LA METÁFORA DEL BICHO-CESANTE: UNA PROPUESTA PARA INTERPRETAR "LA METAMORFOSIS" DE KAFKA

 

Ilustración de la portada de la edición de Leipzig, en 1916, de "La Metamorfosis". Parece mostrar la desesperación del padre (en la novela se lo describe usando bata de levantarse, en ocasiones) ante la monstruosidad de su hijo detrás de la puerta entreabierta del cuarto. Fue una petición del propio Kafka el que no fuese ilustrado ni mostrado el insecto.
Nota: este artículo lo publiqué por primera vez en mi sitio URBATORIVM, en octubre de 2017. Lo traslado hasta acá tal cual, en 2022.
Este es el artículo que quizás más tiempo me ha tomado escribir, si cuento su punto de partida: desde los 16 años, para ser preciso, cuando mi maestro de juventud en el Liceo Manuel Barros Borgoño, el profesor Domingo Espejo, me entregó las que considero -hasta hoy- como las herramientas fundamentales para comprender la magia de la literatura, su ramo en mi querida Universidad del Matadero.
Desde entonces, pues, he tenido una interpretación personal sobre la tragedia del protagonista de unas de las novelas más conocidas de nuestra época secundaria: "La Metamorfosis", de Franz Kafka. Si bien lo había leído en un curso anterior, en otro liceo y durante el segundo año de enseñanza media (ocasión en la que, recuerdo, se nos hizo elaborar un ejemplar de un periódico completamente basado en el contenido, estética, inspiraciones y alusiones al libro), fue sólo en aquella ocasión, bajo la fuerza iluminadora de mi querido maestro de literatura, que pude dar con lo que creo la conclusión que más se ajusta a mi comprensión del mismo trabajo.
Han pasado los años, esperando pacientemente para ver alguna señal de que mi teoría no era tan novedosa o, por el contrario, dando espacio a la posibilidad de que la precipitación juvenil me haya engañado... Pero sigo bastante convencido de mi conclusión hasta hoy, aunque quizás no alcance para explicar toda la batería de contenidos de la breve obra, aclaro. No quiero hacer hipérbole de mi reflexión al respecto, pues.
Antes de entrar en mi modesta idea de la manera más concisa y sintética que me sea posible, cabe recordar que la célebre obra "La Metamorfosis" ("Die Verwandlung", originalmente, traducible del alemán como "La Transformación"), fue publicada en 1915 por el escritor de origen judeo-austrohúngaro Franz Kafka (1884-1924), convirtiéndose en el más conocido y representativo de sus trabajos, muy cargados de simbolismo y perturbación de la sicología de los personajes, y compuesto por trazos alineados con los movimientos expresionistas y existencialistas de la época. La novela, que se iba a convertir en un clásico universal, se habría gestado en su cabeza hacia 1912, según algunos biógrafos del autor. La editorial Penguin Books la ubicó en el ranking de los más grandes libros del siglo XX.
Un detalle interesante del relato es que conserva un deliberado aire de misterio al no dar muchos detalles del aspecto del insecto en el que ha acabado transformado el protagonista, estrategia que usa con tanta eficiencia también en alguna literatura deterror gótica y victoriana, llegando a su apogeo con las bestias impensables de H. P. Lovecraft, al punto de influir con este recurso en clásicos cinematográficos del mismo género, como "Alien" de Ridley Scott. De hecho, fue el propio Kafka quien pidió a los editores no incorporar ilustraciones del monstruo insectoide en el libro ni retratarlo en la portada, para que cada lector tuviese el desafío de imaginarlo y construirlo, como parte de su comprensión del relato.
