LA CONFESIÓN DE NERUDA SOBRE SU OSCURO EPISODIO EN CEYLÁN Y ALGUNAS OTRAS OBSERVACIONES A ESTA MÁCULA EN LA VIDA DEL POETA
Fotografía de Neruda en el Archivo Central Andrés Bello, Universidad de Chile.
Es diciembre de 2015, y acaba
de terminar el festival con características de verdadera procesión
religiosa de dos días, titulado "Neruda viene volando", que recorrió
parte de Recoleta, Independencia y el sector de Santiago Centro con un
muñeco gigante del vate y batucadas al estilo de la "Fiesta de los 1000
tambores" de Valparaíso, incluyendo las carretadas de basura dejadas a
su paso.
Debe
reconocerse el esfuerzo del ministerio, la intendencia, las
municipalidades coordinadas para la realización de estas grandes
presentaciones públicas, sin duda. Tengo la mejor impresión de su
gestor, además: el diseñador Jorge Soto Veragua, a quien conocí en
persona hace unos años, durante el lanzamiento de una obra suya en
Recoleta. No obstante, me parece que no deja de percibirse cierto vaho
de propaganda para un propósito bastante concreto, en este "festival
ciudadano" de un caluroso fin de semana.
El
evento, además de la propuesta del gestor y los organizadores, se
relaciona quizá con el conocido encanto nerudiano profesado desde el
Consejo de la Cultura, pero -aunque nunca será admitido- también con la
necesidad de dar argumentos pasionales y popularizar el interés en
ponerle el nombre de nuestro Premio Nobel de Literatura de 1971 al
principal aeropuerto de Chile.
Convengamos en que es legítimo, por cierto. Sin embargo, extraña que los mismos críticos online que hace sólo dos semanas reprochaban ácidamente el paso de los globos gigantes del "Paris Parade" (entre los que estaban el Chavo del 8, Batman, Shrek y Optimus Prime)
también bajo importantes auspicios y por céntricas calles santiaguinas,
ahora caían rendidos de encantos por este gran carnaval colorido
haciendo ostentación de sus propios muñecos colosales (un esbelto Neruda
acostado de guata y con 22 metros de largo) al estilo de las dos
visitas de "La Pequeña Gigante" hace pocos años, y cargado de un
cuidadoso sentido publicitario subyacente (Metro S.A.) que no lo aleja
mucho del mismo espíritu del anterior pasacalle en la Alameda. Ambos
fueron autorizados como la misma clase de eventos culturales públicos y
callejeros.
El
título del carnaval nerudiano guarda relación con el de su poema y
homenaje titulado "Alberto Rojas Jiménez viene volando" de 1934, escrito
para su joven colega muerto en Santiago de Chile ese mismo año, a pesar
de que pocos de los convencidos nerudianos parecieron reconocer esto
(escuché un par de interpretaciones ingeniosas pero inexactas sobre el
porqué del nombre).
Tampoco
parece haber sido un dato importante de difundir para organizadores y
participantes, que las presentaciones en las "estaciones" del carnaval
estaban basadas en el trabajo del mismo nombre del dramaturgo Jorge Díaz
(1930-2007), presentado en 1991 con elenco del Teatro Ictus... Pero
bueno, la fiesta era para Neruda y nadie más, y ya conocemos de sobra
esa suerte de monoteísmo cultural en que algunos han tratado de instalar
el estatus del autor de los "Cien sonetos de amor", erigiéndolo como un
eclipse casi monopólico sobre todo el resto de la intelectualidad
chilena.
Empero,
el momento no era favorable a la dignidad del nombre del carnaval ni
del homenajeado, así que no me llamó mucho la atención cómo en redes
sociales, rápidamente, el título del festival se convirtió en un rotundo
"Neruda viene violando", aludiendo al oscuro episodio que hoy ha
caído en revisión crítica desde sus propias memorias "Confieso que he
vivido", publicado en forma póstuma en 1974 y que el autor se había
apresurado a concluir ya con la muerte y su reloj de arena esperándolos
al pie de la cama. Algunas filípicas contra el poeta han sonado
precisamente en este período, a propósito de lo mismo.
El
episodio en cuestión, a todas luces la descripción de la violación de
una mujer indefensa durante la juventud del poeta y en el primero de sus
viajes a oriente, ha despertado nuevas formas de pasiones tanto para la
defensa de Neruda por parte de sus incondicionales seguidores, como por
el desprecio que algunos comienzan a manifestar contra el mismo o bien
adicionan al resquemor que ya le tenían (especialmente por cuestiones
políticas, es bien sabido), sólo aprovechando la ventajosa oportunidad
que les permite este estrepitoso caso.
Por mi parte, admito haber sido otro de los pajarones
que, leyendo "Confieso que he vivido", pasó por encima de la gravedad
de las líneas que describen el "incidente" de Ceylán, en que claramente
se retrata una violación sexual por el mismo violador. Sin embargo, creo
tener una buena justificación, o una excusa cuanto menos: lo que
entonces llamó mi total atención no fue el hecho en sí, sino la extraña
semejanza de lo descrito con otra historia que ya conocía y desde la
obra de otro autor, uno muy diferente, y que expondré al final de este
texto aunque sin poder proponer teorías sólidas al respecto.
VICIOS NERUDIANOS
Partamos
con algunas precauciones, antes de entrar en materia en este blog donde
nunca he definido una posición categórica sobre la controvertida figura
de Pablo Neruda, elogiándolo o criticándolo según la relación del
personaje con cada contenido. Como todo humano muy imperfecto, su vida
ofrece matices que llegan a ser extremos.
Los juicios contaminados por la falacia del argumento ad homimen
o (des)calificación personal están entre los más populares y frecuentes
para estas cuestiones conmemorativas y de reconocimientos históricos,
especialmente cuando se trata de personajes con alcances controversiales
(O'Higgins, Carrera,
Freire, Portales, Baquedano, Balmaceda, etc... para qué seguir).
