LA VISIÓN DE KARL MARX SOBRE SIMÓN BOLÍVAR
"...hubiera sido pasarse de la raya querer presentar como Napoleón I al canalla
más cobarde, brutal y miserable. Bolívar es el verdadero Soulouque"... Esto
escribía Karl Marx desde Londres a Frederich Engels, el 14 de febrero de 1858.
Nota: artículo de 2008. Trasladado hasta acá en 2022, sin actualizaciones ni adiciones.
Gracias a la internet, tuve la suerte de poder conversar de este tema con el
ilustre y recientemente fallecido historiador, profesor y escritor cubano
exiliado en Florida, USA, el Dr. Luis E. Aguilar León (1926-2008), a quien
debo también el conocer la existencia de este increíble asunto histórico a
partir de un artículo de su autoría intitulado "Hugo Chávez entre Bolívar y
Marx", que estaba publicado en su sitio web personal. Muy poca información
había, en esos años, disponible sobre este caso en sitios webs.
Sé que esta clase de revisiones molestan, pero resulta, pues, extraña esta
paradoja del marxismo en América Latina: apropiarse del discurso y el famoso
"sueño" del libertador venezolano Simón Bolívar, especialmente como espada
de socialismo y antiimperialismo, pero siendo que Karl Marx en algún momento
no tuvo escrúpulos en denostarlo y ridiculizarlo hasta lo inverosímil cuando
se le presentó la oportunidad editorial. Nadie como el Presidente Hugo
Chávez ha practicado mejor este vicio: reponer la amalgama ideológica
libertaria, que combina los dictados puramente doctrinarios del marxismo en
pos de conquista del poder por los representantes del proletariado y la
fantasía del sueño bolivariano que aspiró a unificar las repúblicas
latinoamericanas y caribeñas en un gran bloque común de independentismo, y
que acabó en estrepitoso fracaso al punto de que el propio don Simón
abandonó semejante quimera antes de morir.
Sin embargo, en tiempos de tanta explotación desvergonzada de lo que alguna
vez se llamó "sueño bolivariano" (no hablo del chavismo, sino de un espíritu
continental de chauvinismo reactivo al Imperio), por parte de los resabios
del fenecido bolchevismo internacional en sus trincheras de América Latina,
¿es posible, en las esencias, ser bolivariano y marxista?... Increíblemente,
fue el propio Karl Marx quien se encargó de descartar esta posibilidad.
UN INFAME ARTÍCULO
La historia fue más o menos así: durante en año 1857, el editor general del
periódico "New York Daily Tribune", Charles A. Dana, pidió a la inefable
dupla de Karl Marx y Frederich Engels, algunas referencias biográficas e
históricas que quería adicionar al volumen que preparaba para el año
siguiente de la "New American Cyclopaedia: A popular dictionary of general
knowledge", correspondiente al número III y publicado por la D.
Appleton & Company de New York. Dana lo editaba conjuntamente con George
Ripley.
Muy entusiasta, Marx respondió afirmativamente e hizo llegar Dana varias
páginas de textos para los editores que publicarían a principios de 1858.
Como se recordará, el ideólogo del comunismo ya contribuía con artículos
enviados desde Europa para "New York Daily Tribune" y era el período de su
vida en que se hallaba residiendo en Londres.
Sin embargo, sucedió que el texto con el que pretendía aportar a la edición
de la "New American Cyclopaedia" resultó ser tan exageradamente difamante y
grosero contra la memoria de Simón Bolívar, que escandalizó incluso a Dana,
siendo rechazado y nunca más puesto en el diccionario de biografías.
En efecto, con el título de "Bolívar y Ponte (apuntes biográficos sobre
Simón Bolívar)", el retrato de pretensiones iconoclastas de un prócer vil,
ruin y cobarde llega a tales grados de violencia literaria que cualquiera se
preguntaría por la naturaleza de tanta ojeriza e ignorancia de Marx hacia su
figura, a pesar de la insistencia con que sus seguidores por el mundo han
recalcado su infinita ilustración y lo versado que habría sido en temas de
historia universal. Incluso desde el inicio se advierte su animadversión, al
tildarlo de "libertador" entre comillas, tal cual, poniendo en duda
éste y todos sus demás méritos. También asegura que su entrada a Santa Marta
fue con la ciudad indefensa y rendida, además de comentar episodios en los
que, supuestamente, Bolívar dejaba a sus hombres luchando solos, apodándolo
con sorna como el "Napoleón de las retiradas", ¡en lo que debía ser
un objetivo y funcional diccionario biográfico! Y como si fuera poco,
atribuye la propuesta del mentado "sueño" a meras ambiciones que le impedían
al libertador aceptar que perdía el poder, buscando así apoyo internacional,
con lo que la esencia misma del proyecto bolivariano para América Latina no
se ajustaría la base del pensamiento de Marx.
El polémico texto fue literalmente "redescubierto" el año 1935, por el
escritor y activista político argentino Aníbal Ponce, mientras realizaba una
investigación personal en la Oficina de Archivos del Instituto
Marx-Engels-Lenin de Moscú. Haciéndose de copias facsimilares del mismo,
logró traducirlo y publicarlo ya de regreso en Argentina y por primera vez
en habla hispana, en una revista de corte izquierdista llamada "Dialéctica",
de Buenos Aires, año siguiente.
Ponce era principal editor de este pasquín, por cierto, y su revelación
parece haber obligado a las autoridades soviéticas a adicionar una nota
crítica y aclaratoria a la visión marxista clásica sobre la realidad de
América Latina, en las reediciones rusas de 1959 en adelante de las obras de
Marx y Engels.
LA CARTA A ENGELS
Después de conocida la escandalosa biografía de Bolívar hecha por Marx, para
el "New American Cyclopaedia" de 1858, Dana se retractó del mismo enviándole
a su autor una amonestación y emplazamiento para que demostrara con fuentes
y referencias precisas sus afirmaciones vertidas en esa biografía. Le
reprochaba, de paso, el claro "tenor prejuicioso" que estilaba desde
su texto.