Como es sabido, la obra se centra en la situación de un comerciante viajero llamado Gregorio Samsa (Gregor, originalmente), vendedor textil que, en una mañana cualquiera, amanece convertido en el repugnante insecto gigante desparramado incómodamente sobre su propia cama. Kafka no da pista, ninguna en lo absoluto, sobre el origen o la naturaleza de semejante transformación del personaje, cuya tragedia comienza con la misma narración del libro:
Una mañana, tras un sueño intranquilo, Gregorio Samsa se despertó convertido en un monstruoso insecto. Estaba echado de espaldas sobre un duro caparazón y, al alzar la cabeza, vio su vientre convexo y oscuro, surcado por curvadas callosidades, sobre el cual casi no se aguantaba la colcha, que estaba a punto de escurrirse hasta el suelo. Numerosas patas, penosamente delgadas en comparación al grosor normal de sus piernas, se agitaban sin concierto.
"¿Qué me ha ocurrido?", es todo lo que Samsa alcanza a preguntarse antes de comenzar a caer en cuenta de lo que ha sucedido con él, inicio de su tormento.
Antes de continuar, cabe señalar que entre las interpretaciones más frecuentes y divulgadas de la novela para esta transformación que pone en marcha la narración y que le da nombre al libro, está la falta de gratitud y de  responsabilidad del entorno social de cada hombre, que veremos muy reflejada en lo que sigue. El autor es claro, pues, en presentar a Samsa como el hombre que mantiene con su esfuerzo a toda la familia. Sin embargo, cuando está postrado y convertido en esta criatura carente de funcionalidad laboral, en lugar de devolverle la mano es tratado con repulsión y hasta se desea su desaparición.
Se podrían trazar analogías de lo descrito, además, con la situación de un familiar caído en desgracias económicas, o bien en limitaciones físicas como ceguera, invalidez, vejez, pérdida de juicio, etc., y la reacción adversa y falta de empatía de su círculo de contención, sumido en la irresponsabilidad, la ingratitud y el egoísmo extremos. Pero hay algo más a la vista...
También está la del rasgo de crítica social y algo acrática de Kafka, dirigida principalmente a la burocracia, la rigidez de los roles institucionalizados y el autoritarismo implícito a todas las estructuras jerárquicas. Samsa, en este concepto, sería la víctima que desde su individualismo o su ruptura con el sistema, acaba totalmente inconexo y a la deriva, mutado en la metáfora del insecto gigante, casi como sucede con los recursos grotescos y en apariencia absurdos que asoman en la literatura de William Burroughs, de Albert Camus o en el cine de David Cronenberg, ya en nuestro tiempo. Un cortocircuito emocional lo ha separado por completo de los convencionalismos y de la vida rutinaria, convirtiéndolo de inmediato en un ser monstruoso, repulsivo y disfuncional.
A la anterior explicación, algunos agregan el rasgo de identidad judía de Kafka como elemento de énfasis: su condición de tal en una sociedad esencialmente no judía y en pleno escenario de la Primera Guerra Mundial, además de progresivamente industrializada y a veces bastante hostil. Con matices, esta idea es comentada por escritores como Louis Begley y Jaime Fernández Martin. Incluso se planteó, alguna vez, una semejanza fonética  intencional entre el apellido de Samsa y el de Kafka.
A mayor abundamiento, a pesar de las comodidades en que vivía su familia ligada a la industria cervecera de Praga, el autor pasó varias penurias y urgencias en esos días de la Gran Guerra, debiendo timonear la compañía familiar y ocuparse de deberes profanos que lo alejaron en este período de la escritura, por lo que "La Metamorfosis" quizás pudo haber salido publicada antes, de no ser por este devenir dificultoso de su vida y del mundo. Sin embargo, culturalmente hablando, si bien el judaísmo de Kafka fue determinante en su vida, al igual que sucedía con Stephan Zweig no aparecerá tan manifiesto en sus estilos e inspiraciones, a diferencia de otros autores contemporáneos suyos como Gustav Meynrik e incluso los de orientación científica como Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis. Esto hace un tanto ambigua la convicción de que la identidad o la mera situación de judío de Kafka, sean suficientes para dar el argumento central a la crisis del personaje protagonista de la obra.