Personalmente, evito concentrarme en ellos cuando aparecen por las
fuentes de consulta, aunque está claro que hay una marcada
predisposición del medio a tolerar algunos cuando van de la mano del discurso oficial.
Hasta a Sebastián Piñera lo vimos invocando emocionado a Neruda,
durante la campaña presidencial que lo llevó a La Moneda en 2010.
La
derecha chilena en el Congreso Nacional, haciendo escuela casuística
sobre su desconexión ya total e irreparable con el mundo de la cultura y
los códigos de estimación del peso patrimonial de un personaje
histórico, nos dio una estupenda clase didáctica de este razonamiento
visceral e interdicto al reclamar contra el proyecto de cambio de nombre
del Aeropuerto Internacional Comodoro Arturo Merino Benítez por el de
Pablo Neruda, en base a que el poeta era "un comunista". Así, tal
cual suena de necio y de "Franja del Sí" de 1988. De este modo, de
todos los muchos argumentos que pueden esgrimirse contra este propósito,
la representación del partidismo de derecha se encargó de arrojar al
tapete la carta más necia que pudo y con ello acabó reforzando la
postura de quienes sí están a favor del cambio de nombre, para desgracia
de quienes teníamos nuestras propias aprensiones bien fundadas al
respecto.
Sin
embargo, también es un hecho que Neruda está siendo elevado a figura
pía y secular en áreas que no corresponden a su estricto campo de
actividad literaria, política y diplomática, cayéndose en el mismo vicio
del juicio a la persona por sobre su obra pero desde la posición
opuesta: la del endiosamiento, una virtual canonización del poeta en
todos sus aspectos cual forzado efecto de Halo y de proyección
sobre los demás rasgos de su vida. Cualquier observación crítica al
respecto es respondida por este club de rugidos, alegando que son
emitidas por "tontos", "ignorantes", "envidiosos" y hasta "nazis" y "facistas"
(sic), recibiendo -de paso- esa valiosa ayudita de la rancia derecha
parlamentaria ya comentada, para abonar a tal pensamiento binario de
algunos izquierdistas fanáticos (valga la redundancia, si acaso aplica).
Mas,
sucede que mucha de la actitud santificadora que promueven los
admiradores del poeta y de la que este último carnaval "Neruda viene
volando" forma parte de su propia esencia, es totalmente reactiva;
incluso reaccionaria si se la quiere llamar así: revisiones de
los últimos años a la idealización del poeta han ido permitiendo conocer
los matices de su existencia que se les hace necesario contrarrestar al
peso de propaganda y publicidad reiterativa para áreas fuera de su
obra, como su devoción obscena por regímenes genocidas, sus actos de plagio en los primeros años de carrera literaria,
su posible participación en el asesinato de Trotsky, su deslealtad con
las mismas mujeres que inspiraron sus elogiados poemas de amor, su
inducción a falsedades biográficas como el Joaquín Murieta chileno (por meras razones comerciales, personales), las turbiedades financieras que algunos señalaron en sus aplaudidas gestiones humanitarias,
su impropia y escandalosa aventura con Alicia Urrutia Acuña (sobrina de
su mujer Matilde Urrutia), junto a otras perlas que pasean entre
profanas sabrosuras de comidillo amarillista hasta actos realmente
deleznables, demostrando que el talento de un grande y magnífico poeta
no quita que pueda ser también un sátrapa vil y despreciable en otros
capítulos de su biografía.
Estando
tan lejos de ser el limpio y reluciente arcángel en que algunos han
pretendido convertirlo (echando manos más a esa idealización que a los
antecedentes concretos sobre su vida, construcción que le hicieron
colegas-amigos-correligionarios como Volodia Teitelboim), Neruda tiene
un enorme kapital a su favor, sin embargo: cantidades de devotos y
feligreses que no cejarán en el esfuerzo (frecuentemente, muy bien
retribuido) de mantener las velas encendidas en torno a su santo
patrono, creyendo no sin algo de razón, que aún gozan de la inexpugnable
autoridad moral y cultural que se arrogaban hasta no hace mucho, cuando
sólo les bastaba sacar a pulir el medallón del Premio Nobel de
Literatura para usarlo como como talismán capaz de detener cualquier
clase de discusión sobre la calidad del personaje.
Poco
importa ya que para alcanzar este premio mundial, el vate golpeó por
años las puertas de la politizadísima Academia Sueca y que éste se le
otorgara -en gran medida- como un reconocimiento solidario al proceso
político que se vivía en Chile (y con intermediación del propio gobierno
de la Unidad Popular para que recibiera el galardón), muy posiblemente
buscando equilibrarse también la entrega del anterior Nobel de
Literatura a un fiero símbolo anticomunista como Aleksandr Solzhenitsyn,
premiación que había causado escozor en la Internacional y sus
promesantes de la Guerra Fría... Pero lo importante es que ganó el
certamen mundial (y le era merecido, sin duda), como la selección
argentina ganó un mundial más allá del gol de mano de Maradona o -más
parecido a nuestro caso- como el Nobel de la Paz dado al Presidente
Obama priorizando más el símbolo del su color de piel que su obra
política.
Así pues, es difícil no raspar con la cuchara también por el argumento ad hominem,
cuando los propios defensores de Neruda lo vienen haciendo y de forma
soez y descarada en algunos casos, para promover la fe profunda en el
poeta y neutralizar las críticas. Sin ir más lejos y dándome esta
licencia por un segundo, hace muy poco tiempo un conocido escritor de la
vociferante whiskierda nacional llegó a proponer que los
"tontos" que creyeran en la interpretación comprometedora sobre las
líneas de "Confieso que he vivido" debiesen ser "arrestados"... Notable explosión tiránica de pasiones represivas nerudianas.
