que hacen casi siempre los gabinetes
agresivos por medio de sus memorándum y notas diplomáticas".
- En 1891, el jesuita ecuatoriano Manuel José Proaño Vega
resumía así la inspiración de los enemigos de la iglesia, en su
"Catecismo filosófico de las doctrinas contenidas en la
encíclica Immortale Dei de Nuestro Santísimo Padre León
XIII": "Todos sabemos que aquel desdichado patriarca de la
incredulidad moderna, Voltaire, no armó a sus viles prosélitos
sino de la mentira y de la calumnia, diciéndoles sin cesar, y en
todos los tonos posibles: Mentid, mentid y calumniad; que algo
queda siempre de la mentira y de la calumnia: todos sabemos que
aquellos cómplices del crimen, fieles al precepto de su maestro,
se apoderaron de la prensa para propalar y difundir en toda la
tierra mentiras y calumnias contra Cristo y su Iglesia, contra
la Verdad y el Bien, al grito infernal de esa blasfemia horrible...".
- Por su parte, el ensayista peruano Joaquín Capelo, anota en su
"Sociología de Lima" de 1896:
"Calumnia, calumnia, que de la calumnia algo queda; elogia lo
vituperable que del elogio algo queda".
- Poco después, hacia 1900, el teólogo español Ángel María de
Arcos escribía en su "Explicación del catecismo católico breve y
sencilla":
"Sabido es de quién es el dicho: Mentid, mentid, que algo queda.
Y qué verdad que queda algo, y no sólo algo, sino mucho".
- Poco después, el argentino Pastor Servando Obligado, publicaba
esta frase en sus "Tradiciones argentinas" de 1903, claramente
tomada también de la fraseología popular:
"¡Calumnia, calumnia! ¡Que siempre de la calumnia algo queda!".
- Desde Bolivia, en tanto, llegará comentada por Agustín Ramírez
Paredes en su novela política "El pillo Olivier", de 1927, donde
anota como parte de un diálogo:
"No ignorará usted, compadre, el dicho volteriano: Calumnia!
calumnia! que algo queda..."
- Elio Fabio Echeverri, en su curioso y bello "Diccionario del
pensamiento" publicado en Colombia en 1942, define la calumnia
de la siguiente manera: "Las heridas de la calumnia se
cierran, pero queda la cicatriz. Las mejores frutas son las que
han picado los pájaros y los hombres más honrados son aquellos
que ha destrozado la calumnia. La calumnia es un fuego devorador
que marchita cuanto toca y ennegrece lo que no puede consumir.
La calumnia fomenta el vicio, persigue a la virtud. Las heridas
de la calumnia se cierran, peros las cicatrices quedan...".
- Y, para dar un ejemplo en el habla hispana ya después de la
Segunda Guerra Mundial, aparece también en el libro del escritor
Jaime Chacón, "Raíces hispánicas de ecuatorianidad" de 1953,
atribuyéndosela todavía a Voltaire:
"¡Calumnia, calumnia, que algo quedará!, decía Voltaire".
Vemos (de sobra) que la frase era usada desde mucho antes
que su adjudicación imprecisa a Goebbels, y que también era
empleada universalmente en forma peyorativa y demonizadora,
en especial por la iglesia, como anatema de una filosofía
enemiga y condenable relacionada de un modo u otro con la
figura de Voltaire.
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Mensajes recuperados desde el primer lugar de publicación de este artículo, en el sitio URBATORIVM:
ResponderEliminarEric17 de marzo de 2017, 02:29
Goebbels es una figura perfecta para achacarle el origen de la famosa frase, si mentir es malo resulta rectificador para categorizar el grado de maldad de quien la dice. Un símil del uso retórico de algunos conceptos es la idea del vomitorio romano para hacer notar los excesos de la gula de un pueblo clásico y vicioso, para finalmente aprender que la palabra refería a una estructura arquitectónica, un pasillo de los teatros por donde se movilizaban los espectadores, al final era un vomito pero correspondiente a la evacuación de personas de un espacio cerrado. Si alguien se enoja por que le discutimos el punto no hay que darle importancia pues como dijo el Quijote "dejad que los perros ladren...", aahhh, no, no verdad que eso no lo dijo.
Muy buen artículo.
Saludos.
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Unknown9 de noviembre de 2017, 02:23
Puede verificar esto ya que daria pie a la adjudicacion de la frase aunque en realidad es el manejo de un concepto utilizado en tiempo en cuestion donde Goebbels daba lineamientos:
Frase pronunciada por Goebbels en el marco de una conferencia dictada en 1934 a la gente del Ministerio de Propaganda sobre el tema "Qué Es la Propaganda Política". En esa conferencia está registrado que habló de los recursos habituales de los medios de comunicación y, refiriéndose a la prensa de la República de Weimar, dijo textualmente: "Una mentira, repetida mil veces, al final termina siendo una verdad" (Eine tausendmal wiederholte Lüge endet als Wahrheit). Pero lo dijo en un sentido absolutamente técnico para explicar, más que nada, el funcionamiento de la prensa.
si es asi era conciente de que era un recurso utilizado en la propaganda politica de esos tiempos
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Respuestas
Criss Salazar9 de noviembre de 2017, 02:43
Totalmente de acuerdo, pero obsetvemos que, a la sazón esa frase también era un aforismo de cierta popularidad, según parece, porque aparecía ya en la literatura, por ejemplo. Además, aunque en su concepto básico ambas señalan el poder manipulador de la mentira, sus sentidos, estructuras y alegoria central son diferentes. Creo que ya no tiene sentido seguir buscando alguna manera de relacionar la mentada frase drl "miente, miente..." con declaraciones de Goebbels y menos con una autoria suya. Muchos saludos y gracias por el comentario.
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Criss Salazar9 de noviembre de 2017, 02:44
Totalmente de acuerdo, pero obsetvemos que, a la sazón esa frase también era un aforismo de cierta popularidad, según parece, porque aparecía ya en la literatura, por ejemplo. Además, aunque en su concepto básico ambas señalan el poder manipulador de la mentira, sus sentidos, estructuras y alegoria central son diferentes. Creo que ya no tiene sentido seguir buscando alguna manera de relacionar la mentada frase drl "miente, miente..." con declaraciones de Goebbels y menos con una autoria suya. Muchos saludos y gracias por el comentario.
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JORGE LILLO VALENZUELA17 de noviembre de 2017, 20:00
Muy aclarador. Felicitaciones y agradecimientos.
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Unknown10 de septiembre de 2019, 14:20
Excelente artículo, muchas felicidades a los creadores y a los comentarios respectivos.
Saludos
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PARTE II
Eliminarsergio carrasco cruzat27 de abril de 2020, 13:47
¡Felicitaciones Sr. Criss Salazar por poner las cosas en su lugar!
Eché de menos la reciente "metida de pata" del Presidente hileno Piñera, quien en una cadena nacional le endosó la bendita, nada menos que a Lenin.
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Respuestas
Criss Salazar27 de abril de 2020, 15:17
Jaja... Le juro que no sabía eso! (ya no estoy muy atento a los medios de comunicación, desde hace años). En qué época fue, para buscarlo?
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Denes Martos3 de noviembre de 2021, 20:29
Roger Bacon citado como autor de "De la dignidad y el desarrollo de la ciencia" no es correcta. El autor de esa obra es FRANCIS Bacon y es del Siglo XVII.
Cordiales saludos
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Criss Salazar4 de noviembre de 2021, 00:39
Gracias��. Lapsus mío. Desde tiempos de estudiante confundo los nombres de los Bacon. Lo corregiré apenas pueda.
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