LA SINIESTRA MUERTE DEL PAPA INOCENCIO VIII
Uno
de los papados más controversiales de la historia de Roma es el de
Inocencio VIII, de 1484 a 1492. Muchas leyendas mezcladas con realidad
se han escrito de él, como que era viudo y padre de varios hijos
(reconocidos y no reconocidos), adicto a los libertinajes y que practicó
un nepotismo desvergonzado, al punto de nombrar cardenal al hermano de
su nuera, Giovanni de Médici, cuando tenía solamente 13 años de edad.
También se tejen historias intrigantes sobre su relación con el proyecto
de Cristóbal Colón, de quien especulan algunos hasta sería su hijo por
el parecido de sus retratos y otras señales, como lo hace Ruggero Marino
en "Cristoforo Colombo e il papa tradito". Por otro lado, se habla con
seriedad de cierta participación del pontífice -no siempre bien
reconocida por la historia- en la gestación del viaje a América de este
mismo marino.
Pero,
muy especialmente, se realza de Inocencio VIII su oscura fama como uno
de los mayores impulsores de la Sagrada Inquisición a través de la
emisión de la famosa bula "Summis desiderantes affectibus", que
reflejaba perfectamente la supuesta obsesión que el pontífice tenía por
los temas de la brujería, la nigromancia, los demonios y las artes
negras. Sin embargo, la gran ironía de su vida -con paradoja y sarcasmo
incluidos-, es que quizás falleció en medio de una práctica
sospechosamente parecida a las mismas acusaciones de sangre y de ritos
siniestros que la Inquisición se esforzaba en demostrar y castigar, como
veremos.
Nacido
en Génova como Giovanni Battista Cybo, el religioso tenía experiencia
en cuestiones políticas además de grandes e influyentes relaciones con
personajes como Alfonso V de Aragón. Alcanzando el grado de Obispo de
Savona y luego Cardenal, sería elegido Papa el 29 de agosto de 1484 para
suceder a Sixto IV quien, luego de un papado lleno de excesos, murió
afiebrado, con su gota agravada y con depresión por sus pasadas derrotas
militares y diplomáticas al ampliar los Estados Pontificios.
En
la elección del Obispo Giovanni como nuevo Papa, la Curia habría sido
influida por el vicecanciller Roderic de Borgia, futuro Alejandro VI.
Fue en este flamante y poderoso rol que, ya investido como Inocencio
VIII, intenta montar una frustrada campaña para convencer a las demás
autoridades religiosas y monárquicas de preparar una cruzada contra los
turcos, e inicia la etapa que se estima más frenética y violenta de las
cacerías de brujas, de acuerdo a la leyenda negra de la Edad Media. Era
el clímax para uno de los más sombríos períodos de la Iglesia Católica,
actuando asesorado por los dominicos alemanes Heinrich Kramer y Jacob
Sprenger, cuya "expertise" como inquisidores despiadados quedara
plasmada especialmente por iniciativa del primero de ellos en su famoso
libro "Malleus Maleficarum", en 1487, que representa todo un icono del
ocultismo y las demonología. La elección de Tomás de Torquemada como
Gran Inquisidor de España fue otra de las designaciones hechas por el
pontífice quien, curiosamente y al igual que su elegido, habría sido
descendiente de judíos conversos como aquellos sobre los cuales ponía
ahora el ojo vigilante.
Acercándose
a los ocho años de papado y siempre obcecado con sus temores a la
hechicería y a las interferencias diabólicas sobre los hombres, la salud
de Inocencio VIII habría comenzado a empeorar gravemente a raíz de una
enfermedad que parece coincidir con anemia, hidropesía por insuficiencia
renal, según sus biografías. Postrado en el que iba a ser su lecho de
muerte, comprendió que su vida se estaba extinguiendo y que los médicos
no tenían una cura para sus padecimientos, por lo que la desesperación
suya o de su círculo íntimo llevó a echar mano a prácticas más novedosas
y experimentales, pero también más cercanas a la improvisación que a
las disciplinas sanitarias. Algunos creían que incluso llegó a
alimentarse con leche humana, bebiéndola directamente de las mamas de
una "nodriza" personal.

El "Malleus Maleficarum", producido durante el papado de Inocencio VIII.
Fue
entonces cuando aparece un presunto "médico judío" cuyo nombre se ha
perdido en la historia, marcando el capítulo final del personaje.