Sin perder tiempo tras recibir la nota del editor, Marx rápidamente escribió
una carta a su amigo y socio político Frederich Engels, buscando consuelo y
aprobación a las antojadizas afirmaciones contra Bolívar en las que quería
seguir insistiendo incapaz de aceptar su salida de madres. Fechada en
Londres el el 14 de febrero de 1858, allí arremete ahora no sólo denostando
el valor histórico del prócer como lo había hecho antes en la biografía,
sino que no dejando dudas ya del desprecio visceral del coautor de "El
Manifiesto" hacia la memoria de Simón Bolívar:
En lo que toca al estilo prejuiciado, ciertamente me he salido algo del
tono enciclopédico. Pero hubiera sido pasarse de la raya querer presentar
como Napoleón I al canalla más cobarde, brutal y miserable. Bolívar es el
verdadero Soulouque.
La comparación textual es con el tirano haitiano Faustino Soulouque, famoso
ex esclavo analfabeta que se autoungió como presidente vitalicio y emperador
local en un sangriento período de revueltas políticas en la isla.
Abundando en el fondo de sus pensamientos sobre Bolívar e intentando
justificar su actitud en un interés histórico y revisionista, agrega:
La fuerza creadora de los mitos, característica de la fantasía popular, en
todas las épocas ha probado su eficacia inventando grandes hombres. El
ejemplo más notable de este tipo es, sin duda, el de Simón Bolívar.
Marx no sólo se negó tercamente a cumplir con el requerimiento hecho por
Dana obligando a descartar su biografía de las siguientes publicaciones,
sino que montó en cólera por la posición de los editores de poner en duda la
objetividad con la que había hecho semejante semblanza del libertador
venezolano. Como jamás respondió al emplazamiento, sin embargo, se
desconocen hasta ahora las fuentes de las que se habría valido para elaborar
su diatriba, aunque hay quienes creen que mucho de ella tiene que ver más
bien con los prejuicios, chismes y mitos altaneros que rondaban en Europa
sobre la realidad de los pueblos latinoamericanos, a los que se miraba con
desdén y arribismo. En otro bando, muchos autores marxistas han intentando
darle un barniz de legitimidad documental a sus afirmaciones, en tiempos más
recientes, a pesar de que ni siquiera él fue capaz de argumentarlas en su
momento.
Hay demostrados rasgos de racismo y desprecio profundo de Marx hacia ciertos
pueblos, cuidadosamente apartados de sus semblanzas y panegíricos aunque
rescatados por autores como Nathaniel Weyl en "Karl Marx, el racista".
"¿Es una desgracia que la espléndida California fuera arrebatada a los vagos
mexicanos, que no sabían qué hacer con ella?", escribió una vez con
desparpajo. Empero, para el caso particular de Bolívar, la explicación
quizás esté en las palabras del artículo que he mencionado del fallecido
historiador Aguirre León, refiriéndose a los aspectos menos conocidos de la
personalidad del sacrosanto Karl Marx y su verdadera mirada hacia pueblos
que los hegelianos consideraban "sin historia", como los latinoamericanos:
...Marx no fue nunca escritor de pluma generosa. Solitario y colérico, Marx
derramaba ácidos comentarios aun sobre sus amigos y cataratas de vituperios
sobre quienes no mostraran fe en sus ideas. Discípulo teórico de Hegel, Marx
heredó de su maestro un germánico desdén por los pueblos que habitaban fuera
del luminoso círculo de la cultura europea, es decir, que vivían en el "urdummheit","la estupidez primitiva". Marx nunca ocultó su desprecio por Bakunin y sus
anarquistas o por "la ignorante vocinglería de los socialistas franceses".
Ni siquiera el hecho de que su yerno, Pablo Lafargue, a quien siempre llamó"der neger", hubiera nacido en Santiago de Cuba le despertó curiosidad o
simpatía por nuestra cultura. En la guerra entre México y los Estados
Unidos, Marx y Engels se pusieron de parte del "imperialismo"
norteamericano. "En América hemos sido testigos de la conquista de México y
estamos muy satisfechos", escribieron los dos campeones del socialismo.
A continuación, el insólito artículo enviado por Marx a Dana, a partir
de la traducción realizada en Argentina por Aníbal Ponce, para la
revista "Dialéctica" de Buenos Aires. Republicado en nuestra época, en
el sitio marxists.org. Los destacados en letra bold son nuestros,
señalando las más evidentes falsedades, tergiversaciones o calumnias que
arrojó el autor en contra del venezolano... Sólo las más evidentes,
porque aun dejando de lado las posibilidades revisionistas de este
artículo sobre la figura de Bolívar, debe insistirse en que todo el
escrito es -de principio a fin- una inexplicable expulsión de
sentimientos antibolivarianos por parte de Marx.
"BOLÍVAR Y PONTE" (por Karl Marx)
BOLÍVAR Y APONTE, Simón: el "Libertador" de Colombia, nació el
24 de julio de 1783 en Caracas y murió en San Pedro, cerca de Santa
Marta, el 17 de diciembre de 1830. Descendía de una de las familias
mantuanas, que en la época de la dominación española constituían la
nobleza criolla en Venezuela. Con arreglo a la costumbre de los
americanos acaudalados de la época, se le envió Europa a la temprana
edad de 14 años. De España pasó Francia y residió por espacio de
algunos años en París. En 1802 se casó en Madrid y regresó a
Venezuela, donde su esposa falleció repentinamente de fiebre
amarilla. Luego de este suceso se trasladó por segunda vez a Europa
y asistió en 1804 a la coronación de Napoleón como emperador,
hallándose presente, asimismo, cuando Bonaparte se ciñó la corona de
hierro de Lombardía. En 1809 volvió a su patria y, pese a las
instancias de su primo José Félix Ribas, rehusó adherirse a la
revolución que estalló en Caracas el 19 de abril de 1810. Pero, con
posterioridad a ese acontecimiento, aceptó la misión de ir a Londres
para comprar armas y gestionar la protección del gobierno británico.
El marqués de Wellesley, a la sazón ministro de relaciones
exteriores, en apariencia le dio buena acogida. Pero Bolívar no
obtuvo más que la autorización de exportar armas abonándolas al
contado y pagando fuertes derechos. A su regreso de Londres se
retiró a la vida privada, nuevamente, hasta que en setiembre de 1811
el general Miranda, por entonces comandante en jefe de las fuerzas
rectas de mar y tierra, lo persuadió de que aceptara el rango de
teniente coronel en el estado mayor y el mando de Puerto Cabello, la
principal plaza fuerte de Venezuela.
