HACIA EL BICENTENARIO DE FRANKENSTEIN (PARTE II): LAS FUENTES REALES Y LEGENDARIAS QUE INSPIRARON LA NOVELA
Villa
Diodati, residencia de Lord Byron, con Luna llena, escenario donde Mary
Shelley soñó y dio inicio a la obra "Frankenstein; o, el moderno
Prometeo". Obra de Edward Francis Finden a partir de un dibujo de
William Purser. Fuente imagen: Moonmagazine.info.
Nota: artículo publicado originalmente en mi sitio URBATORIVM en abril de 2017.
Aproximándonos
al bicentenario de la inmortal obra de terror gótico "Frankenstein; o,
el moderno Prometeo", de la inglesa Mary W. Shelley, vimos en la parte
anterior de esta entrada doble una síntesis del contenido del libro comparada con las derivaciones que se han hecho de la obra alterando mucho de su argumento, su mensaje y la propia apariencia del monstruo creado por Víctor Frankenstein.
Existen
muchas teorías, propuestas y creencias intentando explicar aspectos
relativos al origen de la idea del monstruo que, por error, ha sido
llamado popularmente Frankenstein como el título del libro, cuando éste
en realidad se refiere a Víctor Frankenstein, su creador, como ya vimos.
Acá me permitiré repasar algunas de las presuntas fuentes de
inspiración que habría tenido la autora, tanto para las ideas centrales
de su obra como para pasajes de sus contenidos más dramáticos e
importantes.
A
pesar de su juventud y de no debutar aún en las letras cuando comenzó a
escribir la obra, cabe comentar que Mary no tuvo problemas para acceder
a una cantidad enorme de conocimientos, además de lo que aprendió en
sus grandes viajes donde vio escenarios increíbles: abadías en ruinas,
castillos oscuros, bosques encantados, etc. La enorme cultura de su
padre, de su pareja y de sus círculos de amigos de seguro influyó
también en ella. Por otro lado, Mary vivió, a partir de 1807, en el
segundo piso de la casa donde estaba la "Liberia Juvenil Godwin", en
Skinner Street de Londres. El local estaba a cargo de su familia, de
modo que podía bajar constantemente a sacar libros que devoraba en
largas sesiones de concentrada lectura.
Por
todas estas razones, las fuentes de su conocimiento para inspirar la
obra de "Frankenstein; o, el moderno Prometeo", pueden ser innumerables,
incluso muchas más de las que repasaremos acá. También me siento en
necesidad de comentar que encontré un excelente artículo que aborda este
período y otros en la vida de la escritora, del investigador español
Juan Mari Barasorda, publicado en la revista cultural "Moon Magazine" de
junio de 2016, con el título "Los padres del monstruo. El sueño de Mary
W. Shelley", donde podemos ver algunas propuestas sobre las
inspiraciones de la autora.
Antes
de empezar, sin embargo, debe comentarse que los antecedentes que pudo
haber tomado Mary para concebir su obra, por momentos parecen tan
siniestros como la narración misma, como veremos.

Mary
Wollstonecraft Shelley (1797-1851), en retrato de Richard Rothwell en
1840, exhibido en la Royal Academy of Arts de Londres.
CÓMO SE GESTÓ EL RELATO DE FRANKENSTEIN
La
historia es más o menos así: en junio de 1816, en medio del frío verano
del Hemisferio Norte resultante de la enorme erupción del Volcán
Tambora en Sumbawa, Mary Wollstonecraft Shelley y su futuro marido
Percy Bysshe Shelley, fueron de visita a la casa de su amigo escrito
Lord George Gordon Byron en Villa Diodati, junto al Lago Ginebra en
Suiza.
Como
hacía frío y poco se podía hacer al aire libre en aquella penosa
temporada veraniega, Lord Byron organizó una reunión especial allí con
la pareja, con su médico personal John William Polidori y con Claire
Clairmont, la hermanastra de Mary y pareja de Byron, en la que
estuvieron leyendo una selección alemana de cuentos y leyendas de
fantasmas y de terror que habría traído el galeno, llamada
"Phantasmagoriana", junto a la chimenea. Un filme de Ken Russell con
bastante de surrealista y onírico, titulado "Gothic", de 1986, recreaba
libremente estos encuentros en Villa Diodati.
Al
terminar la sesión de lectura de "Phantasmagoriana", Byron propuso a
todos los presentes que cada uno escribiera un relato propio de terror,
dentro de un plazo. Se cree que los efectos del opio podrían haber servido de inspiración a los concursantes para sus respectivas narraciones, además. Así se volcaron a tomar el desafío, pero sólo
Polidori pudo cumplirlo, a pesar de su poca experiencia en las letras,
reducida a sólo unos cuantos poemas: su trabajo se llamaba "El vampiro",
considerado el primero de este género y con esta clase de personajes en
la historia de las librerías, faltando aún para que aparecieran los
vampiros de Alejandro Dumas, Edgar Allan Poe y Bram Stoker.
A
mayor abundamiento, Polidori parece haberse inspirado en "La novia de
Corinto" de Goethe para algunas partes de su obra, pero principalmente
en la personalidad de Lord Byron, para darle los rasgos al aristocrático
personaje que la desarrolla. Sin embargo, cuando la obra fue publicada
en 1819 en el "The New Monthly Magazine", un error editorial la
consideró creación de Byron, provocando una controversia que quizás
influyó en el alejamiento entre ambos, poco antes del extraño suicidio
del médico bebiendo ácido, en 1821.