Sí se sabe que aquellos también fueron los años de la tormentosa relación del escritor con Felice Bauer, experimentando en carne propia el rechazo de una mujer amada. Súmese a esto que Kafka debió lidiar varias veces con su salud enfermiza y la debilidad física, que obligó a hospitalizarlo con frecuencia en su corta vida de 40 años, además de cierta sensibilidad que señalan sus biógrafos al temor por ser rechazado a causa de su aspecto, no muy agraciado o acaso diferente a los rasgos europeos dominantes en Praga y Austria. La comentada relación fonética entre el apellido de Kafka y el de su personaje Samsa, además, para algunos equivale a una representación indirecta de sí mismo en la obra. La novela tendría algo de autobiográfico, en tal sentido y en otros (como el distanciamiento paterno, por ejemplo), pero valiéndose de un lenguaje surrealista y metafórico, acaso alegórico.
Sin embargo, creo que a todos los autores de las interpretaciones convencionales sobre "La Metamorfosis" les falta algo basal en la experiencia: el conocimiento o la atención sobre los estados de depresión y la tragedia de la cesantía, que también se hace presente en el argumento. Ambos están reflejados tan tácitamente en la obra, que pasan casi inadvertidos por muchos analistas de la misma, confundidos con el tormento de la transformación en insecto por parte de quienes prefieren concentrarse en el ambiente angustiante y la perturbación que fluye por aquellas líneas.
Es sólo uno y nada más que uno el punto decisivo, en otras palabras: la razón por la que el joven vendedor se "convierte" en el horroroso bicho, a través de una mixtura entre recursos de prosopopeya y representación simbólica.
Hay algunas reflexiones curiosas que hace Samsa en su semiinconsciencia, mientras despierta para descubrir el horroroso mal que lo afecta. Este pensamiento es bastante significativo sobre el estado en que ya se hallaba su vida al momento de caer en el desastre:
¡Qué cansada es la profesión que he elegido! -se dijo-. Siempre de viaje. Las preocupaciones son mucho mayores cuando se trabaja fuera, por no hablar de las molestias propias de los viajes: estar pendiente de los enlaces de los trenes; la comida mala, irregular; relaciones que cambian constantemente, que nunca llegan a ser en verdad cordiales, y en las que no tienen cabida los sentimientos. ¡Al diablo con todo!
Enfatizo mi teoría, entonces: Gregorio Samsa no es otra cosa que un hombre que acaba de perder un negocio por un error que le costará todo lo que ha construido en la vida, partiendo por el empleo que le da subsistencia. El punto de partida no es su transformación en bicho que lo dejará inutilizado y sin empleo, sino al revés: su atraso, su falta laboral, que lo deja sin empleo y simbólicamente convertido en un bicho inútil y despreciado por su propio entorno familiar.
Aún tratándose de un comerciante de quehacer bastante independiente en algunos rangos, las señales e indicios claros de que ha perdido algo importante, están dispersos en la obra. Revisemos, por lo mismo, las demás divagaciones por las que pasa el personaje mientras sigue despertando y tomando consciencia del estado en que se hallaba aquella mañana:
"Esto de levantarse pronto -pensó- le hace a uno desvariar. El hombre tiene que dormir. Otros viajantes viven como pachás. Si yo, por ejemplo, a lo largo de la mañana vuelvo a la pensión para pasar a limpio los pedidos que he conseguido, estos señores todavía están sentados tomando el desayuno. Eso podría intentar yo con mi jefe, en ese momento iría a parar a la calle. Quién sabe, por lo demás, si no sería lo mejor para mí. Si no tuviera que dominarme por mis padres, ya me habría despedido hace tiempo, me habría presentado ante el jefe y le habría dicho mi opinión con toda mi alma. ¡Se habría caído de la mesa! Sí que es una extraña costumbre la de sentarse sobre la mesa y, desde esa altura, hablar hacia abajo con el empleado que, además, por culpa de la sordera del jefe, tiene que acercarse mucho. Bueno, la esperanza todavía no está perdida del todo; si alguna vez tengo el dinero suficiente para pagar las deudas que mis padres tienen con él -puedo tardar todavía entre cinco y seis años lo hago con toda seguridad. Entonces habrá llegado el gran momento, ahora, por lo pronto, tengo que levantarme porque el tren sale a las cinco", y miró hacia el despertador que hacía tictaqueaba sobre el armario.