Cuando los prisioneros de guerra españoles, que Miranda enviaba
regularmente a Puerto Cabello para mantenerlos encerrados en la
ciudadela, lograron atacar por sorpresa la guardia y la dominaron,
apoderándose de la ciudadela, Bolívar, aunque los españoles estaban
desarmados, mientras que él disponía de una fuerte guarnición y de
un gran arsenal, se embarcó precipitadamente por la noche con ocho
de sus oficiales, sin poner al tanto de lo ocurría ni a sus propias
tropas, arribó al amanecer a Guaira y se retiró a su hacienda de San
Mateo. Cuando la guarnición se enteró de la huida de su comandante,
abandonó en buen orden la plaza, a la que ocuparon inmediato los
españoles al mando de Monteverde. Este acontecimiento inclinó la
balanza a favor de España y forzó a Miranda a suscribir, el 26 de
julio de 1812, por encargo del congreso, el tratado de La Victoria,
que sometió nuevamente a Venezuela al dominio español. El 30 de
julio llegó Miranda a La Guaira, con la intención embarcarse en una
nave inglesa. Mientras visitaba al coronel Manuel María Casas,
comandante de la plaza, se encontró con un grupo numeroso, en el que
se contaban don Miguel Peña y Simón Bolívar, que lo convencieron de
que se quedara, por lo menos una noche, en la residencia de Casas.
A las dos de la madrugada, encontrándose Miranda profundamente
dormido, Casas, Peña y Bolívar se introdujeron en su habitación con
cuatro soldados armados, se apoderaron precavidamente de su espada y
su pistola, lo despertaron y con rudeza le ordenaron que se
levantara y vistiera, tras lo cual lo engrillaron y entregaron a
Monteverde. El jefe español lo remitió a Cádiz, donde Miranda,
encadenado, murió después de varios años de cautiverio. Ese acto,
para cuya justificación se recurrió al pretexto de que Miranda había
traicionado a su país la capitulación de La Victoria, valió a
Bolívar el especial favor de Monteverde, a tal punto que cuando el
primero le solicitó su pasaporte, el jefe español declaró: "Debe
satisfacerse el pedido del coronel Bolívar, como recompensa al
servicio prestado al rey de España con la entrega de Miranda".
Se autorizó así a Bolívar a que se embarcara con destino a Curazao,
donde permaneció seis semanas. En compañía de su primo Ribas se
trasladó luego a la pequeña república de Cartagena. Ya antes de su
arribo habían huido a Cartagena gran cantidad de soldados, ex
combatientes a las órdenes del general Miranda. Ribas les propuso
emprender una expedición contra los españoles en Venezuela y
reconocer a Bolívar como comandante en jefe. La primera propuesta
recibió una acogida entusiasta; la segunda fue resistida, aunque
finalmente accedieron, a condición de que Ribas fuera el
lugarteniente de Bolívar. Manuel Rodríguez Torices, el presidente de
la república de Cartagena, agregó a los 300 soldados así reclutados
para Bolívar otros 500 hombres al mando de su primo Manuel Castillo.
La expedición partió a comienzos de enero de 1813. Habiéndose
producido rozamientos entre Bolívar y Castillo respecto a quién
tenía el mando supremo, el segundo se retiró súbitamente con sus
granaderos. Bolívar, por su parte, propuso seguir el ejemplo de
Castillo y regresar a Cartagena, pero al final Ribas pudo
persuadirlo de que al menos prosiguiera en su ruta hasta Bogotá, en
donde a la sazón tenía su sede el Congreso de Nueva Granada.
Fueron allí muy bien acogidos, se les apoyó de mil maneras y el
congreso los ascendió al rango de generales. Luego de dividir su
pequeño ejército en dos columnas, marcharon por distintos caminos
hacia Caracas. Cuanto más avanzaban, tanto más refuerzos recibían;
los crueles excesos de los españoles hacían las veces, en todas
partes, de reclutadores para el ejército independentista. La
capacidad de resistencia de los españoles estaba quebrantada, de un
lado porque las tres cuartas partes de su ejército se componían de
nativos, que en cada encuentro se pasaban al enemigo; del otro
debido a la cobardía de generales tales como Tízcar, Cajigal y
Fierro, que a la menor oportunidad abandonaban a sus propias tropas.
De tal suerte ocurrió que Santiago Mariño, un joven sin formación,
logró expulsar de las provincias de Cumaná y Barcelona a los
españoles, al mismo tiempo que Bolívar ganaba terreno en las
provincias occidentales. La única resistencia seria la opusieron los
españoles a la columna de Ribas, quien no obstante derrotó al
general Monteverde en Los Taguanes y lo obligó a encerrarse en
Puerto Cabello el resto de sus tropas.
Cuando el gobernador de Caracas, general Fierro, tuvo noticias de
que se acercaba Bolívar, le envió parlamentarios para ofrecerle una
capitulación, la que se firmó en La Victoria. Pero Fierro, invadido
por un pánico repentino y sin aguardar el regreso de sus propios
emisarios, huyó secretamente por la noche y dejó a más de 1.500
españoles librados a la merced del enemigo. A Bolívar se le tributó
entonces una entrada apoteótica. De pie, en un carro de triunfo,
al que arrastraban doce damiselas vestidas de blanco y ataviadas con
los colores nacionales, elegidas todas ellas entre las mejores
familias caraqueñas, Bolívar, la cabeza descubierta y agitando un
bastoncillo en la mano, fue llevado en una media hora desde la
entrada la ciudad hasta su residencia. Se proclamó "Dictador y
Libertador de las Provincias Occidentales de Venezuela" -Mariño
había adoptado el título de "Dictador de las Provincias
Orientales"-, creó la "Orden del Libertador", formó un cuerpo de
tropas escogidas a las que denominó guardia de corps y se rodeó de
la pompa propia de una corte. Pero, como la mayoría de sus
compatriotas, era incapaz de todo esfuerzo de largo aliento y su
dictadura degeneró pronto en una anarquía militar, en la cual
asuntos más importantes quedaban en manos de favoritos que
arruinaban las finanzas públicas y luego recurrían a medios odiosos
para reorganizarlas. De este modo el novel entusiasmo popular se
transformó en descontento, y las dispersas fuerzas del enemigo
dispusieron de tiempo para rehacerse. Mientras que a comienzos de
agosto de 1813 Monteverde estaba encerrado en la fortaleza de Puerto
Cabello y al ejército español sólo le quedaba una angosta faja de
tierra en el noroeste de Venezuela, apenas tres meses después el
Libertador había perdido su prestigio y Caracas se hallaba amenazada
por la súbita aparición en sus cercanías de los españoles
victoriosos, al mando de Boves. Para fortalecer su poder tambaleante
Bolívar reunió, el 1de enero de 1814, una junta constituida por los
vecinos caraqueños más influyentes y les manifestó que no deseaba
soportar más tiempo el fardo de la dictadura. Hurtado de Mendoza,
por su parte, fundamentó en un prolongado discurso "la necesidad de
que el poder supremo se mantuviese en las manos del general Bolívar
hasta que el Congreso de Nueva Granada pudiera reunirse y Venezuela
unificarse bajo un solo gobierno". Se aprobó esta propuesta y, de
tal modo, la dictadura recibió una sanción legal.
