El BOR-4, la supuesta nave del proyecto militar espacial ruso Uragaan, basado
en la ilustración hecha por Mark Wade (astronautix.com).
Ya nadie lo recuerda, pues este acontecimiento se fue al olvido con la
propia Guerra Fría y sus muchísimas implicancias en el legendario de las
tierras antárticas y de las relaciones internacionales en Tierra de Nadie.
El Sputnik Cosmos 1871 fue lanzado hacia una órbita polar en el cohete Zenit II, el 1 de
agosto de 1987, por el servicio Glavcosmos que materializaba los
programas espaciales de la URSS. Esto se realizó en secreto por parte de las
autoridades rusas, ya en los últimos años del programa espacial soviético.
El satélite artificial pesaba diez toneladas y su misión de espionaje aún
permanece en el misterio, pues ha sido por largo tiempo un secreto
compartido solo entre los hombres que participaron del proyecto.
Desgraciadamente para los rusos, tras alcanzar su perigeo-apogeo, el
extraño satélite no logró encajar en la órbita y comenzó a precipitarse de
vuelta a la Tierra. Comenzó a calcularse que su trayectoria de descenso podría
acabar en la Antártica, ni más ni menos.
De alguna manera, sin embargo, las autoridades
aeroespaciales de los Estados Unidos seguían la misión secreta desde el
principio y se enteraron también de lo sucedido. Así, informaron del desastre emplazando a los soviéticos a revelar una versión oficial sobre el asunto.
Paralelamente, el viernes 7 de agosto, hicieron pública la existencia del
satélite ruso en órbita descendiente ("170 o 160 kilómetros sobre la
superficie terrestre", se dijo entonces), alertando sobre los riesgos de la caída de material.
Dada la situación, en Moscú debieron informar vía Glavcosmos a
Washington de la existencia y fracaso de la misión, admitiendo el 9 de
agosto siguiente que el satélite caería en la Antártica o cerca de ella, pero intentando
calmar la incertidumbre asegurando que el artefacto no traía materiales peligrosos,
pues aún rondaba el fantasma de la caída de otro satélite de la serie
Cosmos en Canadá, en 1978, cargando material radioactivo, y del entonces reciente
accidente de Chernobil de 1986. También debieron reconocer que se trataba de
un satélite espía, aunque parcialmente, pero de todos modos era algo que
habría parecido impensable en épocas anteriores.
Aquella fue la primera vez que la
URSS admitió un fracaso en su carrera espacial en pleno desastre, además. He ahí la importancia histórica de este caso, justamente. El
departamento de comunicaciones del servicio también confirmó que no causaría
daños, pues caería destruido y en una pequeña zona, a las 3:59 de la hora
local antártica.
Aunque parte de la primera etapa de la comunicación soviético-estadounidense
se mantuvo en reserva, el astrónomo de la Alemania Occidental, profesor Heinz
Kamiski, a la sazón director del observatorio privado de Bochum, reveló antes que la
agencia noticiosa rusa Tass la existencia de un satélite ruso que se había
salido de órbita y que caería el 10 de agosto a tierra, luego de pasar brevemente por
sobre Europa durante la tarde de ese mismo día, descendiendo durante
la noche.
Sin embargo, ante la falta de datos oficiales, Kamiski aseguró a
la agencia Reuter en Bonn no poder precisar el lugar exacto donde esto
sucedería, aunque sí confirmó el nombre del aparato: el Cosmos 1871.
Por supuesto, esto dio pábulo para creer que la RFA actuaba dirigida e
informada por Washington, para presionar a Moscú a pronunciarse al respecto.
La noticia fue hecha pública por Glavcosmos solo doce horas antes de
la caída del objeto. La Tass explicó, canalizando la información dada a
conocer por las autoridades rusas, que el satélite llevaba un "equipo
científico diseñado para proseguir la exploración del espacio exterior, un
sistema de radio para la medición de los parámetros orbitales y un sistema
radiotelemétrico para transmitir datos a la Tierra", forma elegante de
ocultar que se trataba de un sofisticado satélite espía de órbita polar.
Inmediatamente, y de seguro conociendo gran parte de la información desde
antes de la revelación pública, el teniente coronel Ivan Pinnell, encargado
del Comando de Defensa Aéreo-Espacial en Colorado Springs, Estados Unidos, ratificó que se trataba de un satélite ruso espía en caída hacia la
proximidad antártica, revelando el detalle de que contaba con numerosos y
complejos equipos científicos y que parte de sus propiedades era la de
poder captar ruidos en el espacio exterior.