Pero
el punto central aquí es que, mientras los nerudianos sigan llevando el
brillo de sacralidad que ven en su poeta hasta instancias que no le
corresponden al campo de acción donde destacó y donde fue reconocida su
obra, más allá de los pasacalles políticos y homenajes pagados por todos
los contribuyentes, abren un flanco en donde se hace legítimo revisar,
entonces, los aspectos de su vida que quedan fuera de ese mismo campo,
para evaluar si son relevantes en los alcances que se les están dando.
Pienso particularmente, en el nombre de un aeropuerto internacional cuyo
actual título aludiendo al impulsor de la aviación institucional y
profesional en Chile se debe, curiosamente, a una iniciativa del propio
Presidente Salvador Allende y no al Régimen Militar pagando favores del
mundo castrense, como pregonan algunos ingenuos nerudianos muy mal
informados al respecto.
LA POLÉMICA "CONFESIÓN" DE NERUDA
Pero
vamos a la materia central... El fuerte episodio de Ceylán descrito en
"Confieso que he vivido", tiene lugar cuando Neruda se hallaba de viaje
por estos territorios que aún vivían bajo el dominio colonial británico,
en lo que hoy es Sri Lanka. Con cerca de 25 años a la sazón, Neftalí
Reyes Basoalto, el futuro Pablo Neruda, se quedó alojando en una pequeña
cabaña (bungalow) del suburbio de Wellawatha, en Colombo, al
tiempo que escribía su obra "Residencia en la Tierra". Era el primero de
dos grandes viajes al Índico que despertaron un gran encanto del poeta
por aquellas tierras y su cultura, como se deduce observando las
colecciones de recuerdos y obras de arte contenidos en sus tres
residencias palaciegas.
Neruda
había asistido por entonces a la realización del Congreso Pan-Hindú de
Calcuta, en 1929. La "confesión" la hace en el capítulo de sus memorias
titulado "Singapur", referido a los últimos días de su servicio consular
en Colombo antes de ser trasladado a Singapur y Batavia (Yakarta) en
las mismas funciones:
La
verdad es que la soledad de Colombo no sólo era pesada, sino letárgica.
Tenía algunos escasos amigos en la calleja en que vivía. Amigas de
varios colores pasaban por mi cama de campaña sin dejar más historia que
el relámpago físico. Mi cuerpo era una hoguera solitaria encendida
noche y día en aquella costa tropical. Mi amiga Patsy llegaba
frecuentemente con algunas de sus compañeras, muchachas morenas y
doradas, con sangre de boers, de ingleses, de dravidios. Se acostaban
conmigo deportiva y desinteresadamente.
Una
de ellas me ilustró sobre sus visitas a las hummerie. Así se llamaban
los bungalows en que grupos de jóvenes ingleses, pequeños empleados de
tiendas y compañías, vivían en común para economizar alfileres y
alimentos. Sin ningún cinismo, como algo natural, me contó la muchacha
que en una ocasión había fornicado con catorce de ellos.
- ¿Y cómo lo hiciste? -le pregunté.
-
Estaba sola con ellos aquella noche y celebraban una fiesta. Pusieron
un gramófono y yo bailaba unos pasos con cada uno, y nos perdíamos
durante el baile en alguno de los dormitorios. Así quedaron todos
contentos.
No
era prostituta. Era más bien un producto colonial, una fruta cándida y
generosa. Su cuento me impresionó y nunca tuve por ella sino simpatía.
Mi
solitario y aislado bungalow estaba lejos de toda urbanización. Cuando
yo lo alquilé traté de saber en dónde se hallaba el excusado que no se
veía por ninguna parte. En efecto, quedaba muy lejos de la ducha; hacia
el fondo de la casa.
Lo
examiné con curiosidad. Era una caja de madera con un agujero al
centro, muy similar al artefacto que conocí en mi infancia campesina, en
mi país. Pero los nuestros se situaban sobre un pozo profundo o sobre
una corriente de agua. Aquí el depósito era un simple cubo de metal bajo
el agujero redondo.
El
cubo amanecía limpio cada día sin que yo me diera cuenta de cómo
desaparecía su contenido. Una mañana me había levantado más temprano que
de costumbre. Me quedé asombrado mirando lo que pasaba.
Entró
por el fondo de la casa, como una estatua oscura que caminara, la mujer
más bella que había visto hasta entonces en Ceilán, de la raza tamil,
de la casta de los parias. Iba vestida con un sari rojo y dorado, de la
tela más burda. En los pies descalzos llevaba pesadas ajorcas. A cada
lado de la nariz le brillaban dos puntitos rojos. Serían vidrios
ordinarios, pero en ella parecían rubíes.
Se
dirigió con paso solemne hacia el retrete, sin mirarme siquiera, sin
darse por aludida de mi existencia, y desapareció con el sórdido
receptáculo sobre la cabeza, alejándose con su paso de diosa.
Era
tan bella que a pesar de su humilde oficio me dejó preocupado. Como si
se tratara de un animal huraño, llegado de la jungla, pertenecía a otra
existencia, a un mundo separado. La llamé sin resultado. Después alguna
vez le dejé en su camino algún regalo, seda o fruta. Ella pasaba sin oír
ni mirar. Aquel trayecto miserable había sido convertido por su oscura
belleza en la obligatoria ceremonia de una reina indiferente.
Una
mañana, decidido a todo, la tomé fuertemente de la muñeca y la miré
cara a cara. No había idioma alguno en que pudiera hablarle. Se dejó
conducir por mí sin una sonrisa y pronto estuvo desnuda sobre mi cama.