Por
su parte, la genial Mary Shelley, que a la sazón tenía sólo 18 años,
siguió adelante con su idea más allá del plazo que se habían propuesto:
su relato se enfocaría en el conflicto de la creación de la vida y el
desafío a la muerte, en un contexto siniestro y macabro que será
determinante en la oscuridad de la narración gótica como estilo. Un mal
sueño, del que hablaremos más abajo, le dio el impulso a las ideas que
vertería en dicho trabajo. Es curioso, entonces, que a partir de un
mismo círculo de gente y, de hecho, a partir de una misma reunión, hayan
cobrado vida literaria los dos personajes más famosos de la biblioteca
de terror clásico: los vampiros que presentó Polidori y la criatura de
Frankenstein que concibió Mary.
La
autora terminó el borrador de su relato hacia abril o mayo de 1817. Lo
que inició con la idea de ser un cuento corto, terminó produciendo una
novela completa. Se cree que habría tenido mucha influencia en sobre
ella el trabajo de Milton "El Paraíso Perdido", particularmente el
personaje luciferino, como es comentado en la propia novela por boca del monstruo, además de obras líricas como "La canción del viejo marinero" de Samuel Taylor Coleridge.
Sin
embargo, estando la pareja en la Estancia de Marlow, Mary solicitó ese
mismo año a su esposo Percy que revisara el manuscrito, corrigiendo
errores y mejorando la redacción pues, a diferencia de ella, éste ya
tenía experiencia publicando. Dicho borrador fue adquirido en 2004 para
los archivos bibliotecarios de la Bodleian Library, de la Universidad de
Oxford, siendo incorporados a la Colección Abinger, atrayendo a los
investigadores y también siendo publicados como una versión germinal de
la obra, en 2008, titulada "El Frankenstein original", con correcciones y
acotaciones de Charles E. Robinson.
Percy
hizo muchos aportes al borrador, bajando un poco la crudeza del relato.
Se cree que él mismo podría haber sido un aporte a las características
que Mary le da al protagonista, considerando que Percy usaba, a veces,
el pseudónimo Víctor. Incluso se dice que él tenía su propio laboratorio
personal, para experimentar con electricidad y magnetismo. Percy
también tenía una hermana llamada Elizabeth, el mismo nombre de la
hermana adoptiva de Víctor, que en el libro era también su prima y
amada.
Así
sería presentado al mundo el libro de Mary, al publicarse el primer día
del año 1818 por la pequeña casa editorial londinense Lackington, Hughes, Harding, Mavor, & Jones.
Percy le escribió el prefacio, pero esta primera edición, hecha cuando
Mary tenía 20 años, fue presentada en forma anónima, sin su nombre.
La
acogida del libro fue un poco confusa y motivó una serie de críticas,
especialmente derivadas de la especulación sobre el verdadero autor de
la obra. Aunque críticos como Sir Walter Scott la recomendaron, otros
medios la descalificaron y hasta fue tildada de "asquerosa". El
"British Critic" incluso adivinó que la novela había sido escrita por
una mujer, quejándose del lenguaje demasiado femenino y dulce para un
contenido terror. No cabía duda, empero, de que "Frankenstein; o, el
moderno Prometeo" estaba quebrando muchos moldes literarios existentes
hasta entonces.
Como
de todos modos la obra tuvo excelentes ventas y hasta fue llevada a una
edición en Francia, la situación motivó una posterior reedición con el
relato llevando el nombre de su autora en la segunda edición, de 1821,
además de una versión teatral. Posteriormente, apareció una edición
revisada y mejorada por Mary Shelley, publicada por Henry Colburn y
Richard Bentley en 1831, conocida como la edición "popular", pues se
trata de la principal que se ha difundido en el mundo.

Primera
edición de "Frankenstein; o, el moderno Prometeo" de 1818, que no
incluyó el nombre de la autora. Fuente imagen: Thehistoryblog.com.
PRIMERA POSIBLE INSPIRACIÓN DEL ARGUMENTO: LA ALQUIMIA Y LOS HOMÚNCULOS
El tema de la alquimia y los homúnculos está sumamente relacionado con el asunto de "jugar a ser Dios", presente en la novela: la búsqueda del "principio vital" de la creación, el germen capaz de generar vida desde lo inanimado y que permita a un científico chiflado gritar "¡Está vivo!"
al ver abrir los ojos a su propia creación. Es una fantasía que ha
persistido largamente en la literatura, el cine, los videojuegos y hasta
algunos videos virales que se han asomado por los monitores de la era
de la Internet, de seguro trucados.
"Debía ser vuestro Adán, pero soy más bien el ángel caído a quien negáis toda dicha", le dice en un momento el monstruo a su creador, confirmando el trasfondo de un sacrilegio científico.
En
el libro, pues, es el propio Víctor Frankenstein quien asegura haber
encontrado obras del alquimista, cabalista, nigromante y médico alemán
Cornelius Agrippa (siglo XVI), que le abrieron un mundo desconocido para
él, hasta entonces. "Una nueva luz pareció iluminar mi mente, y lleno de alegría le comuniqué a mi padre el descubrimiento", se confiesa el personaje ante el lector.
Mi
primera preocupación al regresar a casa fue hacerme de la obra completa
de este autor y, después, de la de Paracelso y Alberto Magno. Leí y
estudié con gusto las locas fantasías de estos escritores. Me parecían
tesoros que, excepto yo, pocos conocían. Aunque a menudo hubiera querido
comunicarle a mi padre estas secretas reservas de mi sabiduría, me lo
impedía su imprecisa desaprobación a mi querido Agrippa.
El adolescente Víctor hasta se reconocía como un discípulo atemporal de Alberto El Grande,
en aquel período. No cabe duda, entonces, de que el muchacho, a
temprana edad, ha quedado cautivado por obras de estos prestigiosos
alquimistas y las materias que ellos trataban.
En
otra parte del libro, dice el propio Víctor describiendo sus dos años
en la universidad y los orígenes de la curiosidad que lo llevaría a tan
funesta creación:
Uno
de los fenómenos que más me atraían era el de la estructura del cuerpo
humano y la de cualquier ser vivo. A menudo me preguntaba de dónde
vendría el principio de la vida. Era una, pregunta osada, ya que siempre
se ha considerado un misterio. Sin embargo, ¡cuántas cosas estamos al
borde de descubrir si la cobardía y la pereza no entorpecieran nuestra
curiosidad!