Durante algún tiempo se prosiguió la guerra contra los españoles,
bajo la forma de escaramuzas, sin que ninguno de los contrincantes
obtuviera ventajas decisivas. En junio de 1814 Boves, tras
concentrar sus tropas, marchó de Calabozo hasta La Puerta, donde los
dos dictadores, Bolívar y Mariño, habían combinado sus fuerzas.
Boves las encontró allí y ordenó a sus unidades que las atacaran sin
dilación. Tras una breve resistencia, Bolívar huyó a Caracas,
mientras que Mariño se escabullía hacia Cumaná. Puerto Cabello y
Valencia cayeron en las manos de Boves, que destacó dos columnas
(una de ellas al mando del coronel González) rumbo a Caracas, por
distintas rutas. Ribas intentó en vano contener el avance de
González. Luego de la rendición de Caracas a este jefe, Bolívar
evacuó a La Guaira, ordenó a los barcos surtos en el puerto que
zarparan para Cumaná y se retiró con el resto de sus tropas hacia
Barcelona. Tras la derrota que Boves infligió a los insurrectos
en Aragüita, el 8 de agosto de 1814, Bolívar abandonó furtivamente a
sus tropas, esa misma noche, para dirigirse apresuradamente y por
atajos hacia Cumaná, donde pese a las airadas protestas de Ribas se
embarcó de inmediato en el "Bianchi", junto con Mariño y otros
oficiales. Si Ribas, Páez y los demás generales hubieran seguido
a los dictadores en su fuga, todo se habría perdido. Tratados como
desertores a su arribo a Juan Griego, isla Margarita, por el general
Arismendi, quien les exigió que partieran, levaron anclas nuevamente
hacia Carúpano, donde, habiéndolos recibido de manera análoga el
coronel Bermúdez, se hicieron a la mar rumbo a Cartagena. Allí a fin
de cohonestar su huida, publicaron una memoria de justificación,
henchida de frases altisonantes.
Habiéndose sumado Bolívar a una conspiración para derrocar al
gobierno de Cartagena, tuvo que abandonar esa pequeña república y
seguir viaje hacia Tunja, donde estaba reunido el Congreso de la
República Federal de Nueva Granada. La provincia de Cundinamarca, en
ese entonces, estaba a la cabeza de las provincias independientes
que se negaban a suscribir el acuerdo federal neogranadino, mientras
que Quito, Pasto, Santa Marta y otras provincias todavía se hallaban
en manos de los españoles. Bolívar, que llegó el 22 de noviembre de
1814 a Tunja, designado por el congreso comandante en jefe de las
fuerzas armadas federales y recibió la doble misión de obligar al
presidente de la provincia de Cundinamarca a reconociera la
autoridad del congreso y de marchar luego sobre Santa Marta, el
único puerto de mar fortificado granadino aún en manos de los
españoles. No presentó dificultades el cumplimiento del primer
cometido, puesto que Bogotá, la capital de la provincia desafecta,
carecía de fortificaciones. Aunque la ciudad había capitulado,
Bolívar permitió a sus soldados que durante 48 horas la saquearan.
En Santa Marta el general español Montalvo, disponía tan sólo de una
débil guarnición de 200 hombres y de una plaza fuerte en pésimas
condiciones defensivas, tenía apalabrado ya un barco francés para
asegurar su propia huida; los vecinos, por su parte, enviaron un
mensaje a Bolívar participándole que, no bien apareciera, abrirían
las puertas de la ciudad y expulsarían a la guarnición. Pero en vez
de marchar contra los españoles de Santa Marta, tal como se lo había
ordenado el congreso, Bolívar se dejó arrastrar por su encono contra
Castillo, el comandante de Cartagena, y actuando por su propia
cuenta condujo sus tropas contra esta última ciudad, parte integral
de la República Federal. Rechazado, acampó en Popa, un cerro
situado aproximadamente a tiro de cañón de Cartagena. Por toda
batería emplazó un pequeño cañón, contra una fortaleza artillada con
unas 80 piezas. Pasó luego del asedio al bloqueo, que duró hasta
comienzos de mayo, sin más resultado que la disminución de sus
efectivos, por deserción o enfermedad, de 2.400 a 700 hombres. En el
ínterin una gran expedición española comandada por el general
Morillo y procedente de Cádiz había arribado a la isla Margarita, el
25 de marzo de 1815. Morillo destacó de inmediato poderosos
refuerzos a Santa Marta y poco después sus fuerzas se adueñaron de
Cartagena. Previamente, empero, el 10 de mayo 1815, Bolívar se
había embarcado con una docena de oficiales en un bergantín
artillado, de bandera británica, rumbo a Jamaica. Una vez llegado a
este punto de refugio publicó una nueva proclama, en la que se
presentaba como la víctima de alguna facción o enemigo secreto y
defendía su fuga ante los españoles como si se tratara una renuncia
al mando, efectuada en aras de la paz pública.