"¡Dios del cielo!", pensó.
El símbolo oscuro y perturbador del bicho-cesante inservible en que se ha convertido Samsa, entonces, no sería la causa detonante del rechazo y desprecio en que cae al volverse inútil a su propia familia, como plantean algunas interpretaciones más simplistas y menos reflexivas, sino todo lo contrario: se ha convertido en un ser molesto y grotesco, disfuncional, precisamente porque ha quedado inutilizado ante el resto, en este caso como proveedor y hombre de trabajo de la casa.
Más aún, Samsa cae en esta desgracia por algo tan trivial como quedarse dormido al no oír o no sonar su despertador, pero también al sentirse dominado por el cansancio y el hastío de un trabajo agotador, extenuado por una mala vida, perdiendo su pasaje de tren, algún buen negocio y el empleo mismo en el almacén:
Eran las seis y media y las manecillas seguían tranquilamente hacia delante, ya había pasado incluso la media, eran ya casi las menos cuarto. '¿Es que no habría sonado el despertador?' Desde la cama se veía que estaba correctamente puesto a las cuatro, seguro que también había sonado. Sí, pero... ¿era posible seguir durmiendo tan tranquilo con ese ruido que hacía temblar los muebles? Bueno, tampoco había dormido tranquilo, pero quizá tanto más profundamente.
¿Qué iba a hacer ahora? El siguiente tren salía a las siete, para cogerlo tendría que haberse dado una prisa loca, el muestrario todavía no estaba empaquetado, y él mismo no se encontraba especialmente espabilado y ágil; e incluso si, consiguiese coger el tren, no se podía evitar una reprimenda del jefe, porque el mozo de los recados habría esperado en el tren de las cinco y ya hacía tiempo que habría dado parte de su descuido. Era un esclavo del jefe, sin agallas ni juicio. ¿Qué pasaría si dijese que estaba enfermo? Pero esto sería sumamente desagradable y sospechoso, porque Gregorio no había estado enfermo ni una sola vez durante los cinco años de servicio. Seguramente aparecería el jefe con el médico del seguro, haría reproches a sus padres por tener un hijo tan vago y se salvaría de todas las objeciones remitiéndose al médico del seguro, para el que sólo existen hombres totalmente sanos, pero con aversión al trabajo. ¿Y es que en este caso no tendría un poco de razón? Gregorio, a excepción de una modorra realmente superflua después del largo sueño, se encontraba bastante bien e incluso tenía mucha hambre
Era tan exigente su trabajo como encargado de ventas, de hecho, que antes de poder salir de la cama venciendo las limitaciones de su nueva anatomía de artrópodo, desde el almacén llegaron a su residencia tocando el timbre, para exigir una explicación por el boleto de tren perdido: era el señor apoderado, el gerente administrador del negocio, que fue atendido por la criada, Anna. Venía exigiendo hablar directamente con su empleado, que intenta ganar tiempo para que no entren a la habitación y descubran su penosa nueva condición. En la espera, el apoderado es abordado por la familia del afectado: madre, padre y hermana Grete, quienes intentan excusar al protagonista por su extraño comportamiento.
Caricatura de Kafka convertido en su propia creación literaria. Ilustración del artista mexicano Rogelio Naranjo. Imagen publicada en La Revista (larevista.ec).