Su delgadísima cintura, sus plenas caderas, las desbordantes copas de
sus senos, la hacían igual a las milenarias esculturas del sur de la
India. El encuentro fue el de un hombre con una estatua. Permaneció todo
el tiempo con sus ojos abiertos, impasible. Hacía bien en despreciarme.
No se repitió la experiencia.
A mayor abundamiento sobre este escabroso asunto, las mujeres dalit o parias como
era la anónima chica agredida por el poeta (nos remitimos a sus propias
palabras y descripción de los hechos), son célebres por pertenecer a la
triste categoría de los "intocables" en la vieja estructura
social de castas de la India, sólo formalmente abolida en 1950 pero aún
vigente en los hechos. Se señala así a las personas que quedaron fuera
de las cuatro categorías hinduistas (shudras, vaishias, chatrias y brahmanes), en lo más bajo de la sociedad india.
Los parias
eran los que realizaban esta clase de tareas básicas y sucias para
sobrevivir, con servicios tales como recoger los excrementos de los
residentes, justamente. Se sabe de una época en que los niños parias
incluso debían limpiar con las manos los baños de los establecimientos
educacionales de esas regiones después que los usaron los demás
infantes, así que podrá deducirse a qué clase de brutalidades y
atropellos podía estar sometida cada chica físicamente atractiva
cargando con el estigma de ser una "intocable" sin derechos. Por
su indefensión y sometimiento, entonces, estas mujeres eran
constantemente objeto de abusos y violaciones, tanto así que se han
intentado campañas incluso en nuestra época para impedir que semejantes
atrocidades sigan siendo cometidas contra ellas.
Si
el episodio que describe el autor chileno en Colombo es real, entonces,
se trata de la repetición de una sucia y malévola práctica que fue
históricamente frecuente contra las mujeres de la condición paria.
En otras palabras, Neruda sería un violador y punto, más allá de
cualquier interpretación creativa sobre lo ocurrido. Algo muy distante
de la conciencia social y las convicciones que siempre marcaron sus
plegarias políticas. No hay machismo de la época que justifique
semejante atrocidad, por si acaso se intentara señalar alguna clase de
situación valórica en su temporalidad o la moral del lugar y contexto de
tiempo.
CONTROVERSIA SOBRE LA VIOLACIÓN SEXUAL
Como
era esperable, la hinchada de don Pablo ha reaccionado al caso del
"incidente" de Ceylán tal como lo hizo a partir de 2004, cuando se
revelaron los detalles sobre el abominable abandono del poeta a fines de
1936, en Europa, de su primera mujer María Antonieta Hagenaar (Maruca)
y de su única hija, la pequeña Malva Marina Reyes, de corta vida a
causa de la hidrocefalia. Fue una despreciable situación motivada por su
irresponsable embobamiento amoroso con la argentina Delia del Carril y
que se había tratado de mantener en secreto por décadas, empezando por
el propio Neruda que no menciona palabra al respecto en su "Confieso que
he vivido". El caso quizás aún seguiría permaneciendo en el falso
perdón del olvido, de no ser por las investigaciones de la dupla
Alejandra Gajardo y Antonio Reynaldos, además de los trabajos de
Bernardo Reyes, Inés María Cardone y Pauline Slot.
Ahora, ante este nuevo golpe al gran monumento inmaculable del poeta, su fansclub
ha vuelto a responder con agresividad pero también con admirable gran
sentido de autodefensa corporativa, haciendo frente a la "relectura" de
sus memorias: minimizar hechos, relativizar su gravedad y transformar al
acusador en acusado son sus armas. Si los foros de noticias y las redes sociales sirvieran de barómetro opinológico, vemos que, nuevamente, el neorreaccionario
obra intentando preservar el estatus de vaca sagrada que se ha
procurado para el poeta y que -tampoco es misterio- consume una
enormidad de los esfuerzos y recursos anualmente asignados a
presupuestos o fondos de cultura en Chile.
El
gran problema es que esta polémica les cae encima justo en un momento
de gran esfuerzo por conseguir un paso más alto en la sacralización de
la memoria nerudiana, manifiesto -por ejemplo- en el interés por
demostrar que el vate habría sido asesinado por la Dictadura (victimismo
con una gran campaña de medios ya judicializada, hay que decirlo) y pasando también por
la transformación de nuestra principal terminal aérea en otra de las
innumerables e insistentes referencias sobre el autor de los "20 poemas
de amor y una canción desesperada" dispersas por todos los rincones de
Chile. Que todos los niños chilenos estén obligados a pasar por Neruda
varias veces en su vida estudiantil gracias al plan educacional y que
enormes capitales internacionales ligados a empresas de
telecomunicaciones hayan respaldado a su fundación, parece que a muchos
ya se les hizo poco e insuficiente.
Se
hacen necesarias algunas precisiones, sin embargo, pues la informalidad
de estos debates de opinión pública suele estar contaminada de sesgos
excesivos y hasta inverosímiles, además de cargados de especulaciones
anodinas, por ambos lados.
En
primer lugar, no es cierto que el asunto de la violación sexual haya
sido notado recientemente, a partir de un artículo titulado "Confieso
que he violado" y que publicara la artista pictórica Carla Moreno como
respaldo a una de sus pinturas. Esto ha sido esgrimido por los
defensores de Neruda para proponer que sólo se trata de una campaña para
generar antipatías contra el proyecto de colocarle su nombre al actual
Aeropuerto Internacional Comodoro Arturo Merino Benítez de Pudahuel. Un
vistazo a internet, sin embargo, hace evidente que se equivocan: la
discusión está propuesta desde hace unos ocho años, aunque recién haya
prendido en nuestro país y por razones que quizás tengan que ver con el
mismo contexto de virtual canonización que se ha intentado sobre la
imagen del vate por sus incondicionales y políticos oportunistas (valga
la redundancia, otra vez).
