JOHN W. CAMPBELL Y EL TERRORÍFICO ENIGMA DE OTRO MUNDO

 

Nacido en 1910, John Wood Campbell, Jr., es uno de los más célebres escritores de ciencia ficción de los Estados Unidos, alcanzando su máxima productividad creativa en los años treinta, en un mundo real sofocado por las tensiones de los albores de la Segunda Guerra Mundial.
No sólo destacó como escritor pues, en 1937, Orlan B. Tremaine lo llamó para que tomara la dirección editorial de la revista “Astounding Science Fiction”, llamada después “Analog”, que él estaba próximo a abandonar. El magazine se convirtió en un objeto de culto de la historia de la narrativa popular, sentando las bases de la ciencia ficción contemporánea. Por él desfilaron trabajos de Bester, Malberg, McCaffrey, Zelazny, Delany y otros conocidos autores de estas temáticas.
Tal como sucedía con Lovecraft, Campbell llegó a ser tan célebre entre sus pares que incluso tuvo un “círculo” de escritores leales, muchos de ellos más jóvenes que él y entre los que se confundían las influencias con los admiradores del mismo. Entre otros, figuraban Isaac Asimov, A. E. van Vogt, Robert A. Heinlein, Clifford D. Simak, L. Sprage de Camp, Lester del Rey, Theodore Sturgeon, Hal Clement, Poul Anderson y otros representantes de la llamada Edad Dorada de la ciencia ficción.
Sin embargo, no todos compartían la admiración por su obra. Los seguidores de autores como Arthur C. Clark y Ray Bradbury (incluido este último en persona, según parece), cruzaban con los de Campbell el cargo de no asirse de fundamentos científicos para fundamentar la trama de sus obras, aunque esto es comprensible en el contexto de los intentos por hacer ciencia ficción seria y lejos de las narraciones más bien fantásticas de los autores previos, muy influidos por el material clásico de Julio Verne. Campbell incluso había rechazado por esta misma acusación a Bradbury y a otros autores que quisieron participar en su revista de ciencia ficción, algo que muchos críticos le reprochan hasta hoy.
También se le ha pretendido adjudicar al autor un velado discurso supremacista blanco, por las características de los protagonistas de sus obras, aunque el cargo jamás  ha podido ser demostrado y podría ser sólo un rasgo más de la histeria "políticamente correcta" de nuestra cínica época.
Campbell falleció el 11 de julio de 1971, dejando tras sí un tremendo legado en la ciencia ficción, tal cual se la conoce hasta hoy. Infinidad de directores y escritores posteriores han confesado la inspiración de sus trabajos en la obra del autor. Por ello, desde 1973 existen al menos dos premios con el nombre del mismo, otorgados a las obras del género: el John W. Campbell Memorial y el John W. Campbell Worldcon de la Convención Mundial de Ciencia Ficción.
¿QUIÉN HAY ALLÍ?... UN ENIGMA DE OTRO MUNDO
Hacia agosto de 1938, y bajo el seudónimo de Don A. Stuart, Campbell publicó en el “Astounding Stories”, por primera vez, la que se considera su mejor y más famosa narración: el cuento titulado “Who Goes There?” (“¿Quién hay Allí?”), que por sus posteriores versiones cinematográficas ha sido rebautizado en ediciones que le siguieron como “The Thing” (“La Cosa”), “The Thing from Another World” (“La Cosa de Otro Mundo”) y, en el habla hispana, “El Enigma de Otro Mundo”.
Se trata una escalofriante exposición de ciencia ficción combinada, con la Antártica y sus aisladas comarcas como escenario pavoroso, donde se establecen de manera pionera muchos de los elementos que después serán característicos en el género, de sus argumentos y de sus personajes, además de un foco local de amenaza que, virtualmente, puede destruir la totalidad de la humanidad, temor muy repetido en las historias de Campbell y que refleja el estado del mundo en aquellos años, sin duda.
La obra comienza con la descripción del precario y sofocante ambiente de una estación polar antártica, saturada por los malos olores del encierro, el aceite y la grasa de focas. El viento polar sopla afuera con energía. Los protagonistas, por lo tanto, están recluidos entre el personal de esta estación con características de campamento.
El comandante Garry y el biólogo Blair muestran a los demás hombres el hallazgo que se ha hecho en la expedición al Polo Magnético Secundario, y que permanece envuelto en sacos untados en brea: algo insólito, algo increíble… Algo de otro mundo. Garry afirma haber conversado con el Comandante Segundo McReady, con Norris, el Doctor Copper y el propio Blair para arribar en una conclusión extraordinaria:
Norris y Blair están de acuerdo en una cosa: en que el ser que hemos hallado aquí no es... de origen terrestre, Norris teme que pueda haber peligro en eso; Blair dice que no lo hay.