Autores como Jacalyn Duffin en "History of medicine: a scandalously
short introduction", señalan que podría corresponder al galeno Giacomo
di San Genesio, aunque Kenneth Meyer Setton indica en "The Papacy and
the Levant, 1204-1571" que ese era el nombre de su médico personal, cuyo
fallecimiento prematuro permitió la intervención del nuevo y misterioso
sujeto al que nos referimos, haciendo que la agonía del Papa alcanzará
un nivel aún más trágico y dramático.
Viendo el estado casi terminal del paciente, el médico aparecido propone un temerario tratamiento de shock
para salvar al pontífice: hacer sangrías para drenar su sangre enferma y
cambiarla por la sangre joven que tres niños pequeños de diez años
donarían con el consentimiento de su padres, a quienes se les pagó un
ducado de oro por niño para hacer el aporte. No está claro en las
fuentes originales si se trató de inyectar esta sangre en su propio
organismo, cosa que parece bastante improbable, o si se le suministró
por vía oral, opción que además de ser la de muy mayores posibilidades,
da también a la situación general un matiz ritualista y casi vampiresco.
Por supuesto, hay muchísimo de mito y de la propia leyenda negra medieval en
estos pormenores.
Bien
se haya tratado de un rito sangriento o de otra de las barbaridades de
la poco científica medicina galénica, el resultado fue un desastre: se
cuenta que los tres niños murieron de hemorragia e hipovolemia en la
imprudente operación, pues se presume que el corte de extracción se les
efectuó en alguna zona vital del cuerpo como puede ser la arteria
carótida. Según observaciones del caso hechas por el doctor G. A.
Lindeboom y publicadas en un artículo de 1940 titulado "Een
bloedtransfusie op paus Innocentius VII?", es probable también que la
sangre de los donantes se haya coagulado rápidamente en cada extracción,
haciendo imposible concretar una supuesta transfusión. Y para peor
conclusión del entuerto, también murió el paciente, terminando la vida
de Inocencio VIII ese 25 de julio de 1492, sólo unos días antes del
zarpe de Colón desde Puerto de Palos que el mismo pontífice había
ayudado a gestar, gracias a sus contactos con la casa real de Castilla y
Aragón. Del misterioso médico judío responsable del tratamiento, en
tanto, a quien algunos identifican también como una especie de místico o
mago, nunca más se supo.
El
extraño incidente de la muerte del Papa ha sido puesto en duda por
muchas opiniones, por supuesto, tanto por los extraños detalles del
mismo que lo asocian a prácticas de transfusiones inexistentes en esos
años, como por el hecho de que no aparezca mencionado en fuentes serias
como "Diarium, sive rerum urbanarum commentarii, 1483-1506" de
Johannis Burchardi, quien rinde un interesante testimonio de la
enfermedad y muerte del pontífice. Sin embargo, otras fuentes
importantes dan cuenta de estos supuestos sucesos. En "Diarius urbe Romae",
por ejemplo, Stephani Infessurae escribió en 1492, casi apenas murió el
pontífice, algo en latín que se puede traducir más o menos de la
siguiente forma:
Mientras
tanto, la ciudad no dejó de sufrir padecimientos y muertes; primero, de
tres niños de diez años de edad, por venas cortadas por cierto médico
judío para restaurar la salud del papa, según prometió, muriendo en el
acto. El judío había dicho que iba a curar al pontífice, si obtenía
cierta cantidad de sangre humana y joven; la extrajo de los tres
muchachos a cuyas familias se había pagado un ducado para autorizar la
donación; y poco más tarde el papa moriría. El judío escapó, y el papa
no sanó.

Tumba de Inocencio VIII en la Basílica de San Pedro, en el Vaticano.
Otros quienes se refieren al caso son César Baronio y, más tarde, su sucesor Oderico Raynaldus, ambos en la colección de los "Annales ecclesiastici" del siglo XVII; y se reseña el extraño episodio también en la obra de 1859 titulada "La vie de Jérôme Savonarole",
de Pasquale Villari. Por su parte, Julio Melgares Marín se refiere a lo
mismo en 1886, en su trabajo "Procedimientos de la Inquisición",
haciéndolo de la siguiente manera:
El
25 de julio de 1492, Inocencio VIII espiraba de languidez. Exhausto, no
podía tenerse de pie, y acababa poco a poco, cual lámpara que ha
consumido todo su aceite. Cuéntase que un médico judío le prometió la
vida, por el medio, entonces recién descubierto, de la trasfusión de
ajena sangre en su cuerpo. Tres muchachos de diez años fueron sangrados
para prestarle el calor de su vida al pontífice, y los tres murieron. El
Papa no pudo sanar, y el judío tuvo que huir, temeroso de que los
nuevos gobernantes le pidieran cuenta de su crimen.