El
documento más antiguo señalando sin cosméticos lo que en realidad
reconocía Neruda en sus memorias, quizás sea un trabajo de 1996 de
Claudio Rodríguez Fer de la Universidad de Santiago de Compostela,
titulado "Neruda, o cantor e as amantes", publicado en la revista
española "Moenia" de lingüística y literatura. Allí se advierte que el
poeta admitió haber tenido una relación sexual forzando a una mujer.
Empero, me parece que el hallazgo y su divulgación ha sido mérito
principal de nuevos lectores críticos, tal vez españoles que,
demostradamente (y a diferencia de nosotros los chilenos) entienden
mucho mejor lo que leen. España era, además, una prolongación de América
Latina en cuanto a religión nerudiana, cubriendo así al habla hispana
completa; pero sabemos que bastantes cosas están en "revisión" allá en
la Madre Patria, no sólo en cuestiones literarias. Por si las dudas
aparecen, cualquiera puede encontrar por los buscadores de internet el
artículo que ya escribió en 2013 el cronista Antonio Félix, en el
periódico "El Mundo", titulado "La violación de Neruda".
No
obstante, si bien era poco probable que el fenómeno comenzara acá en
nuestro país, hay publicaciones chilenas del año 2008 que ya hablaban de
la violación en las memorias de Neruda. Que los medios de comunicación
del establishment (es decir, prácticamente todos) hayan acusado recibo recién ahora sobre estas informaciones circulantes, es otro cuento.
Sí
debemos reconocerle a la artista Carla Moreno el haber golpeado por fin
con esta noticia, hasta entonces tibia y subvalorada: al presentar un
grotesco cuadro con don Pablo señalado como un machista despiadado y con
heces fecales sobre su calva, la contenida polémica pendiente prendió
como en el pasto seco y se expandió, para horror histérico de los
nerudianos más acérrimos y aunque se trate de sólo una catarsis
artística más con que la autora ha estado acusando pacientemente a
muchos personajes autoungidos como progres dentro del mundo de
las comunicaciones y del espectáculo, pero que insisten en "cosificar" a
la figura femenina de distintas maneras.
¿Cómo
es, entonces, que nadie se había dado cuenta antes de esta grotesca
confesión en las memorias de Neruda? En principio parece inaudito,
considerando que pasaron 30 ó 35 años antes que alguien le pusiera
encima el apuntador público. Sin embargo, hay razones bastante
comprensibles para el retraso con el que se hizo la denuncia, y la
primera de ellas es el propio autor supo disfrazar con demostrado
talento un pecado abominable, bajo caricias poéticas de la prosa y
salpicaduras de encanto. Neruda era experto en esas tretas de moral inversa,
como lo demostró en su juventud ridiculizando el sacrificio del Capitán
Arturo Prat y los héroes de la "Esmeralda" al compararlos con una
ofrenda al demonio Moloch, y después en su madurez cantándole loas a la
muy real bestia carnicera Stalin, cuando su frenesí de crímenes
políticos y genocidios ya eran bien conocidos en occidente.
La segunda razón, es que el a veces agresivo fansclub
de Neruda (que llega a niveles de devoción tales como copiarle el uso
de la boina bajo pleno Sol estival o andar gastándose los incisivos con
una pipa apagada, según he visto) nunca le ha puesto tanto interés a la
prosa de su gurú como sí a sus versos, atrincherándose de preferencia en
esta obra lírica que le diera mayor prestigio y que tantos intentan
emularle, tal cual lo hacen -casi como norma- los trovadores guitarreros
excesivamente amantes de Silvio Rodríguez, que terminan siendo
imitadores del cantante casi invariablemente. Además, era bastante
difícil que la denuncia hubiese provenido de este mismo club de
incondicionales: los pocos que quizás tuvieron el talento para advertir
en esas filas lo que allí podía leerse sobre el episodio de Ceylán,
prefirieron barrerlo bajo la cama de la misma manera que sus antecesores
lo hicieron con las graves acusaciones ofrecidas por otros poetas que
rompieron con Neruda, como Pablo de Rokha o Braulio Arenas, hasta con alguna agresión física contra los denunciantes de por medio.
Y
la tercera razón es que, guste o no a los mismos admiradores del vate,
Neruda se encaminó a ser un engrane fundamental de la literatura mundial
a partir de tiempos recientes: a pesar del reconocimiento de la
Academia Sueca ya en el certamen de 1963, fuera del mundo
hispanoparlamente -y hasta no hace mucho- Neruda era sólo un referente
secundario. Más cotizado en Europa, por ejemplo, llegó a ser Vicente
Huidobro y su creacionismo; mucho más que nuestro Premio Nobel,
como alguna vez lo aseveró el poeta Armando Uribe también echándose
encima las iras de los neruadianos (¡era que no!).
La
gran cantidad de nuevas ediciones, traducciones y difusiones digitales,
además de la enorme divulgación internacional que se ha dado
póstumamente al poeta (recordar, por ejemplo, cómo sucedía esto en los
febriles preparativos del Bicentenario Nacional) y con el esfuerzo
oficial de los gobiernos de turno, se abrieron los últimos espacios
pendientes de ser alcanzados por el conocimiento y el de su obra a nivel
planetario, al mismo nivel devocional que se había estado dando en
América Latina desde mucho antes. Empero, junto con ello y
colateralmente, también se abrieron las instancias para que alguien con
mejor capacidad de observación que nosotros sus compatriotas detectara
la violación sexual tan decorada y ornamentada entre las líneas de sus
memorias.
¿SON CONFIABLES LAS MEMORIAS DE NERUDA?
Desde
un punto de vista más escéptico, es sabido que "Confieso que he vivido"
es libro con errores e imprecisiones, y muy probablemente más de alguna
fantasía. Lo anticipa, de alguna forma, el propio Neruda en la
presentación:
Estas
memorias o recuerdos son intermitentes y a ratos olvidadizos porque así
precisamente es la vida. La intermitencia del sueño nos permite
sostener los días de trabajo. Muchos de mis recuerdos se han desdibujado
al evocarlos, han devenido en polvo como un cristal irremediablemente
herido.