DESCUBRIMIENTO TERRORÍFICO
El hallazgo se había realizado cuando los expedicionarios reconocieron la débil señal de un segundo polo magnético, en la proximidad del real que, como se sabe, al igual que el polo magnético norte no coincide exactamente con el eje-polo de cada extremo del planeta. Este punto magnético se encontraba 130 kilómetros al S.O. de la base.
La expedición magnética secundaria salió a investigar –continúa Garry-. No hay necesidad de detalles. Lo hallamos, pero no era el enorme meteorito ni la fuente magnética que esperaba encontrar Norris. (…) Los sondeos del hielo indicaron que estaba dentro de los treinta metros de la superficie del ventisquero.
Los expedicionarios habían estado varios días inspeccionando un grupo de glaciares en una sierra granítica congelada, desde donde provenía la indicación magnética de los instrumentales. Van Wall, aviador miembro del equipo, había sobrevolado el área hasta el límite de vuelo. Pero, al final, los hombres de tierra dieron con algo insólito: una nave especial, clavada bajo los hielos antárticos de hacía 20 millones de años.
Algo bajó del espacio, una nave. La vimos allí, en el hielo azul: era algo así como un submarino sin torrecilla ni timones orientadores, de 90 metros de longitud y 15 de diámetro en su parte más gruesa.
Este elemento es notable en la historia de Campbell. Si bien la temática de las invasiones extraterrestres ya existía desde H. G. Wells y su “Guerra de los Mundos” desde 1898, la referencia detallada a las naves espaciales se instaló en la cultura popular principalmente tras los avistamientos de 1947 que dieron origen a la leyenda de los OVNIs y las naves extraterrestres.
Volviendo al argumento, Garry conjetura que la nave fue atrapada de alguna manera por el polo magnético secundario, precipitándose a tierra en los primeros años de congelamiento de la Antártica, quedando encarcelada con el tiempo bajo masas de hielos. Ha estado oculta allí con su tripulación y parcialmente destruida. Sus materiales metálicos eran desconocidos para los hombres, que intentaron abrir la estructura usando explosivos, con resultados tanto o más misteriosos que el hallazgo mismo:
El aislamiento, algo, cedió. El campo magnético de la Tierra, que había impregnado los motores, quedó libre. La aurora cayó en el cielo, y la meseta entera quedó bañada en un fuego frío que impedía la visión. El hacha para hielo que tenía en la mano se calentó al rojo. Los botones de metal de mis ropas me quemaron, y un relámpago azulado saltó hacia arriba desde más allá de la pared de granito.
Luego, las murallas de hielo se desplomaron sobre aquello. Por un momento, chilló como el hielo seco cuando es oprimido entre metales.
John W. Campbell (fuente imagen:do-migku.ru)
EL MONSTRUO Y LA CONTROVERSIA
Pero sobrevivió uno de sus pasajeros… Un tripulante que, tras caer la nave, descendió de ella e intentó avanzar caminando entre la nieve y el frío gélido, desplomándose a escasos tres metros del lugar.
Los glaciares congelaron la escena, que quedó casi intacta gracias a la particular configuración de la geografía de la zona. Millones de años después, uno de los miembros del grupo, Barclay, lo encontró accidentalmente mientras reconocían los restos de la extraña nave, clavándole sin querer un hacha de hielo justo en la cabeza. Los hombres lo envolvieron en mantas y lo subieron al tractor, llevándolo hasta la base.
Comienza entonces la discusión entre los hombres, sobre qué hacer con el cuerpo helado.
Mientras Blair consideraba necesario descongelarlo y examinarlo, Norris advertía que podía contener gérmenes latentes desconocidos y catastróficos, potencialmente vivos, recordando la existencia de microfauna antártica que permanece en suspensión pero viva hasta que se la descongela. En su terror, incluso asegura que puede estar alterando “telepáticamente” la conciencia de algunos de los presentes, incluido él.
Los hombres debaten al respecto. Comparan a la criatura -aún con el mango del hacha incrustado-, con un mamut congelado en Siberia, sin posibilidad de resucitar. Pero la posibilidad de que contenga gérmenes y microorganismos vivos potencialmente peligrosos es lo que motiva a los partidarios de mantenerlo congelado. McReady, por su parte, cree que esa criatura es tan distinta al hombre terrestre que no podría haber compatibilidad con los microorganismos que pudiese traer. El Doctor Copper también estaba de acuerdo con esta observación.
Sin embargo, Norris seguía oponiéndose tenazmente a esta posibilidad.
¡Al diablo con la química distinta! Ese ser quizá esté muerto, o quizá no lo esté; pero no me gusta. ¡Maldita sea, Blair! Muéstreles el monstruo que está cuidando ahí. Muéstreles esa cosa sucia y que decidan por sí mismos si quieren que eso se deshiele en este campamento.