Durante su estada de ocho meses en Kingston, los generales que había dejado en Venezuela y el general Arismendi en la isla Margarita presentaron una tenaz resistencia las armas españolas. Pero después que Ribas, a quién Bolívar debía su renombre, cayera fusilado por los españoles tras la toma de Maturín, ocupó su lugar un hombre de condiciones militares aun más relevantes. No pudiendo desempeñar, por su calidad de extranjero, un papel autónomo en la revolución sudamericana, este hombre decidió entrar al servicio de Bolívar. Se trataba de Luis Brión. Para prestar auxilios a los revolucionarios se había hecho a la mar en Londres, rumbo a Cartagena, con una corbeta de 24 cañones, equipada en gran parte a sus propias expensas y cargada con 14.000 fusiles y una gran cantidad de otros pertrechos. Habiendo llegado demasiado tarde y no pudiendo ser útil a los rebeldes, puso proa hacia Cayos, en Haití, adonde muchos emigrados patriotas habían huido tras la capitulación de Cartagena. Entretanto Bolívar se había trasladado también a Puerto Príncipe donde, a cambio de su promesa de liberar a los esclavos, el presidente haitiano Petión le ofreció un cuantioso apoyo material para una nueva expedición contra los españoles de Venezuela. En Los Cayos se encontró con Brión y los otros emigrados y en una junta general se propuso a sí mismo como jefe de la nueva expedición, bajo la condición de que, hasta la convocatoria de un congreso general, él reuniría en sus manos los poderes civil y militar. Habiendo aceptado la mayoría esa condición, los expedicionarios se hicieron a la mar el 16 de abril de 1816 con Bolívar como comandante y Brión en calidad de almirante. En Margarita, Bolívar logró ganar para su causa a Arismendi, el comandante de la isla, quien había rechazado a los españoles a tal punto que a éstos sólo les restaba un único punto de apoyo, Pampatar. Con la formal promesa de Bolívar de convocar un congreso nacional en Venezuela no bien se hubiera hecho dueño del país, Arismendi hizo reunir una junta en la catedral de Villa del Norte y proclamó públicamente a Bolívar jefe supremo de las repúblicas de Venezuela y Nueva Granada. El 31 de mayo de 1816 desembarcó Bolívar en Carúpano, pero no se atrevió a impedir que Mariño y Piar se apartaran de él y efectuaran, por su propia cuenta, una campaña contra Cumaná. Debilitado por esta separación y siguiendo los consejos de Brión se hizo a la vela rumbo a Ocumare (de la Costa), adonde arribó el 3 de julio de 1816 con 13 barcos, de los cuales sólo 7 estaban artillados. Su ejército se componía tan sólo de 650 hombres, que aumentaron a 800 por el reclutamiento de negros, cuya liberación había proclamado. En Ocumare difundió un nuevo manifiesto, en el que prometía "exterminar a los tiranos" y "convocar al pueblo para que designe sus diputados al congreso". Al avanzar en dirección a Valencia, se topó, no lejos de Ocumare, con el general español Morales, a la cabeza de unos 200 soldados y 100 milicianos. Cuando los cazadores de Morales dispersaron la vanguardia de Bolívar, éste, según un testigo ocular, perdió "toda presencia de ánimo y sin pronunciar palabra, en un santiamén volvió grupas y huyó a rienda suelta hacia Ocumare, atravesó el pueblo a toda carrera, llegó a la bahía cercana, saltó del caballo, se introdujo en un bote y subió a bordo del 'Diana', dando orden a toda la escuadra de que lo siguiera a la pequeña isla de Bonaire y dejando a todos sus compañeros privados del menor auxilio". Los reproches y exhortaciones de Brión lo indujeron a reunirse a los demás jefes en la costa de Cumaná; no obstante, como lo recibieron inamistosamente y Piar lo amenazó con someterlo a un consejo de guerra por deserción y cobardía, sin tardanza volvió a partir rumbo a Los Cayos. Tras meses y meses de esfuerzos, Brión logró finalmente persuadir a la mayoría de los jefes militares venezolanos -que sentían la necesidad de que hubiera un centro, aunque simplemente fuese nominal- de que llamaran una vez más a Bolívar como comandante en jefe, bajo la condición expresa de que convocaría al congreso y no se inmiscuiría en la administración civil. El 31 de diciembre de 1816 Bolívar arribó a Barcelona con las armas, municiones y pertrechos proporcionados por Pétion. El 2 de enero de 1817 se le sumó Arismendi, y el día 4 Bolívar proclamó la ley marcial y anunció que todos los poderes estaban en sus manos. Pero 5 días después Arismendi sufrió un descalabro en una emboscada que le tendieran los españoles, y el dictador huyó a Barcelona. Las tropas se concentraron nuevamente en esa localidad, adonde Brión le envió tanto armas como nuevos refuerzos, de tal suerte que pronto Bolívar dispuso de una nueva fuerza de 1.100 hombres. El 5 de abril los españoles tomaron la ciudad de Barcelona, y las tropas de los patriotas se replegaron hacia la Casa de la Misericordia, un edificio sito en las afueras. Por orden de Bolívar se cavaron algunas trincheras, pero de manera inapropiada para defender contra un ataque serio una guarnición de 1.000 hombres. Bolívar abandonó la posición en la noche del 5 de abril, tras comunicar al coronel Freites, en quien delegó el mando, que buscaría tropas de refresco y volvería a la brevedad. Freites rechazó un ofrecimiento de capitulación, confiado en la promesa, y después del asalto fue degollado por los españoles, al igual que toda la guarnición.
Piar, un hombre de color, originario de Curazao, concibió y puso en
práctica la conquista de la Guayana, a cuyo efecto el almirante
Brión lo apoyó con sus cañoneras. El 20 de julio, ya liberado de los
españoles todo el territorio, Piar, Brión, Zea, Mariño, Arismendi y
otros convocaron en Angostura un congreso de las provincias y
pusieron al frente del Ejecutivo un triunvirato; Brión, que
detestaba a Piar y se interesaba profundamente por Bolívar, ya que
en el éxito del mismo había puesto en juego su gran fortuna
personal, logró que se designase al último como miembro del
triunvirato, pese a que no se hallaba presente. Al enterarse de
ello Bolívar, abandonó su refugio y se presentó en Angostura, donde,
alentado por Brión, disolvió el congreso y el triunvirato y los
remplazó por un "Consejo Supremo de la Nación", del que se nombró
jefe, mientras que Brión y Francisco Antonio Zea quedaron al frente,
el primero de la sección militar y el segundo de la sección
política. Sin embargo Piar, el conquistador de Guayana, que
otrora había amenazado con someter a Bolívar ante un consejo de
guerra por deserción, no escatimaba sarcasmos contra el "Napoleón de
las retiradas", y Bolívar aprobó por ello un plan para eliminarlo.
Bajo las falsas imputaciones de haber conspirado contra los blancos,
atentado contra la vida de Bolívar y aspirado al poder supremo, Piar
fue llevado ante un consejo de guerra presidido por Brión y,
condenado a muerte, se le fusiló el 16 de octubre de 1817. Su
muerte llenó a Mariño de pavor. Plenamente consciente de su propia
insignificancia al hallarse privado del concurso de Piar, Mariño, en
una carta abyectísima, calumnió públicamente a su amigo victimado,
se dolió de su propia rivalidad con el Libertador y apeló a la
inagotable magnanimidad de Bolívar.