Efectivamente, el Cosmos 1871 cayó en el Pacífico Sur el lunes 10 de
agosto, tal como lo habían anunciado la Tass y las autoridades
militares de
Colorado Springs. No causó daños ni dejó registros pero, de todos
modos,
sucedió un hecho curioso: las mismas autoridades militares
norteamericanas
que preveían la caída del satélite en la Antártica, aseguraron ahora
que esta había sido en medio del océano Pacífico, unos 4.800 kilómetros
de la
isla de Nueva Zelanda, a las 7:27 hora de meridiano de Greenwich.
Mientras
tanto, los rusos seguían insistiendo a través de la Glavcosmos
en que
la caída debió tener lugar cerca del círculo antártico, antes de volver
a
silenciar el asunto y darlo por cerrado para siempre, muy al estilo
soviético para ponerle punto final a las noticias incómodas.
Aunque nunca fue aclarado del todo su objetivo ni su destino final y,
probablemente, nunca lo será, se ha creído en tiempos posteriores que su función era
operar como un detector espacial. Más aún, algunos lo relacionaron con el
proyecto militar ruso Uragan, una especie de nave espacial
interceptora que ha causado gran atención a los amantes de los ovnis y
las teorías sobre conspiraciones o realismo fantástico. Se dice,
también, que podría ser un
avanzado rastreador destinado a espiar las actividades de los
transbordadores espaciales de la NASA o los lanzamientos para órbitas
polares desde la Base Aérea Vandenberg. También se cree que su
trayecto, en caso de
haber quedado en órbita, habría sido una rotación permanente, por
encima de
territorios como Groenlandia, Canadá, Estados Unidos, Centroamérica,
las
costas del Pacífico frente a Sudamérica, el océano Índico, Asia Central
y
Siberia.
Para
otros, tampoco se ha despejó la duda razonable de si el satélite realmente
cayó por accidente en el círculo antártico o si era parte de su misión de
espionaje. Si bien la URSS ya operaba con la política de apertura
informativa de la Glasnost y la reforma político-social
Perestroika estaba en plena gestación, solo el diario ruso "Pravda"
comentó la noticia el día 8 de agosto, pero con grandes omisiones y errores,
como asegurar que el despegue del Zenit II se había producido el día
4 (en realidad había sido el 1°) y que la salida y mando del satélite se
habían dado en perfecta normalidad, cuando la verdad es que las autoridades
de la NASA, a la sazón, ya estaban al tanto de que la misión había declarado
problemas desde el inicio.
No deja de llamar la atención, además, que esta fuera la primera vez que la
URSS admitió la precipitación de un satélite a la Tierra en modo de
anticipación, pues todas las ocasiones anteriores lo hizo cuando había
pasado un tiempo desde el fracaso la misión y la caída del objeto
Cabe
recordar al respecto que, poco tiempo antes, el 27 de febrero de 1986, otro
satélite ruso Cosmos 1714 había caído hacia la Europa Central sin tocar
suelo, pues se calcinó en el aire. Y el 18 de agosto de ese mismo año, habría
caído en el Índico el Cosmos 1867, de 15 toneladas, pero cuyo
servicio y utilidad nunca fueron identificados. Y el 28 de agosto de 1987, solo días después de la caída del Cosmos 1871, fue lanzado otro
satélite de la serie: el Cosmos 1873, que también ha sido objeto de
especulaciones sobre un posible vínculo con el enigmático proyecto Uragaan.
Siempre se ha especulado sobre las verdaderas razones del supuesto accidente
del cohete del proyecto Athena, lanzando desde Utah y que, en lugar
de llegar a Nuevo México, cayó a más de 1.200 kilómetros de allí en un
misterioso desierto llamado la Zona del Silencio, al norte de México en
Durango, a principios de los setenta. Según la leyenda, el interés de la
administración espacial norteamericana era estudiar precisamente este
territorio, de modo que el accidente habría sido un montaje de ingeniería para tener un
acceso a él que, en otras circunstancias, no habría sido posible. Si acaso
estuviésemos frente a un caso similar de simulación de accidentes en el caso
del
Cosmos 1871, esta vez con destino en la Antártica o un destino cercano, cabría preguntarse
cuál era el interés y la motivación de Moscú por realizar una compleja
misión sobre este el mismo; qué podría haberle parecido tan importante a la
potencia que por entonces dominaba casi la mitad del mundo. Pero aún aceptando lo
difícil que es considerarlo un montaje, seguirá pendiente explicar el objetivo real de este satélite.
Sensacionalismos a un lado, sin embargo, y aunque sabemos del intrigante
interés que han tenido los rusos en estas regiones australes (como el
caso del lago antártico Vostok), la verdad es que el contexto de la Guerra Fría y
algunas desconfianzas políticas que ni siquiera se pudieron limar después
del derrumbe de la URSS, tal vez no permitirán aclarar y conocer completamente el
misterio del Cosmos 1871.
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