Las
memorias del memorialista no son las memorias del poeta. Aquél vivió
tal vez menos, pero fotografió mucho más y nos recrea con la pulcritud
de los detalles. Este nos entrega una galería de fantasmas sacudidos por
el fuego y la sombra de su época.
Tal vez no viví en mí mismo; tal vez viví la vida de los otros.
Para
ser más claro, no todas las autobiografías han sido consideradas
realmente fiables como fuentes para reconstruir la vida de personajes de
gran importancia, especialmente las del mundo artístico y político,
donde la creatividad y el orgullo muchas veces transgreden las normas de
la honestidad, siendo el yo el más enfatizado protagonista en
desmedro del contexto de hechos en que se inserta la narración. El que
Neruda haya ocultado toda mención relativa -incluso indirectamente- al
episodio su hijita enferma miserablemente abandonada y muerta en Europa
tras el tramite del "divorcio a distancia" con su madre, acontecimientos
de su vida ocurridos al mismo tiempo en que se comprometía con la causa
republicana en la Guerra Civil Española que tanto le aplauden sus
fieles, pone en relieve que sus memorias más bien están concebidas como
el panegírico que hubiese querido escuchar de sí tras su inminente
deceso.
Con
relación a lo anterior -y para dar respaldo autorizado al punto
expuesto- cabe recordar que el profesor brasileño João de Sousa Ferraz,
proponía en su libro de "Psicología Humana" a la famosa "Autobiografía"
de la bailarina Isadora Duncan, de 1927, como un ejemplo palpable de la
desconfianza que merecen estos trabajos, pues este caso particularmente
es, para él, "una serie de episodios que no pasan de la pura fantasía", donde se prioriza un relato dominado más por "las aspiraciones, la vanidad, las tendencias de superioridad y ciertas manifestaciones de paranoia"
que por los hechos vivenciales. Le concedo una posibilidad a Neruda,
entonces, de que el siniestro episodio de Ceylán pueda ser, acaso, una
proyección de sus fascinaciones sexuales y fantasías exotistas más que
un hecho concreto en su vida. No sería la primera vez que un grande de
la literatura desvaría con estos ensueños.
No
puedo dejar de comentar aquí que he conocido de primera fuente y sólo
por casualidades, testimonios provenientes de gente que conoció en
persona a Neruda y que, aún admirándolo, reconocían en él pocas razones
para creerlo sincero y honesto en cuanto a sus historias. Sirvan como
ejemplo de esto las ocasiones en que habría asegurado a sus conocidos
ser el verdadero "creador" del caldillo de congrio chileno (que había
aparecido en poemas de De Rokha antes que el suyo, dicho sea de paso) o
cuando hallándose de visita por segunda vez en su vida en la India,
aseveró con desparpajo a Indira Gandhi que él era el "inspirador" de
esas estilizadas estatuas propias del arte de Bali, ya que se habrían
hecho basadas en él durante su residencia en Jakarta.
Pero
aun suponiendo que Neruda fuese de una honestidad intachable en cuanto a
relato de experiencias personales, la imaginación de los egos suele ir
de la mano del interés por hacer más "entretenidas" descripción de sus
propias vidas, para alejarlas lo más posible de aquella del simple
mortal, innecesariamente en la mayor parte del tiempo. A veces es un
acto inconsciente, como vimos que sugiere De Souza Ferraz, pero también
hay una exaltación desmedida y deliberada de simpatías y conveniencias
ideológicas, por ejemplo, difícilmente surgidas de algo que no fuera una
predisposición a mentir por una causa que se toma por justificada.
Prueba de esto es la chabacana descripción que Neruda llega a hacer al
final del libro, sobre el inexistente "asesinato" del Presidente Salvador Allende
ametrallado por los soldados, redactándola sólo tres días después del
Golpe Militar de 1973 -ya enfermo y postrado, sabiendo que escribía en
contra del tiempo que le quedaba- y poniendo en sus páginas a un
mandatario que hace frente solo y heroicamente decidido desde su
gabinete a los mismísimos tanques del Ejército (!).
Quién
iba a creer que la misma clase de afirmaciones más bien antojadizas
sobre la muerte del presidente y que servirían 40 años después para
volver a intentar la demostración (por tercera oportunidad) de que fue
asesinado, también se usarían para molestar el descanso de los propios
huesos del poeta, diría que en este momento sostenido de similares
conjeturas y especulaciones sobre su muerte por manos de agentes
golpistas y a los pocos días después del golpe militar, en este caso
gracias al cacareo de un controvertido señor que, hasta hace algunos
años -según me consta-, no era más que un personaje que causaba risas y
apodos burlones entre los vecinos de Isla Negra, por sus delirantes
historietas de inexistente amistad, cercanía e intimidad con el Premio
Nobel, del cual fue sólo un insistente admirador en vida que a veces se
pasaba horas parado afuera de la casa del vate esperando encontrarse con
él e intercambiar algún saludo. En marzo o abril del próximo año,
quizás conozcamos el desenlace judicial de esta otra historia que podría
dejar más dudaa que respuestas sobre su muerte, si acaso hubiese
novedades.
Hay
un rango, entonces, en que las memorias de Neruda, por su propia
naturaleza, prisa y forma en que fueron concebidas, quedaron
posiblemente expuestas al vicio de la exageración, la tergiversación y
hasta fantasía ofrecida como hechos.

Miguel Serrano y Pablo Neruda en la India ("Memorias de Él y Yo").