Los
alquimistas a veces recurrían a la planta conocida como mandrágora en
sus recetarios, célebre por su raíz tomando a veces la forma de un
pequeño hombre y por las propiedades alucinógenas de sus compuestos.
Estudiada por Laurens de Castelan en el siglo XVI, se creía que la
mandrágora crecía en tierra donde se había derramado el semen de un
ahorcado, por la eyaculación que explota naturalmente en los hombres que
mueren de esta forma. Esta planta era llamada entonces alraun, y
se asociaba la forma de sus cuatro raíces con un pequeño niño o duende
atrofiado y convertido en vegetal, pero que con determinados
procedimientos ya más cercanos a la hechicería que a la alquimia, podían
convertirse en un homúnculo que daba protección y asistencia a su
dueño.
Una
línea de estudio de la alquimia era la creación de los homúnculos,
quizás relacionado con las tradiciones de la mandrágora y que, en
esencia, constituía el mismo desafío de crear vida que Frankenstein
asumió desde una pretensión científica.
Philippus
Theophrastus Bombastus von Hohenheim, más conocido por Paracelso, tan
leído y admirado por Víctor, fue uno de los iniciadores de esta rama de
investigación alquímica, al asegurar en su "Liber de imaginibus",
que había creado accidentalmente un pequeño ser de apariencia humana
mientras hacía diferentes pruebas buscado dar con la apetecida Piedra
Filosofal, capaz de convertir el plomo en metales preciosos. Para él, la
historia de los pequeños hombres surgidos de la mandrágora era falsa o
tergiversada, porque el "verdadero" procedimiento para crear tales
humanoides era el mismo que describe en "De natura rerum", de 1537:
Que
el esperma de un hombre sea putrefacto por sí mismo puesto en una
cucúrbita, sellada durante cuarenta días con la mayor cantidad de bosta
podrida de caballo, o por lo menos el suficiente tiempo para que se
vuelva viva y se mueva y se agite, lo que se podrá observar con
facilidad. Después de este tiempo, se verá un poco como un hombre, pero
transparente, sin un cuerpo. Si después de esto se alimenta sabiamente
con el Arcanum de sangre humana y se alimenta hasta cuarenta semanas, y
se mantiene en el calor de la bosta de caballo, crece un niño humano
vivo, con todos sus miembros como cualquier niño que nace de una mujer,
pero mucho más pequeño.
Paracelso llamó a su humanoide como homunculus,
diminutivo que se relacionaba con su pequeño tamaño de cerca de 30
centímetros. La criatura demostró ser capaz de asistirlo en cuestiones
domésticas, trabajando incluso en forma afanosa, pero con el tiempo se
rebelaba contra su amo o bien escapaba de casa, como lo haría una
mascota ingrata, tendencia que confirmó en otros homúnculos.
Tanto
el padre como el esposo de Mary Shelley, conocían bien la obra de
Paracelso, de acuerdo a lo que informa el profesor rumano Radu Florescu.
Desde ahí la escritora pudo haber conocido estas teorías y
planteamientos durante su temprana juventud. De hecho, su padre había
publicado en 1799 "Saint Leon: a tale of the sixteenth century", novela que apologizaba la búsqueda alquímica del principio de la vida eterna.
El
desarrollo del fantástico procedimiento para obtener homúnculos
requería también de carbón, cabellos, mercurio y restos de piel, para
que se formase la mezcla orgánica base de la criatura. En su "Chymische Hochzeit" ("Bodas químicas"), de 1616, Christian Rosenkreutz explica cómo fabricar también el homunculi duo,
correspondiente a uno hombre y uno mujer simultáneamente, ambas en
miniatura. Incluso, se llegó a creer que los espermatozoides eran
pequeños homúnculos en algún momento, interpretando erróneamente la
forma de estos, en los deficientes primeros microscopios con los que
contó la ciencia.
En
1775, el Conde Johann Ferdinand von Kufstein y el clérigo italiano
Giuseppe Geloni, habrían logrado crear diez homúnculos que, además de
ser asombrosos por su sola existencia, tenían el talento de ver el
futuro e informar de hechos venideros. Guardados en recipientes de
vidrio de la Logia Masónica de Viena, dice la tradición que habrían sido
vistos por importantes y reputadas personalidades de la época,
apareciendo mencionados en un capítulo completo para ellos en el manual
masónico "Die Sphinx" del Dr. Emil Besetzny, según comentan
autores como Richard Cavendish, en "Hombre, mito y magia", Donald F.
Glut, en "La leyenda de Frankenstein", y S. R. Parchment en "Antigua
masonería operativa".
En
portales de investigación y divulgación de internet, aparecen
referencias a un tal David Christianus de la Universidad de Giessen,
quien, en el siglo XVIII, habría propuesto la creación de un homúnculo a
partir de un huevo de gallina. No consigo confirmar el nombre (¿se
tratará del médico germano Christian Friedrich Garmann o Christianus
Democritus? Más abajo lo veremos), pero sí que el procedimiento alguna
vez fue conocido: debía hacérsele un pequeño agujero en la cáscara,
extraer parte de la clara para reemplazarla por semen humano, y volver a
sellarlo por 30 días, enterrado en estiércol y bajo determinadas
condiciones lunares del año. Por su parte, el doctor escocés William
Maxwell, proponía, pocos años después, que combinando en una matraz o un
tubo sales de sangre humana, se podía obtener un ser semejante.