Una interpretación libre de la escena de Gregorio convertido en insecto (representado acá más parecido a una cucaracha), atraído por la música del violín de su hermana. Imagen publicada por El Confidencial (elconfidencial.com).
De un momento a otro, ante la negativa de Samsa de abrir la puerta, el apoderado se acerca hasta la misma y le hablará a través de ella, aportando a la narración información que permite suponer que el vendedor ya estaba siendo cuestionado laboralmente, en cierto grado, dentro de su empresa y desde antes del "percance" de aquella mañana:
Señor Samsa -exclamó entonces el apoderado levantando la voz-. ¿Qué ocurre? Se atrinchera usted en su habitación, contesta solamente con sí o no, preocupa usted grave e inútilmente a sus padres y, dicho sea de paso, falta usted a sus deberes de una forma verdaderamente inaudita. Hablo aquí en nombre de sus padres y de su jefe, y le exijo seriamente una explicación clara e inmediata. Estoy asombrado, estoy asombrado. Yo le tenía a usted por un hombre formal y sensato, y ahora, de repente, parece que quiere usted empezar a hacer alarde de extravagancias extrañas. El jefe me insinuó esta mañana una posible explicación a su demora, se refería al cobro que se le ha confiado desde hace poco tiempo. Yo realmente di casi mi palabra de honor de que esta explicación no podía ser cierta. Pero en este momento veo su incomprensible obstinación y pierdo todo el deseo de dar la cara en lo más mínimo por usted, y su posición no es, en absoluto, la más segura. En principio tenía la intención de decirle todo esto a solas, pero ya que me hace usted perder mi tiempo inútilmente no veo la razón de que no se enteren también sus señores padres. Su rendimiento en los últimos tiempos ha sido muy poco satisfactorio, cierto que no es la época del año apropiada para hacer grandes negocios, eso lo reconocemos, pero una época del año para no hacer negocios no existe, señor Samsa, no debe existir.
Y Samsa trató de responder -con su nueva voz bestial- pidiéndole paciencia y prometiendo que abriría la puerta, pues creyó que la mejor explicación de todo era que por fin pudiesen verlo tal cual era, al tiempo que intentaba defenderse de las acusaciones intentando vocalizar palabras humanas desde sus mandíbulas de insecto, que sólo conseguían producir una tono distorsionado y animal:
No hay motivo alguno para todos los reproches que me hace usted; nunca se me dijo una palabra de todo eso; quizá no haya leído los últimos pedidos que he, enviado. Por cierto, que en el tren de las ocho salgo de viaje, las pocas horas de sosiego me han dado fuerza. No se entretenga usted señor apoderado; yo mismo estaré enseguida en el almacén, tenga usted la bondad de decirlo y de saludar de mi parte al jefe.
Alertados por lo extraño de la situación, los presentes hicieron llamar a un cerrajero y, por si acaso alguna enfermedad afectara al encerrado, pensaron en solicitar también a un médico. Sin embargo, sacando fuerzas del alma (lo único humano que le quedaba a esas alturas) y tratado de dominar su nueva anatomía, Samsa logró abrir la puerta por sus propios medios, causando pavor en su propia familia y provocando la rápida huida del apoderado. Será el padre quien, ayudado de un bastón, vuelve a encerrar al hijo que ya no reconoce en ese aspecto insectoide.
Desde mi interpretación, entonces, Samsa es el hombre que ha perdido un empleo, volviéndose un bicho inútil en el símbolo propuesto por Kafka. Todas sus reflexiones durante el proceso de despertar y descubrirse convertido en insecto, van en el sentido de advertir su falta a la puntualidad y las serias consecuencias de su involuntario acto de irresponsabilidad laboral.