UNA OBSERVACIÓN PERSONAL Y UNA COMPARACIÓN
Curiosamente,
en el episodio de Ceylán según aparece descrito en "Confieso que he
vivido", creo notar una paradojal coincidencia entre dos poetas
nacionales muy distintos, de mundos antagónicos: por supuesto, nuestro
premiadísimo Pablo Neruda al que, siendo estalinista confeso con quizás
tres tercios de su obra olvidada por su abuso de la politiquería vertida
en ella (aún sacan ronchas en la barra nerudiana las observaciones
hechas por Enrique Lafourcade en "Neruda en el país de las maravillas"),
su nombre ahora se le quiere dar hasta al aeropuerto internacional de
Santiago... Y, del otro lado, el varias veces ninguneado Miguel Serrano
que, por cargar su confesa filiación nacionalsocialista, hasta se le
prohibió la instalación de una humilde placa recordatoria -poco después
de su muerte- en el edificio donde vivía en Barrio Bellas Artes.
Fuera
de esta desproporción haciendo gala de prejuicio "políticamente
correcto" que domina en los estratos de quienes han acaparado y se
sienten dueños la cultura en Chile, no está demás recordar que Neruda y
Serrano se conocieron: sucedió en Nueva Dehli, durante una visita del
vate a la India, acompañado de Matilde Urrutia, y cuando su anfitrión
estaba a la cabeza de la legación chilena en ese país, en los días del
último Gobierno del General Carlos Ibáñez del Campo.
Puede
ser sólo una coincidencia, por supuesto: dos autores que recibieron la
misma clase de inspiraciones y estímulos en aquellas tierras sagradas
del brahmanismo y la propia civilización. Sin embargo, me resulta
extrañamente parecido el episodio relatado por Neruda sobre la chica
tamil en sus memorias póstumas, con el que más de diez años antes había
publicado Serrano sobre su encuentro con una muchacha hindú, durante sus
aventuras en las ciudades de Orissa y Madrás. En efecto, hay claras
similitudes en las comparaciones, los escenarios, los adjetivos, las
metáforas totémicas, la asociación a estatuas, el énfasis en el color de
la piel, los intentos por explicar la energía salvaje y exótica de la
muchacha, el conflicto de "mundos", la simbólica pasión sexual del
encuentro y hasta la misma descripción física de la mujer, aunque el
relato me parece mucho más digno y seductor en el caso de Serrano y las
circunstancias que le describe, mejor logradas además, lejos del
perturbador abuso que ve en las memorias de Neruda.
Refiriéndose
al mismo período en que se desempeña en la legación chilena en India,
pues, Serrano plasma todas estas interesantes experiencias en uno de los
mejores libros que se han producido sobre la magia de aquellas tierras
lejanas: "La serpiente del paraíso", publicado poco antes del apogeo de
la fiebre "pop" de occidente sobre la India, inducida por el movimiento
psicodélico y el New Age de los sesenta con The Beatles, Rolling Stones, el falso Maharishi Mahesh Yogi y hasta la fundación del culto Hare Krishna por Bhaktivedanta Swami incluidos.
Por sus características, su relación con los Himalayas y el pensamiento
de su autor, "La serpiente del paraíso" también ha sido comparado
alguna vez con el famoso "Siete años en el Tíbet", las memorias del ex
oficial austriaco de las SS Heinrich Harrer. Ambos conocieron al
entonces joven Dalai Lama en exilio durante ese período, además.
Este
curioso y profundo trabajo verá la luz en 1963 con sello de la
Editorial Nascimento. En uno de sus varios capítulos, que Serrano
intitula como "Los ojos de la pantera", se describe el misterioso y
sensual encuentro con una muchacha, tras llegar el autor hasta los
lanchones de pescadores de Konarak (o Konark). Es un episodio cuyas
similitudes con el posterior relato de Neruda me resultan inquietantes,
por las descritas razones que intentaré exponer sólo transcribiendo aquí
sus líneas:
Desde
lo alto de la quilla salto a las aguas del mar de Bengala, me sumerjo
de cabeza, bajo a sus profundidades y reaparezco otra vez para dar
grandes brazadas en procura de la playa. Voy llegando a las aguas bajas y
veo cerca de mí un rostro que aparece y desaparece entre las olas. Me
detengo y floto un instante para contemplarlo mejor. El rostro se
inmoviliza, también flotando, ahora muy cerca. Son dos ojos enormes y
alargados los que me miran. Ojos negros que despiden fosforescencias
como las aguas. Un pelo tan negro y lustroso como esa mirada desciende
de la cabeza y flota mecido por la resaca. El rostro que me observa con
esa hipnótica fijeza es el de una mujer nativa, que se halla nadando
solitaria, balanceándose sobre el mar. La sombra oscura de su cuerpo
desnudo se prolonga por bajo del agua.
Cuando me alejo, ese rostro aún sigue mirándome con sus pupilas fijas.
Es
de noche. Me paseo descalzo, semidesnudo. Voy y vengo por mi rústica
cabaña, que queda junto al mar. He cerrado la puerta y las ventanas para
protegerme de los mosquitos portadores de la malaria. Mi cuarto tiene
un mosquitero, pero me desagrada dormir bajo él. En esos momentos siento
un ruido junto a la puerta, algo así como un crujido, o como si un
animal estuviese allí rascando la madera. Me acerco y la abro de golpe.
Frente a mí tengo una mujer desnuda. Reconozco en ella el mismo rostro
fijo de medusa, de ojos hipnóticos que hoy me contemplaban sobre el mar.