La conquista de la Guayana por Piar había dado un vuelco total a la
situación, en favor de los patriotas, pues esta provincia sola les
proporcionaba más recursos que las otras siete provincias
venezolanas juntas. De ahí que todo el mundo confiara en que la
nueva campaña anunciada por Bolívar en una flamante proclama
conduciría a la expulsión definitiva de los españoles. Ese primer
boletín, según el cual unas pequeñas partidas españolas que
forrajeaban al retirarse de Calabozo eran "ejércitos que huían ante
nuestras tropas victoriosas", no tenía por objetivo disipar tales
esperanzas. Para hacer frente a 4.000 españoles, que Morillo aún no
había podido concentrar, disponía Bolívar de más de 9.000 hombres,
bien armados y equipados, abundantemente provistos con todo lo
necesario para la guerra. No obstante, a fines de mayo de 1818
Bolívar había perdido unas doce batallas y todas las provincias
situadas al norte del Orinoco. Como dispersaba sus fuerzas,
numéricamente superiores, éstas siempre eran batidas por separado.
Bolívar dejó la dirección de la guerra en manos de Páez y sus demás
subordinados y se retiró a Angostura. A una defección seguía la
otra, y todo parecía encaminarse a un descalabro total. En ese
momento extremadamente crítico, una conjunción de sucesos
afortunados modificó nuevamente el curso de las cosas. En Angostura
Bolívar encontró a Santander, natural de Nueva Granada, quien le
solicitó elementos para una invasión a ese territorio, ya que la
población local estaba pronta para alzarse en masa contra los
españoles. Bolívar satisfizo hasta cierto punto esa petición. En el
ínterin, llegó de Inglaterra una fuerte ayuda bajo la forma de
hombres, buques y municiones, y oficiales ingleses, franceses,
alemanes y polacos afluyeron de todas partes a Angostura.
Finalmente, el doctor (Juan) Germán Roscio, consternado por la
estrella declinante de la revolución sudamericana, hizo su entrada
en escena, logró el valimiento de Bolívar y lo indujo a convocar,
para el 15 de febrero de 1819, un congreso nacional, cuya sola
mención demostró ser suficientemente poderosa para poner en pie un
nuevo ejército de aproximadamente 14.000 hombres, con lo cual
Bolívar pudo pasar nuevamente a la ofensiva.
Los oficiales extranjeros le aconsejaron diera a entender que
proyectaba un ataque contra Caracas para liberar a Venezuela del
yugo español, induciendo así a Morillo a retirar sus fuerzas de
Nueva Granada y concentrarlas para la defensa de aquel país, tras lo
cual Bolívar debía volverse súbitamente hacia el oeste, unirse a las
guerrillas de Santander y marchar sobre Bogotá. Para ejecutar ese
plan, Bolívar salió el 24 de febrero de 1819 de Angostura, después
de designar a Zea presidente del congreso y vicepresidente de la
república durante su ausencia. Gracias a las maniobras de Páez, los
revolucionarios batieron a Morillo y La Torre en Achaguas, y los
habrían aniquilado completamente si Bolívar hubiese sumado sus
tropas a las de Páez y Mariño. De todos modos, las victorias de
Páez dieron por resultado la ocupación de la provincia de Barinas,
quedando expedita así la ruta hacia Nueva Granada. Como aquí todo
estaba preparado por Santander, las tropas extranjeras, compuestas
fundamentalmente por ingleses, decidieron el destino de Nueva
Granada merced a las victorias sucesivas alcanzadas el 1 y 23 de
julio y el 7 de agosto en la provincia de Tunja. El 12 de agosto
Bolívar entró triunfalmente a Bogotá, mientras que los españoles,
contra los cuales se habían sublevado todas las provincias de Nueva
Granada, se atrincheraban en la ciudad fortificada de Mompós.
Luego de dejar en funciones al congreso granadino y al general
Santander como comandante en jefe Bolívar marchó hacia Pamplona,
donde pasó más de dos meses en festejos y saraos. El 3 de
noviembre llego a Mantecal, Venezuela, punto que había fijado a los
jefes patriotas para que se le reunieran con sus tropas Con un
tesoro de unos 2.000.000 de dólares, obtenidos de los habitantes de
Nueva Granada mediante contribuciones forzosas, y disponiendo de una
fuerza de aproximadamente 9.000 hombres, un tercio de los cuales
eran ingleses, irlandeses, hanoverianos y otros extranjeros bien
disciplinados, Bolívar debía hacer frente a un enemigo privado de
toda clase de recursos, cuyos efectivos se reducían a 4.500 hombres,
las dos terceras partes de los cuales, además, eran nativos y mal
podían, por ende, inspirar confianza a los españoles. Habiéndose
retirado Morillo de San Fernando de Apure en dirección a San Carlos,
Bolívar lo persiguió hasta Calabozo, de modo que ambos estados
mayores, enemigos se encontraban apenas a dos días de marcha el uno
del otro. Si Bolívar hubiese avanzado con resolución, sus solas
tropas europeas habrían bastado para aniquilar a los españoles. Pero
prefirió prolongar la guerra cinco años más.
En octubre de 1819 el congreso de Angostura había forzado a
renunciar a Zea, designado por Bolívar, y elegido en su lugar a
Arismendi. No bien recibió esta noticia, Bolívar marchó con su
legión extranjera sobre Angostura, tomó desprevenido a Arismendi,
cuya fuerza se reducía a 600 nativos, lo deportó a la isla Margarita
e invistió nuevamente a Zea en su cargo y dignidades. El doctor
Roscio, que había fascinado a Bolívar con las perspectivas de un
poder central, lo persuadió de que proclamara a Nueva Granada y
Venezuela como "República de Colombia", promulgase una constitución
para el nuevo estado -redactada por Roscio- y permitiera la
instalación de un congreso común para ambos países. El 20 de enero
de 1820 Bolívar se encontraba de regreso en San Fernando de Apure.