Sobra
decir que en la literatura el homúnculo ha aparecido varias veces,
desde el ser creado por el mago en "Fausto" de Goethe, hasta el tierno
muñeco "Pinocchio" de Carlo Collodi (Carlo Lorenzini). Veremos abajo su
relación, además, con el folklore de los golems judíos. El tema fue
tratado en el cine por la serie alemana "Homunculus", de 1916,
apareciendo a la pasada también en el filme "La novia de Frankenstein"
de 1935, representados como diminutos hombres y mujeres dentro de
frascos. Incluso la raza de enanos obreros oompa-loompas del
libro "Charlie y la fábrica de chocolate", escrito por Roald Dahl y
publicado en 1964, parecen tener algo de esclavos homúnculos en las
versiones originales de la novela, característica que se fue perdiendo
un poco en las dos versiones fílmicas de 1971 y 2005.
Parecido al concepto del homúnculo es el del humongous,
referido a seres humanos de proporciones grotescas o enormes,
anormales. También aplicaría al monstruo de Frankenstein en el sentido
de referirse, de alguna forma, a seres normales que llegan a
deformidades atroces, contra la naturaleza. Este mismo concepto fue
usado en el notable personaje enmascarado Lord Humungus, líder de
los villanos del filme "Mad Max II" de 1981, que se presume deformado a
consecuencia de la radiación nuclear. También se alude al concepto en
el filme de terror "Humongous", de 1982, con un engendro criminal de
formidable fuerza que se ha criado como un ser salvaje y violento en una
isla llena de perros, con ciertas semejanzas argumentales a otros
filmes de terror como "La Masacre de motosierra de Texas" de 1974 y
"Viernes 13, Parte II" de 1981.

El homúnculo de Paracelso. Fuente imagen: Taringa.net.
UNA POSIBLE INSPIRACIÓN EN EL FOLCLORE JUDÍO: EL GÓLEM DE PRAGA
Existen
interesantes leyendas judías que podrían haber influido en la creación
de Mary Sheley. Una de ellas puede ser el folclore el gólem, famoso
personaje que ha tenido su propia saga literaria y cinematográfica,
presentando evidentes semejanzas con la figura del monstruo de
Frankenstein y que se cruza frecuentemente también con la tradición de
los homúnculos, tanto por el tipo de tareas que desarrollaban como por
su tendencia a salirse de control el ciertas circunstancias.
Los
golems son todo un atractivo cultural e iconográfico en la actual
ciudad de Praga, capital de la actual República Checa. La popularidad de
la leyenda, que algunos autores creen análoga a la tradición de los
zombies y otros a una primitiva robótica, deriva de otra tradición
local: la del Rabbi Judah Loew, apodado el Maharal de Praga, en
el siglo XVI, quien construyó una tosca y corpulenta criatura artificial
de arcilla a la que dio vida, para que lo protegiese a él y al resto de
la comunidad judía en la Sinagoga Vieja-Nueva de Altneuschul, cuando
comenzaron a ser amenazados por revueltas antijudías. La leyenda dice
hasta ahora, además, que uno o más golems quedaron ocultos en el
subsuelo de la antigua sinagoga, y que aún estarían allí.
Éste
sería el gólem más famoso, sin embargo, porque la presencia de estos
extraños seres artificiales aparece por la leyenda hasta en los orígenes
del hombre. Incluso aparece mencionado en los Salmos 139:16, del
Antiguo Testamento:
Mi embrión (gólem) vieron tus ojos,
y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas
que fueron luego formadas,
sin faltar una de ellas.
y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas
que fueron luego formadas,
sin faltar una de ellas.
Aunque
el gólem es creado desde el barro, como Adán, carece de alma y de
voluntad propia, limitándose a obedecer las órdenes que los rabinos le
arrojaban escritas en un papel por la boca, acompañadas del shem,
una inscripción mágica derivada de los nombres de Dios. Tradiciones
talmúdicas señalan que Adán fue creado al mismo tiempo que un gólem,
pero mudo y con limitaciones según el Sanedrín, siendo devuelto al polvo
con el que se le creó. Siempre aparecen hechos de barro o arcilla, tal
como el primer hombre que creó Prometeo en la mitología griega, siendo
su nombre el que da parte del título original de la obra de Mary
Shelley, se recordará.
El documento más antiguo sobre la creación de golems corresponde al "Sodei Razayya",
escrito hacia el año 1200 por el maestro judío Eleazar ben Judah, de
Worms, Alemania. En el siglo XVI, el rabino y cabalista R. Eliyahu Ba'al
Shem, habría confeccionado su propio gólem, según otros registros. Esta
historia es corroborada por el cronista cristiano Christoph Arnold, en
1674 y el rabino Jacob Emden en 1748.
El
escritor Gustav Meyrink dio luz a su novela "El Golem" de 1915,
precisamente tomando por base a estas tradiciones del pueblo judío. Hay
pasajes de su obra donde también parece rozar la narración con el asunto
de los conflictos éticos y los alcances de jugar con las fuerzas de la
vida, como cuando anota:
Vuelve
a despertarse calladamente en mí la leyenda del Gólem espectral, de ese
hombre artificial que hace tiempo construyera de materia, aquí en el
ghetto, un rabino conocedor de la Cábala, quien lo convirtió en un ser
autómata y sin pensamiento, al situar tras sus dientes una mágica cifra
numérica.
Y
como sucedió con la creación de Frankenstein, el gólem de la leyenda
descrita por Meynrick también se sale de madres y enloquece, pasando de
la nobleza y la sumisión a la vesania rebelde:
Cuando
una noche el rabino se olvidó de quitarle, antes de la oración, la hoja
de la boca, dicen que cayó en un estado de delirio tal que, corriendo
en la oscuridad de las callejas, destruyó todo lo que encontraba en su
camino. Hasta que el rabino se enfrentó a él y destruyó la hoja. La
criatura debió caer sin vida. No quedó nada más de él que la figura
enana de barro que hoy todavía se puede ver en la antigua sinagoga de
Altneus.