Hay detalles aportados por el autor que revelan la importancia que Samsa tenía como sostén de la familia, además, pudiendo conjeturarse lo grave y devastador que resultaba ahora su abrupto estado de desocupación; tan abrupto como la propia descripción de su despertar convertido en un monstruo insectoide:
Los padres no entendían todo esto demasiado bien: durante todos estos largos años habían llegado al convencimiento de que Gregorio estaba colocado en este almacén para el resto de su vida, y además, con las preocupaciones actuales, tenían tanto que hacer, que habían perdido toda previsión. Pero Gregorio poseía esa previsión. El apoderado tenía que ser retenido, tranquilizado, persuadido y, finalmente, atraído. ¡El futuro de Gregorio y de su familia dependía de ello! ¡Si hubiese estado aquí la hermana!.
Y más adelante, mientras el protagonista intenta acostumbrarse a su nueva horrible vida, observa la narración el estado en que está la familia, justamente a causa de esta deplorable situación:
Sin embargo, este dinero no era del todo suficiente como para que la familia pudiese vivir de los intereses; bastaba quizá para mantener a la familia uno, como mucho dos años, más era imposible. Así pues, se trataba de una suma de dinero que, en realidad, no podía tocarse, y que debía ser reservada para un caso de necesidad, pero el dinero para vivir había que ganarlo. Ahora bien, el padre era ciertamente un hombre sano, pero ya viejo, que desde hacía cinco años no trabajaba y que, en todo caso, no debía confiar mucho en sus fuerzas; durante estos cinco años, que habían sido las primeras vacaciones de su esforzada y, sin embargo, infructuosa existencia, había engordado mucho, y por ello se había vuelto muy torpe. ¿Y la anciana madre? ¿Tenía ahora que ganar dinero, ella que padecía de asma, a quien un paseo por el piso producía fatiga, y que pasaba uno de cada dos días con dificultades respiratorias, tumbada en el sofá con la ventana abierta? ¿Y la hermana también tenía que ganar. dinero, ella que todavía era una criatura de diecisiete años, a quien uno se alegraba de poder proporcionar la forma de vida que había llevado hasta ahora, y que consistía en vestirse bien, dormir mucho, ayudar en la casa, participar en algunas diversiones modestas y, sobre todo, tocar el violín? Cuando se empezaba hablar de la necesidad de ganar dinero, Gregorio acababa por abandonar la puerta y arrojarse sobre el fresco sofá de cuero, que estaba junto a la puerta, porque se ponía al rojo vivo de vergüenza y tristeza.
Ciertas interpretaciones del libro ponen acento también en este cambio familiar y en su relación con la pérdida del empleo, a causa de la transformación de Samsa en lo que acá identificamos como el bicho-cesante. Empero, no he podido encontrar ninguna que explique que es la propia caída laboral del protagonista lo que le ha convertido metafóricamente en el insecto, con las vergüenzas, angustias, depresiones y daños que ha provocado en sus seres queridos que, con el tiempo, le van perdiendo la paciencia, el afecto y la empatía.
La familia, partiendo particularmente el padre, comienzan a despreciarlo en las páginas que avanzan: no reconocen rasgos humanos en él, pues no comprenden que el hombre sigue atrapado dentro de ese ser invertebrado y coleóptero. Su hermana lo alimenta con desconfianza y venciendo la repulsa.
Es claro el calvario depresivo que el autor le adjudica al personaje, el bicho-cesante: cuenta que solía permanecer tumbado durante toda la noche y sin dormir, ni un instante siquiera; se arrastraba, trepaba muros, colgaba del techo, se escondía bajo un sillón canapé y, otras veces, con gran esfuerzo, lograba empujar una silla hasta un lado de la ventana, subiéndose a para mirar al exterior, recordando meditabundo y ensimismado lo libre que fue alguna vez allí. Mientras tanto, su esforzada hermana intentaba hacer más llevadera esta tragedia, atendiéndolo y procurándole menores sufrimientos, hasta cuando ella misma se fue volviendo menos tolerante para con el desgraciado.