El súbito retiro de su legión extranjera, más temida por los
españoles que un número diez veces mayor de colombianos, brindó a
Morillo una nueva oportunidad de concentrar refuerzos. Por otra
parte, la noticia de que una poderosa expedición a las órdenes de
O'Donnell estaba a punto de partir de la Península, levantó los
decaídos ánimos del partido español. A pesar de que disponía de
fuerzas holgadamente superiores, Bolívar se las arregló para no
conseguir nada durante la campaña de 1820. Entretanto llegó de
Europa la noticia de que la revolución en la isla de León había
puesto violento fin a la programada expedición de O'Donnell. En
Nueva Granada, 15 de las 22 provincias se habían adherido al
gobierno de Colombia, y a los españoles sólo les restaban la
fortaleza de Cartagena y el istmo de Panamá. En Venezuela, 6 de las
8 provincias se sometieron a las leyes colombianas. Tal era el
estado de cosas cuando Bolívar se dejó seducir por Morillo y entró
con él en tratativas que tuvieron por resultado, el 25 de noviembre
de 1820, la concertación del convenio de Trujillo, por el que se
establecía una tregua de seis meses. En el acuerdo de armisticio no
figuraba una sola mención siquiera a la Republica de Colombia, pese
a que el congreso había prohibido, a texto expreso, la conclusión de
ningún acuerdo con el jefe español si éste no reconocía previamente
la independencia de la república.
El 17 de diciembre, Morillo, ansioso de desempeñar un papel en
España, se embarcó en Puerto Cabello y delegó el mando supremo en
Miguel de Latorre; el 10 de marzo de 1821 Bolívar escribió a Latorre
participándole que las hostilidades se reiniciarían al término de un
plazo de 30 días. Los españoles ocupaban una sólida posición en
Carabobo, una aldea situada aproximadamente a mitad de camino entre
San Carlos y Valencia; pero en vez de reunir allí todas sus fuerzas,
Latorre sólo había concentrado su primera división, 2.500 infantes y
unos 1.500 jinetes, mientras que Bolívar disponía aproximadamente de
6.000 infantes, entre ellos la legión británica, integrada por 1.100
hombres, y 3.000 llaneros a caballo bajo el mando de Páez. La
posición del enemigo le pareció tan imponente a Bolívar, que propuso
a su consejo de guerra la concertación de una nueva tregua, idea
que, sin embargo, rechazaron sus subalternos. A la cabeza de una
columna constituida fundamentalmente por la legión británica, Páez,
siguiendo un atajo, envolvió el ala derecha del enemigo; ante la
airosa ejecución de esa maniobra, Latorre fue el primero de los
españoles en huir a rienda suelta, no deteniéndose hasta llegar a
Puerto Cabello, donde se encerró con el resto de sus tropas. Un
rápido avance del ejército victorioso hubiera producido,
inevitablemente, la rendición de Puerto Cabello, pero Bolívar perdió
su tiempo haciéndose homenajear en Valencia y Caracas. El 21 de
setiembre de 1821 la gran fortaleza de Cartagena capituló ante
Santander. Los últimos hechos de armas en Venezuela -el combate
naval de Maracaibo en agosto de 1823 y la forzada rendición de
Puerto Cabello en julio de 1824- fueron ambos la obra de Padilla. La
revolución en la isla de León, que volvió imposible la partida de la
expedición de O'Donnell, y el concurso de la legión británica,
habían volcado, evidentemente, la situación a favor de los
colombianos.
El Congreso de Colombia inauguró sus sesiones en enero de 1821 en
Cúcuta; el 30 de agosto promulgó la nueva constitución y, habiendo
amenazado Bolívar una vez más con renunciar, prorrogó los plenos
poderes del Libertador. Una vez que éste hubo firmado la nueva carta
constitucional, el congreso lo autorizó a emprender la campaña de
Quito (1822), adonde se habían retirado los españoles tras ser
desalojados del istmo de Panamá por un levantamiento general de la
población. Esta campaña, que finalizó con la incorporación de
Quito, Pasto y Guayaquil a Colombia, se efectuó bajo la dirección
nominal de Bolívar y el general Sucre, pero los pocos éxitos
alcanzados por el cuerpo de ejército se debieron íntegramente a los
oficiales británicos, y en particular al coronel Sands. Durante las
campañas contra los españoles en el Bajo y el Alto Perú -1823-1824-
Bolívar ya no consideró necesario representar el papel de comandante
en jefe, sino que delegó en el general Sucre la conducción de la
cosa militar y restringió sus actividades a las entradas triunfales,
los manifiestos y la proclamación de constituciones. Mediante su
guardia de corps colombiana manipuló las decisiones del Congreso de
Lima, que el 10 de febrero de 1823 le encomendó la dictadura;
gracias a un nuevo simulacro de renuncia, Bolívar se aseguró la
reelección como presidente de Colombia. Mientras tanto su posición
se había fortalecido, en parte con el reconocimiento oficial del
nuevo estado por Inglaterra, en parte por la conquista de las
provincias alto peruanas por Sucre, quién unificó a las últimas en
una república independiente, la de Bolivia. En este país, sometido a
las bayonetas de Sucre, Bolívar dio curso libre a sus tendencias al
despotismo y proclamó el Código Boliviano, remedo del Code Napoleón.
Proyectaba trasplantar ese código de Bolivia al Perú, y de éste a
Colombia, y mantener a raya a los dos primeros estados por medio de
tropas colombianas, y al último mediante la legión extranjera y
soldados peruanos. Valiéndose de la violencia, pero también de la
intriga, de hecho logró imponer, aunque tan sólo por unas pocas
semanas, su código al Perú. Como presidente y libertador de
Colombia, protector y dictador del Perú y padrino de Bolivia, había
alcanzado la cúspide de su gloria. Pero en Colombia había surgido un
serio antagonismo entre los centralistas, o bolivistas, y los
federalistas, denominación esta última bajo la cual los enemigos de
la anarquía militar se habían asociado a los rivales militares de
Bolívar. Cuando el Congreso dé Colombia, a instancias de Bolívar,
formuló una acusación contra Páez, vicepresidente de Venezuela, el
último respondió con una revuelta abierta, la que contaba
secretamente con el apoyo y aliento del propio Bolívar; éste, en
efecto, necesitaba sublevaciones como pretexto para abolir la
constitución y reimplantar la dictadura. A su regreso del Perú,
Bolívar trajo además de su guardia de corps 1.800 soldados peruanos,
presuntamente para combatir a los federalistas alzados. Pero al
encontrarse con Páez en Puerto Cabello no sólo lo confirmó como
máxima autoridad en Venezuela, no sólo proclamó la amnistía para los
rebeldes, sino que tomó partido abiertamente por ellos y vituperó a
los defensores de la constitución; el decreto del 23 de noviembre de
1826, promulgado en Bogotá, le concedió poderes dictatoriales.