Ahora
bien, ¿hay alguna relación del personaje principal del libro con las
tradiciones judías en general? El personaje Víctor Frankenstein asegura
ser ginebrino, de una de las familias "más distinguidas de esa república"
con ancestros ocupando importantes cargos públicos. El que su apellido
tenga una fonética posiblemente "judía" no ha pasado inadvertido a
algunos autores, incluso en ciertos discursos de inclinación antisemita o
bien tratando de ver esta sugerencia entre líneas por parte de Mary.
Sin embargo, en la novela el protagonista no da ninguna señal que
permita presumir tal filiación. Más aún, Mary aseguró alguna vez que el
apellido le surgió del contenido de la pesadilla propia que motivó su
obra, y de la que hablaremos más abajo.
Debe
recordarse que el hebreismo, el cabalismo y las ciencias judaicas
fueron temas conocidos en la sociedad intelectual gentil de aquellos
años. De hecho, en la Edad Media, muchas tradiciones y creencias judías
fueron asimiladas en la sociedad cristiana y académica. El alquimista
Agrippa, tan admirado por Frankenstein en el libro, por ejemplo, no sólo
leía y hablaba en hebreo, sino que lo enseñaba en universidades de
Europa, además de practicar numerología cabalística. Sus
interpretaciones de la demonología hacían mixtura entre conceptos
medievales de origen cristiano y tradiciones judías sobre el mundo
espiritual, lo que le costó más de un problema con el ojo inquisidor.
Se
han realizado filmes alusivos al tema golémico en varias ocasiones,
destacando la trilogía del cine mudo de Paul Wegener compuesta por "El
Gólem" de 1915, "El Gólem y la chica bailarina" de 1917 y "El Gólem:
cómo llego al mundo" de 1920. Su aspecto es bastante parecido al de las
representaciones que se han hecho del monstruo de Frankenstein, además,
como un ser corpulento, enorme, de andar torpe pero con fuerza
sobrehumana.
El
gólem y los límites científicos ha resurgido con nuevas temáticas
simbólicas en nuestra época. En 1982, por ejemplo, la llamada Comisión
Presidencial para el Estudio de los Problemas Éticos de Medicina e
Investigación Biomédica, entregó en Washington DC un informe con sus
aprehensiones sobre la experimentación con la ingeniería genética, donde
mencionaba la leyenda del monstruo de Praga para ejemplificar sus
puntos. Allí encontramos una comparación directa con la novela de Mary:
A
semejanza del cuento sobre el aprendiz de brujo o el mito del Gólem,
creado de polvo inerme por el Rabí Yehudah Loew de Praga (el Maharal) en
el siglo XVI, el relato sobre el monstruoso Dr. Frankenstein nos
recuerda la dificultad en reparar una situación cuando un ser concebido
como beneficioso se revela finalmente como destructor. De hecho, cada
uno de esos relatos exhibe una punzante ironía: justamente cuando nos
proponemos incrementar nuestro control del mundo, corremos el riesgo de
reducirlo. Los productos artificiales creados con ese propósito pueden
volverse contra nosotros y dañarnos: el esclavo puede convertirse en
amo.

El
rabino Loew y el gólem, en la película de Paul Wegener de 1915. La sola
imagen tiene semejanzas icónicas y narrativas evidentes con las
representaciones de Víctor Frankenstein y su monstruo. Fuente imagen:
Taringa!
LA SINIESTRA LEYENDA DEL HOMÚNCULO DE MAIMÓNIDES
Una
ruda combinación entre las tradiciones alquímicas para crear homúnculos
y las creencias golémicas judías buscando la chispa de la vida,
confluyen en la leyenda de la criatura que el maestro Maimónides habría
creado en su época, y cuyas semejanzas con el relato de Frankenstein
son innegables, recordando mucho al pasaje en que éste decide destruir
el cuerpo de la compañera que el monstruo le ha exigido hacer para él.
Nacido
en Córdoba en 1138, Moses ben Maimon, más conocido como Maimónides, fue
un prestigioso y reputado médico, rabino y teólogo de la comunidad
judía sefardí al-Andalus, en España. Fue autor de una extensa obra
filosófica y poética, además de practicante de la cabala, influyendo
incluso en el pensamiento cristiano y árabe. Falleció en Egipto, hacia
fines del año 1204, con una fama luminosa que contrasta con la oscuridad
de la historia que le adjudica su leyenda.
Esta
interesante historia aparece descrita, entre otras fuentes, en el libro
"Tree of souls: the mythology of judaism" y "Lilith's cave: jewish
tales of the supernatural", de Howard Schwartz. Dice la tradición del
folklore judío, pues, que Maimónides tuvo acceso a los máximos
conocimientos talmúdicos y los secretos hebraicos mejor guardados por
las castas rabínicas, llegando incluso a probar con la búsqueda de la
cura de todas las enfermedades. Su área más destacada fue la de médico,
siendo solicitado -como toda una eminencia- por importantes autoridades
de entonces.
La
fama atrajo a muchos que quisieron se alumnos del maestro, pero éste
parecía resistirse a la posibilidad. Un día, sin embargo, un muchacho
londinense de acomodada familia llegó hasta él en Córdoba, fingiendo ser
un mendigo y no saber hablar. Logró conmover a Maimónides y éste lo
aceptó en su casa, para que sirviera en labores domésticas a cambio de
cobijo y alimento. La intención del chico, sin embargo, era aprender de
los procedimientos y conocimientos de su patrón, accediendo a su
laboratorio y archivos cuando el maestro le solicitó ser también su
ayudante. De esta manera, el chico fue empapándose de los conocimientos
del médico, con acceso a su biblioteca y estudios, mientras simulaba
todavía ser mudo.