A pesar de los reclamos de Norris, éste advierte a Connant, que tiene guardia durante esa noche, que si realmente quieren descongelarlo tendrán que hacer el deshielo de la criatura con él vigilando, en la cabaña de rayos cósmicos. Intentando persuadirlo de negarse a hacerlo, le comenta a Connant sus pesadillas y terrores sobre esta criatura, pues presiente que está viva, esperando.
Bueno, usted tiene que velar a esa momia suya de veinte millones de años –sigue reclamando Norris-. Desenvuélvala, Blair. ¿Cómo diablos pueden saber qué compran si no lo ven? Quizá esto tenga una química distinta. No sé qué otra cosa tiene, pero sé que tiene algo que no quiero. A juzgar por la expresión de su fisonomía, y no es humana, de modo que quizá ustedes no puedan juzgarla, estaba irritado cuando se congeló. Decir irritado, en realidad, es lo más aproximado a sus sentimientos, los de un odio frenético, loco, demencial. ¿No han visto esos tres ojos encarnados y esos cabellos azules que parecen gusanos que se arrastran? Nada de lo engendrado en la Tierra tiene la indecible sublimación de la devastadora ira que ese ser exhibió en su semblante al contemplar a su alrededor la helada desolación terrestre, hace veinte millones de años. ¿Loco? Su locura era bastante evidente... ¡una locura quemante y ampollante!
Los varios hombres allí presentes titubearon al ver descubierto a semejante engendro del espacio, de menos de un metro y medio de altura, pero de un aspecto feroz e intimidante. Sólo Blair continuó junto a él, retirándole los hielos a golpes de martillo.
Sin ocultar su pavor, Kinner, el cocinero, quiso prevenirse de la idea congelar en su heladera de carne al monstruo, después de los exámenes, para llevarlo a New York a completar los análisis aún en hielo. Erró con ello, porque la idea fue tomada rápidamente por los hombres.
SORPRESAS HORROROSAS
A medida que el relato sigue avanzando dentro de este breve suceso, intentando liberar del hielo al extraterrestre, los temores comienzan a tomar posesión de los hombres menos convencidos de semejante empresa. La tensión se va apoderando también de la narración. Connant, que tendrá la ingrata tarea de vigilar el descongelamiento, no tarda de protestar y manifestar sus temores de que esa cosa esté viva, mientras Blair y Garry intentan convencerle de lo contrario.
El conflicto va creciendo conforme aumenta también la intriga y la expectación sobre esa extraña criatura alienígena. La convivencia en ese encierro aislado, paulatinamente, se va volviendo insoportable. La vida en el campamento dejará de ser la misma. El pánico germina con prolífera fecundidad. Las entretenciones, como las películas que proyectaba Dutton, el encargado de la sala, pierden gradualmente el interés de los hombres al avanzar la angustiante novela.
Convencido ya Connant de cuidar el descongelamiento del monstruo aquella noche, sin más compañía que los equipos de medición de rayos cósmicos y sus cigarrillos, terminó la jornada. Sin embargo, en medio del sueño, Blair, Copper y Barclay fueron sorprendidos por Connant, quien irrumpió en las habitaciones desesperado, informando que el “ser” había escapado en breves minutos en que él se había quedado dormido. Garry y Van Wall llegan alertados por el sobresalto, casi sin poder dar crédito a la espeluznante noticia. Les siguieron Norris y McReady.
Un horripilante gemido los pone en alerta desde algún lugar de la base, y los hombres salen armados a buscar el origen. Se les suma Pomroy, otro de los integrantes del equipo. McReady señala el túnel que conduce hacia las jaulas de los perros, encargados a Clark, como el sitio desde donde provenían los alaridos. Comienzan entonces los balazos contra esta aberración orgánica, allí refugiada en una pesadilla horrorosa cuya descripción gruesa reservaremos para el lector.
De pronto, Connant se movió y Barclay pudo distinguir qué había más allá. Durante un instante permaneció petrificado; luego profirió una vigorosa maldición. El ser se lanzó sobre Connant y los poderosos brazos del hombre descargaron el hacha para hielo de plano sobre lo que podía ser una cabeza. Se oyó un horrible crujido, y aquella carne hecha jirones, desgarrada por media docena de perrazos salvajes, se levantó nuevamente de un salto. Los ojos encarnados ardían con odio ultraterreno, con una vitalidad ultraterrena, imposible de matar.
Improvisando desesperadamente, los hombres intentan electrocutar o carbonizar a aquella monstruosidad terrorífica. Achicharrada por el calor, la bestia cae al suelo frío, atacada también por los perros del campamento. Al fin está muerta.