Tuvieron que pasar varios días para intentar reencontrarse con su madre, aún temerosa de su aspecto, pero la situación fue igualmente frustrante que la aterró hasta el desmayo. Todo fue un desastre y la familia hasta creyó que Gregorio intentaba escapar de su cuarto, al que habían comenzado ya a retirarle muebles para facilitarle el hábito de desplazase en su interior, aunque él interpretaba esto con pena, sintiendo que le estaban arrebatando sus pertenencias (¿Aludirá esto, acaso, al momento en que comienzan a despojarse de bienes las familias en problemas económicos, obligando al mismo sacrificio a quien antes sostenía al grupo?). En el enfrentamiento con el padre que siguió al incidente, además, éste atacó al protagonista arrojándole manzanas desde un frutero, una de las cuales acabó incrustada dolorosamente en su lomo, lo que le dejó parcialmente inválido e impedido de toda agilidad, además de provocarle una infección con el correr de los días.
El calvario de Gregorio se ha extendido por toda la familia, entonces, destruyéndola con las consecuencias de la debacle económica y el temor de caer en la miseria, por la desocupación del principal miembro proveedor de la misma. La descripción hecha por Kafka de este drama, es muy explícita y sin rodeos:
¿Quién en esta familia, agotada por el trabajo y rendida de cansancio, iba a tener más tiempo del necesario para ocuparse de Gregorio? El presupuesto familiar se reducía cada vez más, la criada acabó por ser despedida. Una asistenta gigantesca y huesuda, con el pelo blanco y desgreñado, venía por la mañana y por la noche, y hacía el trabajo más pesado; todo lo demás lo hacía la madre, además de su mucha costura. Ocurrió incluso el caso de que varias joyas de la familia, que la madre y la hermana habían lucido entusiasmadas en reuniones y fiestas, hubieron de ser vendidas, según se enteró Gregorio por la noche por la conversación acerca del precio conseguido. Pero el mayor motivo de queja era que no se podía dejar este piso, que resultaba demasiado grande en las circunstancias presentes, ya que no sabían cómo se podía trasladar a Gregorio. Pero Gregorio comprendía que no era sólo la consideración hacia él lo que impedía un traslado, porque se le hubiera podido transportar fácilmente en un cajón apropiado con un par de agujeros para el aire; lo que, en primer lugar, impedía a la familia un cambio de piso era, aún más, la desesperación total y la idea de que habían sido azotados por una desgracia como no había igual en todo su círculo de parientes y amigos. Todo lo que el inundo exige de la gente pobre lo cumplían ellos hasta la saciedad: el padre iba a buscar el desayuno para el pequeño empleado de banco, la madre se sacrificaba por la ropa de gente extraña, la hermana, a la orden de los clientes, corría de un lado para otro detrás del mostrador, pero las fuerzas de la familia ya no daban para más. La herida de la espalda comenzaba otra vez a dolerle a Gregorio como recién hecha cuando la madre y la hermana, después de haber llevado al padre a la cama, regresaban, dejaban a un lado el trabajo, se acercaban una a otra, sentándose muy juntas. Entonces la madre, señalando hacia la habitación de Gregorio, decía: "Cierra la puerta, Grete" y cuando Gregorio se encontraba de nuevo en la oscuridad, fuera las mujeres confundían sus lágrimas o simplemente miraban fijamente a la mesa sin llorar.
Refugiado en su habitación oscura y sucia, sólo con ocasionales incursiones al exterior, los maltratos a Gregorio continuaron con la asistenta que fue contratada para reemplazar a la criada: una viuda bruta y agresiva que, además de tratarlo de "escarabajo pelotero", llegó a atacarlo varias veces sin ofrecer un atisbo de temor por su aspecto. Ya no dormía y ya no comía, resignado a su sombría expectativa de existencia e incapaz de revertir la situación saliendo de su triste estado. Desde ahí en el encierro, sólo adivinaba o veía a medias la actividad de la familia, tan ajena ya a la suya.