Un
día de aquellos, un distinguido señor español comenzó a enfermar,
pasando por estados de frenesí y de agotamiento extremos. Ningún médico
pudo socorrerlo hasta que llamaron a Maimónides, quien, luego de
examinarlo meticulosamente, concluyó en que el paciente tenía un gusano
en el cerebro. Debía practicársele una trepanación y extraerlo a la
brevedad, o moriría. Luego de algunos trámites y discusiones, logró
convencer a los encargados de esta tarea y así regresó a buscar su
instrumental médico, para iniciar la intervención.
De
regreso en la casa del enfermo, le hizo una incisión en la cabeza,
logró abrir una ventana hacia su cerebro y allí, justamente, estaba el
gusano retorciéndose en la materia cerebral. Su discípulo inglés, sin
embargo, no soportó la presión y trató de detener a su maestro,
manifestándose temeroso de que matasen al hombre en semejante trabajo de
extracción, en ese momento. Maimónides se sorprendió al advertir que su
asistente hablaba y lo había estado engañando en todo este tiempo. El
chico le pidió disculpas, le dijo que daría las explicaciones
correspondientes, pero que por ahora lo importante era no arrancar al
gusano, o mataría la paciente. La técnica correcta, le decía el joven,
era una que había leído en los propios trabajos de Maimónides: acercar
una planta y que el gusano subiera solo a ella, abandonando la cabeza
del enfermo.
Así
lo hizo el maestro, y el paciente se salvó. La hazaña le valió ser
nombrado médico oficial de la corona y, lejos de enemistarse con su
discípulo, el sinceramiento entre ambos estrechó sus relaciones,
dedicándose a trabajar juntos desde allí en adelante, no sólo en temas
de medicina. El rabino realmente veía en él al sucesor de sus
conocimientos galénicos, llegando a manifestar una admiración por sus
capacidades.
Un
día, Maimónides decidió revelarle un secreto a su discípulo, y puso en
sus manos un antiguo ejemplar del "Libro de la Creación" ("Sefer Yetzirá"),
explicándole que ahí estaba la clave de un experimento que jamás se
había aventurado a practicar, relativo a la resurrección de un ser
viviente. Consistía en quitar la vida de un hombre, cortarlo en pedazos,
ponerlos en un gran envase de vidrio hecho al vacío y aplicar sobre él
sustancias sacras como el Bálsamo de la Inmortalidad y savia del Árbol
de la Vida, cuya obtención era secreto de altos rabinos, solamente.
Luego de nueve meses, tiempo de gestación de una vida humana, el cuerpo
renacía pero en una forma nueva, invulnerable e inmortal.
Ambos
hombres quedaron cautivados por la lectura y la descripción del
procedimiento, y comenzaron a pensar en la posibilidad de llevar
adelante el experimento. La propuesta fue convirtiéndose, así, en algo
seguro, hasta que llegaron al convencimiento de que debían tomar los
riesgo y ejecutarlo. No sabiendo decidir cuál de los dos debía ser el
elegido para el sacrificio y resurrección, dejaron el asunto al Ángel de
la Muerte: tocaron el Pergamino Sagrado y lo invocaron... Y la muerte
escogió al joven discípulo, haciéndolo caer fulminado al instante.
Venciendo
las sensaciones de congoja y temor, Maimónides destrozó el cuerpo y lo
arrojó al gran contenedor, siguiendo el procedimiento preestablecido en
el "Libro de la Creación". Cerró las puertas de su laboratorio por los
próximos meses, guardando silencio y conteniendo su curiosidad. Sólo al
cuarto mes tuvo fuerzas para entrar otra vez y ver cómo iba el proceso,
poseso por el deseo de ser testigo de lo que sucedía. Grande fue su
asombro al ver que los restos iban recuperado forma dentro de ese
acuario, como si volviesen a armar un ser humano. Regresó en el quinto
mes, y ya podía distinguir la silueta humana esbozada en ese caldo
orgánico; el el sexto, pudo ver los nervios y las venas; al séptimo,
órganos palpitantes, los músculos y sus movimientos.
Fue
entonces cuando el remordimiento y el pánico -al igual que sucede con
Frankenstein en la novela- comienzan a apoderarse de Maimónides, ante
las consecuencias de lo que esta experiencia podría acarrearle al mundo:
¿Qué
clase de horrores aguardarán a la especie humana si dejo que esto
madure? Si acaso este hombre inmortal, con todo su poder, vagase entre
sus hermanos, ¿será endiosado y venerado, mientras que la santa
revelación y las Leyes de Moisés acabarán siendo negadas con el tiempo,
hasta ser olvidadas por completo?
Conceptualmente,
su temor era sospechosamente parecido al que proclama Víctor
Frankenstein en las Islas Orcadas, cuando decide destruir el cuerpo de
la compañera del monstruo, según el libro de Mary Shelley:
¿Tenía
yo derecho, en aras de mi propio interés, a dotar con esta maldición a
las generaciones futuras? Me habían conmovido los sofismas del ser que
había creado; sus malévolas amenazas me habían nublado los sentidos.
Pero ahora por primera vez veía claramente lo devastadora que podía
llegar a ser mi promesa; temblaba al pensar que generaciones futuras me
podrían maldecir como el causante de esa plaga, como el ser cuyo egoísmo
no había tenido reparos en comprar su propia paz al precio quizá de la
existencia de todo el género humano.
Finalmente,
atormentado por el temor en el octavo mes, Maimónides se acerca a la
criatura en gestación, mirándola de frente. Entró en pánico al ver el
rostro casi completo del homúnculo dentro del contenedor, que entre
fluidos y burbujas le miró y le sonrió de forma diabólica,
descontrolándolo. El maestro huyó presa del pánico, preguntándose, al
igual que lo hará Víctor Frankenstein, sobre qué es lo que ha hecho al desafiar a Dios.