Sin
decir una palabra, siempre mirando fijamente, esa mujer ha penetrado al
centro de mi cuarto. No sé si he cerrado la puerta o si ésta se ha
cerrado sola. Estamos ahora aquí siempre mirándonos a los ojos y
respirando entrecortadamente. Logro verla bien. Es oscura, como el
barro, como la greda y el limo. En sus tobillos finos lleva pulseras de
plata pesada, de cobre. También en sus muñecas y en sus orejas. Una
argolla le atraviesa la nariz fina, griega. Sobre los antebrazos hay
tatuajes con extraños signos. Su boca no es gruesa, sus labios son
perfectos. El pelo le cae sobre los hombros y está húmedo de un aceite
pesado. Entreveo sus dientes blanquísimos, parejos y fuertes. Y sobre
ese rostro oscuro, aquellos dos ojos terribles, inmensos, fijos bajo
unos párpados alargados, con pestañas como alas de pájaros, negras,
semicubriéndolos. De ahí salen dos rayos suaves, que llenan todo el
cuarto y me envuelven, me devoran.
Muy
lentamente, sin un ruido, esa mujer se me acerca. Me coge una mano y me
la pone sobre su pecho desnudo, al lado del corazón. El pecho es duro,
como una piedra y su pezón erecto casi hiere, como punta de pequeña
lanza. La mujer palpita y despide un vapor envuelto en perfumes
embriagadores. Huele con ese olor agrio y negro de la raza del Diluvio,
de la Atlántida, huele también a té, a suave alcohol, a betel, a hojas
de la jungla y a animal del serrallo. Huele un poco a oveja, a búfalo y,
sobre todo, a pantera.
Sin
que yo haga nada, va a tenderse sobre el lecho, bajo el mosquitero, y
su cuerpo oscuro se destaca doblemente. Veo sus pies perfectos y sucios
de barro, con sus plantas gruesas y sus dedos largos y finos. Las
pulseras semejan las cadenas de una esclava. Se coge con las manos a la
cabecera y empieza a respirar agitadamente, mientras sus ojos no dejan
de clavárseme y su vientre va tomando una candencia rítmica, acelerada.
Inmóvil
ahí comprendo que estoy en presencia de la hembra salvaje, antigua,
pero no primitiva, sino con otra sangre, cambiada, alterada por la
historia, por la liturgia, por la aventura del alma de todo un pueblo
lejano, de una raza espiritual, legendaria, que ha entrado en tramos con
la Serpiente.
Pienso
que lo que esta mujer quiere es iniciarme en las prácticas del amor
brujo y tremendo, del amor fatal. Viene de debajo de la tierra, de sus
mismos terrones, del fondo del mar, como un pez, oliendo a pez, como la
raíz del arroz, también como una piedra preciosa e intocada, como un
zafiro azul o una pluma de pavo real.
Me acerco desnudo, mientras las nubes hirvientes de su cuerpo envuelven este cuarto impregnado de su terrestre y estelar olor.
Y
esa noche yazgo allí con una estatua del Carro del Sol del Konarak,
también con una oveja, con una sirena y con una bacante loca y sagrada
de los jardines de Vrindaván.
Más
que cuestionarme especulativamente si conocía Neruda el relato de
Serrano y si quiso inventarse uno parecido y propio, me pregunto por el
origen de los aspectos denotativos y connotativos de esta semejanza, aun
siendo evidente que no corresponden a hechos análogos salvo en su
alcance sexual de fondo. Mientras uno es auténticamente misterioso o
romántico, el otro ha pretendido ser pasado por tal, como una impostura.
¿Este parecido es sólo aparente, entonces, considerando que uno
describe una arcana aventura de sensualidad y otro un abuso decorado?
¿O, simplemente, Neruda disfrazó con la misma clase de éteres poéticos y
lisonjeros para la prosa lo que, en los hechos, fue un reprochable
abuso sexual de una mujer vulnerable e indefensa? ¿Será posible, acaso,
que consagrado y elogiado Premio Nobel sea libre de todas las
acusaciones que hoy se le hacen por su "confesión", salvo la de haberse
afirmado en el episodio autobiográfico de un autor más joven y
anatematizado por sus tendencias políticas, para construir el suyo
sabiéndose inmune y en las alturas del reconocimiento oficial? ¿O bien
disfrazó un crudo y real acto de vejación sexual, con las figuras
líricas y recursos poéticos de otro episodio muy distinto y ajeno,
tratando de hacerlo pasar por otra hermosa y exótica experiencia?
Si
a lo poco fiables que podrían ser las memorias escritas por Neruda casi
en el umbral de su muerte, le sumamos que el vate era conocido también
por fanfarronear con inclinación al chamulleo y a la búsqueda de
adulación (que nunca le faltó ni le faltará después de muerto, gracias a
su fiel séquito), existe la posibilidad de que la experiencia que
describe en el libro no sea más que otra fantasía de ensoñación
autovivencial, caso en el cual habría que preguntarse de dónde sacó la
inspiración para crear tal episodio, si es que la tuvo.
Es
seguro que nunca se sabrá con certeza algo más sobre el sombrío
episodio de Neruda en Ceylán con la desconocida muchacha tamil, ni
cuánto de realidad y de fábula hay compitiendo en él; pero si está
garantizado que las opiniones se encargarán de inclinar los juicios y
las pasiones hacia un lado u otro, en cada ocasión que esta discusión
vuelva a cobrar fuerza y sentido.
Comentario recuperado desde el lugar de primera publicación de este artículo, en el sitio URBATORIVM:
ResponderEliminarCarlos Sáenz2 de enero de 2016, 22:57
Los "nerudianos", son un grupillo de incondicionales, practican muy bien su marca mayor, "EL CULTO A LA PERSONALIDAD", típico del pensamiento original del señor Neruda. Pero tratar de llegar a la PARANOIA de cambiar el nombre de un AEROPUERTO CIVIL, que con TODA JUSTICIA tiene el nombre del Padre de la aviación y que tiene
la rúbrica del icóno de los zurdos el señor Allende, es realmente
¡¡INSÓLITO!!. Reitero "Culto a la personalidad"