EL ENIGMA Y EL PÁNICO
La expectación del relato crece más todavía en las páginas que siguen.
¿Qué clase de criatura es? Blair explica que ha tratado de convertirse en uno de los perros, en “Charnauk” que era el líder guía de la manada en los trineos que conducía Ralsen, y por eso la han encontrado con ese aspecto informe, en medio de su proceso de asimilación y copia de otro organismo.
…Pesaba 80 kilos –dice Blair a los hombres-. Charnauk, unos 45. Ese ser se habría convertido en Charnauk y le habrían sobrado 40 kilos para convertirse en... en Jack, por ejemplo, o en Chinook. Puede imitarlo todo..., es decir, convertirse en todo. De haber llegado al mar Antártico, se habría convertido en una foca... quizás en dos focas. Estas podían haber atacado a una ballena asesina y haberse convertido a su vez en ballenas asesinas o en una manada de focas. O quizás habría atrapado a un albatros o a una gaviota skua y hubiera volado a América del Sur.
La desconfianza entre los presentes comienza a cundir, esta vez al ritmo de la sospecha de que la abominable y morbosa criatura ya haya logrado “copiar” a alguno de los hombres del campamento, pues resulta obvio que los estados de vida de los perros no serían su prioridad. Connant, para su desesperación, comienza a ser percibido como principal sospechoso. Benning, el mecánico del avión, incluso juega con un hacha al asecho, siendo conminado por Connant a abandonar tan amenazante actitud.
McReady propone entonces el análisis de sangre de todos. Copper ofrece hacer combinaciones de sangre muestreada con la de los perros y de los otros hombres. Acrecentando el terror del grupo, se propone resolver el problema de los contagios con la misma medida que se toma para la fiebre aftosa entre las vacas: sacrificar a los “enfermos”.
Blair, en tanto, entró en tal shock de convulsiones y desesperación, al punto de que debe ser aislado en una de las cabañas del campamento. Desconfía de todos y de todo, al punto de exigir que nadie se le acerque y que sólo se le proporcione comida envasada y sellada.
Tras tensos, tan extraordinariamente sofocantes momentos, se testea por fin la sangre de Connant.
Para preservar la sorpresa del relato, guardaremos buena parte de lo sucedido hasta aquí y, sobretodo, desde aquí en adelante. Sólo corresponde aclarar que nada, absolutamente nada es predecible, pues Campbell arroja una avalancha de novedades terroríficas sobre su espeluznante creación literaria.
La desconfianza y el clima casi de delirio cunde como un reguero de pólvora entre todos los hasta hacía poco camaradas de la base, activando casi una bomba de tiempo. Los protagonistas idean nuevas formas de descubrir a los posibles monstruos que están entre ellos, imitando perfectamente el aspecto de los hombres que fueron infectados.
La incertidumbre multiplicará por mil las tensiones. El individualismo se impone como mecanismo de supervivencia: sólo pueden confiar en sí mismos, pues todos los demás son potencialmente monstruos peligrosos. La sangre escurrirá por las páginas justificando las más insanas paranoias y angustias. Todos se vigilan entre sí; pero, también, todos están dispuestos a eliminar al otro.
El grupo quedó repentinamente en tensión. Una atmósfera de destructora amenaza penetró en el cuerpo de todos los hombres mientras se miraban mutuamente. “¿Será un monstruo no humano ese hombre que está junto a mí?”.
LA ANTÁRTICA TEÑIDA DE MUERTE
Hacia el final, entonces, uno de los protagonistas, inspirado por su desesperación, deduce que la forma de detectar a los “infectados” era calentando con un mechero un alambre de platino y metiéndolo en muestras de sangre de cada uno de los hombres que quedaban en la base. Esta parte del argumento ha sido usada en la versión cinematográfica más famosa del libro.
La monstruosidad misma se convierte en la historia, entonces. La Antártica se tiñe de rojo y de muerte, con una morbosidad inconcebible, proveniente de reinos incomprensibles, ajenos a la biología terrestre. La aparición final de la criatura, un demonio extraterrestre también digno de los cuentos de Lovecraft, ha de ser uno de los engendros literarios más terroríficos y aberrantes concebidos en el mundo de las letras.
La pavorosa obra antártica de Campbell fue llevada al cine con grandes libertades de guión en tres o cuatro ocasiones, destacando la de 1951 con "The Thing from Another World”, de Christian Nyby, y en 1982 con "The Thing", de John Carpenter, siendo esta versión la más parecida al cuento original. Ambas obras fílmicas, no obstante, constituyen hoy clásicos indiscutidos del género terror y ciencia ficción.
No cabe duda, entonces: "Who Goes There?" se ha ganado un puesto de privilegio en el lado más oscuro y siniestro -pero atractivo- del fértil legendario antártico.

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