Tras
unos días de encierro y angustia, Maimónides decidió informar con toda
honestidad de lo que sucedía al Consejo de Rabinos, cuyo tribunal le
exigió acabar con la criatura en gestación, amparados en los Salmos y en
la definición de lo que es abominable a los ojos de Dios. Así, justo en
el noveno mes y evitando ser culpable directo de un crimen, Maimónides
soltó un perro y un gato dentro de su laboratorio, para que en la
revuelta derribaran todos los objeto quebradizos y el pedestal que
sostenía al acuario del homúnculo. Éste cayó desparramado al suelo, y el
maestro lo sepultó inmediatamente en tierra. Después, quemó el volumen
de instrucciones del "Libro de la Creación".
Sin
embargo, nada lo libró del escarnio de sus pares y los rabinos siempre
reprocharon su desafiante audacia, lapidando su prestigio como médico.
Para evitar los rigores de la corte rabínica por prácticas oscuras y
hechicería, escapó a El Cairo, donde terminó su vida difícilmente,
acosado por las acusaciones de gentiles y de los propios judíos en su
contra.
Cabe
señalar que es muy posible que, si acaso no fue por su propia
erudición, entonces pudo haber sido por las aficiones intelectuales de
Lord Byron y del propio Percy Shelley, que su esposa Mary conoció en su
juventud esta clase de historias del folklore judío, antes de escribir
la novela de Frankenstein.

El maestro rabínico Maimónides (1138-1204).
MUERTOS VIVIENTES Y RESURRECCIÓN DE CADÁVERES
El
mismo tema de la vida artificial lo toca Goethe en "Fausto" con la
creación de un ser homúnculo, y aparece en leyendas sobre seres
resurrectos de tradiciones de esclavos afros en América, como los
zombies del vudú y hasta entre los mapuches en Chile. Todos estos temas
estaban en la sobremesa de la intelectualidad de entonces.
El
Frankenstein literario tiene mucho de este terror a los muertos
revividos, que se extendió hasta la época de la literatura victoriana,
pero la característica se ha ido perdiendo con las representaciones
posteriores, especialmente por el énfasis que se coloca en que el
monstruo, más que un resucitado, sea una nueva vida hecha a partir de
los restrojos de la muerte, en el mencionado sacrilegio de "jugar a ser Dios".
Las
historias de zombies, ritos vudús, canibalismo y magia negra tribal
también eran conocidas en Europa gracias a los agregados diplomáticos y
grandes exploradores, que llegaban con anécdotas que causaron asombro y
que motivaron más de alguna obra literaria posterior. Las noticias que
venían desde el Nuevo Mundo -más de una vez aludido en la obra de Mary-
aumentaban el interés, la curiosidad y la imaginación sobre esta clase
de prácticas. En 1697, por ejemplo, Pierre-Corneille de Blessebois
publicó su último libro titulado "Le zombi du Grand Pérou, ou la comtesse de cocagne", aunque su zombie es descrito en forma muy abstracta, pareciendo más bien el fantasma descarnado de un muerto.
Por
lo anterior, es muy probable que Lord Byron y sus ancestros viajeros
hayan sido buenos conocedores de estos temas sobre cadáveres vivientes o
seres que perdían su alma por voluntad de un practicante de artes
mágicas oscuras. Parte del interés por el tema venía de la mano del
mesmerismo, la ciencia del "magnetismo animal" propuesta hacia la
segunda mitad del siglo XVIII por el alemán Franz Mesmer, y según la
cual un ser podía influir en el comportamiento de otro a través de lo
que hoy conocemos como sugestión e hipnosis.
Posteriormente,
el explorador y ministro representante Spenser Saint Jones, mientras
vivió en Haití, solía llegar a Londres con historias y objetos varios
extraños traídos desde aquellas tierras de hechicería y prácticas
macabras. Tomando el tema de la resurrección de muertos, Edgar Allan Poe
escribió "La caída de la casa Usher" en 1839 y "La verdad sobre el caso
del señor Valdemar" de 1845. Años después, Ambrose Bierce continuó con
el tema en "La muerte de Halpin Frayser", de 1893. Esta obra, en cierta
forma, cerró la presencia literaria de los muertos vivientes del siglo
XIX, cadena iniciada precisamente por Mary Shelley con su libro sobre
Frankenstein.
La
cultura zombie, tan de moda en nuestros días, da por entendido que el
retorno de un ser humano a la vida es un riesgo: la criatura sólo
retorna a la animación, más no a la vida propiamente dicha. De ahí que
tenga algo de gólem: sigue siendo un cadáver, sin consciencia, sin
ética, sin humanidad. Y a pesar de no haber estado particularmente
orgulloso de estos escritos, H. P. Lovecraft puso en el clímax casi
demencial del terror a la resurrección del cadáver que regresa sin alma,
en su relato "Herbert West: Reanimador". Ya en nuestra época, Stephen
King se vale del tema del resucitado sin alma para construir la pavorosa
historia de "Pet Sematary" ("Cementerio de mascotas").
Cabe
señalar, además, que cierto temor a la resurrección de muertos que
fueron malvados en vida, asustó a muchos elementos conservadores de la
sociedad de principios del siglo XIX, cuando comenzaron a practicarse
experimentos públicos de electrificación de cadáveres de asesinos
ejecutados, que realmente aparentaban devolverlos a la vida, como
veremos más abajo. Este temor fue irritado al extremo en el filme de
terror "Viernes 13, Parte VI: Jason vive", de 1986, en donde el criminal
de la franquicia resucita por la caída de un rayo sobre un barrote que
le han clavado en el pecho a su cuerpo descompuesto y profanado. A
partir de entonces, el asesino Jason Voorhees con su famosa máscara de
hockey, pasó a ser una especie de zombie estéticamente muy parecido en
su lentitud, movimientos, altura y aspecto harapiento a las
caracterizaciones del monstruo de Frankenstein en el cine clásico.