Ya hacia el final, Gregorio incluso cometió la imprudencia de acercarse sigilosamente a sus familiares durante una reunión con tres huéspedes que habían llegado a vivir ahora en la casa, en una habitación que debió ser puesta en alquiler por sus padres, en su permanente urgencia de recursos. Llegó allí seducido por la belleza y la nostalgia de la melodía del violín que tocaba su hermana, provocando otra vez un alboroto y la huida de los huéspedes, que se marcharon sin pagar al sentirse pasados a llevar por el padre, en su desesperación intentando evitar que ellos vieran al engendro. Acto seguido, la hermana montó en cólera y llanto, convenciendo a sus padres de que ya debían deshacerse del insecto.
Débil e incapaz de resistir más, Gregorio murió esa misma noche, ya al comenzar el albor de la mañana. Su cadáver fue descubierto por la asistenta, quien dio aviso a la familia. La empleada incluso empujó el ya liviano y famélico cuerpo de insecto con una escoba, para verificar ante los padres que estuviese muerto. La familia se persignó y agradeció a Dios el final de esta pesadilla, comenzando casi de inmediato a planear para sí un mejor futuro, ya sin el miembro bicho-cesante entre ellos.

Comentarios

  1. Comentario recuperado desde el lugar de primera publicación de este artículo en 2017, en el sitio URBATORIVM:

    Jose18 de octubre de 2017, 14:29

    Efectivamente, y siempre tuve la idea que Kafka visionó lo que sería la sociedad moderna. Hoy nos encontramos sin propósito. Antiguamente todos tenían sus tareas asignadas y se traspasaban de generación tras generación, el herrero aprendía y perfeccionaba la técnica de su padre y este a sus vez de su abuelo, el carpintero, el profesor, el médico, el policía, etc, todos en sus puestos, los que a su vez daban vida a una comunidad que perduró así por años (que en algunos lugares lejos de las ciudades aún subsiste). Hoy en día, después de muchas revoluciones industriales, nos encontramos sin un propósito en esta sociedad, es más, somos un simple engranaje que poco se diferencia del que esta junto a ti. Lo anterior al ser contrario a nuestra naturaleza, se traduce en desesperanza y depresión, quedamos atrapados como un producto en serie sobre una gran cinta de montaje que termina en un artículo envasado dentro de un cajón listo para colocar bajo tierra. He visto bebes que en vez de estar con su madre, son arrastrados a impersonales y frías salas cuna, he visto niños que olvidaron el compañerismo y se trenzan en competencias salvajes para determinar su futuro académico, he visto a adultos arrastrando sus pies par ir y rendir cuentas en un trabajo que le otorga lo justo para sobrevivir, he visto abuelos que son abandonados en asilos, con sus mentes idas esperando sentados junto a otros, con la misma esperanza que ese sea el último día. Porque dentro de este mundo seriado el débil es sacado, como si no cumpliera con los controles de calidad dictados por la sociedad, peleando por obtener un cupo en carreras y trabajos que a la larga no van a otorgar el bienestar de ser un hombre único y exitoso, lamentablemente serán igual que cien o quizás mil o mejor millones de hombres frustrados sobre esta cinta de armado industrial. Solo algunos se dan cuenta de esta frustración al notar que el hogar que eligieron, ya sea un apartamento o una casa en un lindo condominio, usando para ello todo su esfuerzo y que, además, representaba todas sus aspiraciones de triunfo, no son más que la amplificación de interminables góndolas o aparadores de supermercado, ordenados en infinitos pasillos. Todos consumiendo sin propósito…de verdad toda la razón con el análisis, cuando te das cuenta del vacío humano en el que te encuentras y tratas de escapar de esta cinta de armado en serie, te transformas para los demás en lo absurdo, en lo grotesco, en el error…en un insecto. Lo más probable que la sociedad contemporánea a Kafka estaba dando muestras incipientes de la locura humana que vivimos hoy día.

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