Ya
en nuestra época, el conocido científico Carl Sagan abordó algo del
tema en su libro "El mundo y sus demonios: la ciencia como una luz en la
oscuridad". Y en "La transfusión de sangre en medicina clínica", el
médico y académico de la Universidad de Londres, Dr. J. P. Mollison,
plantea dudas sobre las versiones de que la sangre haya tratado de ser
suministrada por vía intravenosa, como en las transfusiones modernas,
sino en un acto más cercano a un rito. En palabras textuales suyas:
Aunque
algunos afirman que la sangre se administró al Papa por la vena, la
idea más segura es que debió haber sido ofrecida como una pócima,
mientras tanto los tres jóvenes había muerto.
Llama
la atención que el procedimiento que se adjudica al "médico judío" (en
caso de haber existido y de haber sido, efectivamente, judío) se
parece muchísimo a las acusaciones de ritos de sangre en muchachos
pequeños, que varias autoridades medievales y la propia Inquisición le
adjudicaron a ciudadanos judíos en célebres casos históricos de esa
misma época, como los del Santo Dominguito del Val, San Simón de Trento,
el Santo Niño de La Guardia o Anderl von Rinn, entre otros que incluían
supuestos rasgos rituales de muerte y desangramiento al estilo de un
"sacrificio". ¿Pudo Inocencio VIII, acaso en su desesperación por
aferrarse a la vida, acceder a practicar la misma clase de ritos de los
que ya sabía bastante y que antes imputaba o perseguía con dura e
inmisericorde austeridad, atrapado por las promesas de algún místico
oscuro o vilmente engañado por un charlatán? ¿O acaso su oscura muerte
sólo fue aprovechada para alguna clase de propaganda por el mismo
estilo?
Jacalyn
Duffin intuye lo anteriormente expuesto en su ya señalado libro sobre
la historia de la medicina, aunque poniendo en tela de juicio el caso
por la misma razón, pues comenta al respecto:
La
evidencia sobre este peculiar tratamiento no es confiable, y la
historia es probablemente una invención antisemita, no muy diferente de
los rumores de asesinatos rituales de niños que se persiguieron en las
costumbres del Passover.
Borgia,
el amigo y asesor de Inocencio VIII, lo habría de suceder como Papa
tomando el nombre de Alejandro VI. Mantuvo algunas de las mismas
prácticas nepotistas y un gran involucramiento en asuntos de la
política, valiéndose de sus influencias dentro de la aristocracia romana
y de la creciente importancia de su familia, tras abonar al estallido
de las guerras intestinas de Italia en 1494 y 1501. Mas, la maldición de
muertes extrañas que pesaba contra aquella secuencia papas, no cesaba
todavía: murió en 1503, luego de un banquete en el que él y varios otros
asistentes terminaron enfermos, según se cree por envenenamiento o por
el contagio con alguna clase de peste. También pesaría la sospecha de
una muerte por intoxicación provocada en su sucesor, Pío III, que duró
menos de un mes en el alto cargo.
Inocencio
VIII había sido sepultado en el Oratorio de la Santísima Virgen, del
templo viejo de San Pedro. Debió ser exhumado en la demolición de 1606 y
luego trasladado a la nave izquierda de la Basílica de San Pedro en el
Vaticano, hasta la cripta de mármol negro esculpida por Antonio del
Pollaiolo, con una representación suya que fue la primera en que un Papa
apareció retratado en actitud viva sobre su propia tumba, pues hasta
entonces sólo se veían extendidos en la típica posición mortuoria sobre
el catafalco. Dice allí su memorial: "Novi orbis suo aevo inventi gloria", traducible como "Es suya la gloria del descubrimiento del Nuevo Mundo",
en alusión a su participación en el proyecto de Colón y los Reyes
Católicos. Nada hay en la cripta, por supuesto, que aclare o aporte más
información sobre su curiosa y macabra muerte.
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