En el año 1826, cuando su poder comenzaba a declinar, logro reunir
un congreso en Panamá, con el objeto aparente de aprobar un nuevo
código democrático internacional. Llegaron plenipotenciarios de
Colombia, Brasil, La Plata, Bolivia, México, Guatemala, etc. La
intención real de Bolívar era unificar a toda América del Sur en una
república federal, cuyo dictador quería ser él mismo. Mientras daba
así amplio vuelo a sus sueños de ligar medio mundo a su nombre, el
poder efectivo se le escurría rápidamente de las manos. Las
tropas colombianas destacadas en el Perú, al tener noticia de los
preparativos que efectuaba Bolívar para introducir el Código
Boliviano, desencadenaron una violenta insurrección. Los peruanos
eligieron al general Lamar presidente de su república, ayudaron a
los bolivianos a expulsar del país las tropas colombianas y
emprendieron incluso una victoriosa guerra contra Colombia,
finalizada por un tratado que redujo a este país a sus límites
primitivos, estableció la igualdad de ambos países y separó las
deudas públicas de uno y otro. La Convención de Ocaña, convocada por
Bolívar para reformar la constitución de modo que su poder no
encontrara trabas, se inauguró el 2 de marzo de 1828 con la lectura
de un mensaje cuidadosamente redactado, en el que se realzaba la
necesidad de otorgar nuevos poderes al ejecutivo. Habiéndose
evidenciado, sin embargo, que el proyecto de reforma constitucional
diferiría esencialmente del previsto en un principio, los amigos de
Bolívar abandonaron la convención dejándola sin quórum, con lo cual
las actividades de la asamblea tocaron a su fin. Bolívar, desde una
casa de campo situada a algunas millas de Ocaña, publicó un nuevo
manifiesto en el que pretendía estar irritado con los pasos dados
por sus partidarios, pero al mismo tiempo atacaba al congreso,
exhortaba a las provincias a que adoptaran medidas extraordinarias y
se declaraba dispuesto a tomar sobre sí la carga del poder si ésta
recaía en sus hombros. Bajo la presión de sus bayonetas, cabildos
abiertos reunidos en Caracas, Cartagena y Bogotá, adonde se había
trasladado Bolívar, lo invistieron nuevamente con los poderes
dictatoriales. Una intentona de asesinarlo en su propio dormitorio
en Bogotá, de la cual se salvó sólo porque saltó de un balcón en
plena noche y permaneció agazapado bajo un puente, le permitió
ejercer durante algún tiempo una especie de terror militar. Bolívar,
sin embargo, se guardó de poner la mano sobre Santander, pese a que
éste había participado en la conjura, mientras que hizo matar al
general Padilla, cuya culpabilidad no había sido demostrada en
absoluto, pero que por ser hombre de color no podía ofrecer
resistencia alguna.
En 1829, la encarnizada lucha de las facciones desgarra baña la
república y Bolívar, en un nuevo llamado a la ciudadanía, la exhortó
a expresar sin cortapisas sus deseos en lo tocante a posibles
modificaciones de la constitución. Como respuesta a ese manifiesto,
una asamblea de notables reunida en Caracas le reprochó públicamente
sus ambiciones, puso al descubierto las deficiencias de gobierno,
proclamó la separación de Venezuela con respecto a Colombia y colocó
al frente de la primera al general Páez. El Senado de Colombia
respaldó a Bolívar, pero nuevas insurrecciones estallaron en
diversos lugares. Tras haber dimitido por quinta vez, en enero de
1830 Bolívar aceptó de nuevo la presidencia y abandonó a Bogotá para
guerrear contra Páez en nombre del congreso colombiano. A fines de
marzo de 1830 avanzó a la cabeza de 8.000 hombres, tomó Caracuta,
que se había sublevado, y se dirigió hacia la provincia de
Maracaibo, donde Páez lo esperaba con 12.000 hombres en una fuerte
posición. No bien Bolívar se enteró de que Páez proyectaba combatir
seriamente, flaqueó su valor. Por un instante, incluso, pensó
someterse a Páez y pronunciarse contra el congreso. Pero decreció el
ascendiente de sus partidarios en ese cuerpo y Bolívar se vio
obligado a presentar su dimisión ya que se le dio a entender que
esta vez tendría que atenerse a su palabra y que, a condición de que
se retirara al extranjero, se le concedería una pensión anual. El 27
de abril de 1830, por consiguiente, presentó su renuncia ante el
congreso. Con la esperanza, sin embargo, de recuperar el poder
gracias a la influencia de sus adeptos, y debido a que se había
iniciado un movimiento de reacción contra Joaquín. Mosquera, el
nuevo presidente de Colombia, Bolívar fue postergando su partida de
Bogotá y se las ingenió para prolongar su estada en San Pedro hasta
fines de 1830, momento en que falleció repentinamente.
Ducoudray-Holstein nos ha dejado de Bolívar el siguiente retrato:
"Simón Bolívar mide cinco pies y cuatro pulgadas de estatura, su
rostro es enjuto, de mejilla hundidas, y su tez pardusca y lívida;
los ojos, ni grandes ni pequeños, se hunden profundamente en las
órbitas; su cabello es ralo. El bigote le da un aspecto sombrío y
feroz, particularmente cuando se irrita. Todo su cuerpo es flaco y
descarnado. Su aspecto es el de un hombre de 65 años Al caminar
agita incesantemente los brazos. No puede andar mucho a pie y se
fatiga pronto. Le agrada tenderse o sentarse en la hamaca. Tiene
frecuentes y súbitos arrebatos de ira, y entonces se pone como loco,
se arroja en la hamaca y se desata en improperios y maldiciones
contra cuantos le rodean. Le gusta proferir sarcasmos contra los
ausentes, no lee más que literatura francesa de carácter liviano, es
un jinete consumado y baila valses con pasión. Le agrada oírse
hablar, y pronunciar brindis le deleita. En la adversidad, y cuando
está privado de ayuda exterior, resulta completamente exento de
pasiones y arranques temperamentales. Entonces se vuelve apacible,
paciente, afable y hasta humilde. Oculta magistralmente sus defectos
bajo la urbanidad de un hombre educado en el llamado beau monde,
posee un talento casi asiático para el disimulo y conoce mucho mejor
a los hombres que la mayor parte de sus compatriotas".
Por un decreto del Congreso de Nueva Granada los restos mortales de
Bolívar fueron trasladados en 1842 a Caracas, donde se erigió un
monumento a su memoria.
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