La criatura imaginada por Mary,
sin embargo, está lejos de parecerse a las imágenes de los cadáveres
vivientes que hoy tenemos a la vista en las películas de zombies y
muertos vivientes en general: seres sin razón, de andar torpe, medio
descompuestos, caníbales... Por el contrario, era extraordinariamente
ágil y veloz, además de inteligente, como tuvimos oportunidad de
verificarlo en la primera parte de esta doble entrada.

"Un
cadáver galvanizado". Ilustración de Henry R. Robinson de 1836, en
Washington D.C., alertando sobre poderes siniestros y diabólicos que
rondan en la "resurrección" de cadáveres por las prácticas del
galvanismo.
¿ALUSIONES A UNA ROBÓTICA PRIMITIVA?
El asunto de crear vida artificial es amplio y ha tocado muchas leyendas del mundo. Se relaciona mucho con la denuncia del "jugar a ser Dios" que aparece en el libro de Mary Shelley. Hay otro contexto de su época que podría tener influencia en la inspiración del libro.
Allí
dice la autora que el protagonista, Víctor, ha leído mucho a San
Alberto Magno, por ejemplo, a quien una leyenda le atribuye la creación
de un famoso robot del siglo XII que era capaz de abrir las puertas de
su celda e invitar a la gente a entrar.
A
mayor abundamiento, el supuesto autómata de San Alberto Magno estuvo
haciendo labores de sirviente por cerca de 30 años, según la misma
leyenda hasta que su compañero de claustro y colega, Santo Tomás de
Aquino, lo destruyó a martillazos. Unas versiones dicen que acabó hecho
añicos por un ataque de ira del santo contra el autómata, y en otras
porque creía que se trataba del Diablo en persona. También dice la
creencia que Alberto Magno había hecho una famosa "cabeza parlante" de
mujer, que era capaz de mover la mandíbula y contestar preguntas con
algún mecanismo desconocido, probablemente valiéndose de algún
ventrílocuo que formaba parte de las presentaciones.
Alquimistas,
homúnculos y autómatas encuentran puntos de contacto en la literatura
que la obra le adjudica al joven Víctor. La relación del gólem con el
concepto robótico y la creación de la vida, además, ha sido abordada por
interesantes trabajos como el de Norbert Wiener, de 1964, titulado
"Dios y Gólem Sociedad Anónima", donde revisa la relación humana con las
tecnologías y las implicaciones morales que esto podría acarrear a
niveles políticos y hasta religiosos.
En el sentido golémico y "robótico", sin embargo, no cabe duda que la representación antológica del monstruo de Frankenstein por Boris Karloff,
a pesar de haber sido tan libre con respecto a la descripción del
engendro en el relato, es la que mejor asumió y retrató tal
característica. Cierta propuesta para la interpretación, de hecho,
sugiere que el monstruo representaría el viejo temor de la tecnología se
salga de control y adquiera voluntad propia en contra de los intereses
humanos, violentando las famosas tres Leyes de Asimov ("Runaround",
1942). Esto sacaría al monstruo de la asociación al tema zombie o
resurrectos, para acercarlo más a la imagen de un HAL 9000 en el filme "2001: Odisea en el Espacio", o bien los imparables cyborgs de "Terminator" y sus secuelas.
Cierto
documental sobre folclore de vampiros ("En busca de Drácula" de Clavin Floyd, 1975) ha propuesto también que el
contenido de "Frankenstein; o, el moderno Prometeo" e incluso el mal
sueño de Mary que incluyó en parte de la obra (ver más abajo), pudo
haberse inspirado también en algo tan concreto como la impresión causada
en Europa por los extraordinarios autómatas que causaron sensación en
esos años, especialmente los del ingeniero Pierre Jaquet-Droz y su
familia, actualmente en el Musée d'Art et d'Histoire de Neuchâtel,
Suiza. Provocaron asombro y hasta pánico en su época, cuando comenzaron a
ser expuestos de manera itinerante a partir de 1774, debutando en la
exposición de La Chaux-de-Fonds. Corresponden a tres robots mecánicos
aún funcionales y que son capaces de desempeñar una rutina perfecta cada
uno, llamados "La Pianista" "El Dibujante" y "El Escritor", por las
tareas que ejecutan, respectivamente.
Los
autómatas de los Jaquet-Droz son mecanismos tan precisos y complejos
que incluso imitan movimientos de ojos y respiración. Aún asombran a los
visitantes del museo suizo, y hasta hay que cambiarles sus prendas cada
cierto tiempo, porque se desgastan con el tiempo y los movimientos de
cada autómata.
Existía
otro increíble autómata "escritor" hecho por su colega Friedrich von
Knauss, además de un personaje que tocaba las campanas en la Catedral de
Burgos, apodado el Papamoscas, reemplazado por un mecanismo
nuevo en el siglo XVIII. De la misma época era "El Turco", de Wolfgang
von Kempelen, que hacía exhibiciones en ferias y salones jugando
ajedrez.
Hay
un punto de contacto entre las posibilidades de que la obra de Mary
haya tenido alguna inspiración con los autómatas que estaban de moda en
aquella centuria: en 1790, François-Félix Nogaret había publicado un
trabajo de sátira política y científica titulada "Le Miroir des événements actuels, ou la Belle au plus offrant",
en donde un inventor de apellido Frankénsteïn creaba un autómata de
tamaño natural, con mensajes que guardan relación con el
revolucionarismo francés varias veces aludido en el texto del
Frankenstein de la autora inglesa.

Los autómatas de Jaquet-Droz. Fuente imagen: Proyectoidis.org.
EL CASTILLO DE FRANKENSTEIN Y LOS EXPERIMENTOS DE DIPPEL
En
Suiza existe el hermoso castillo en ruinas, a unos 5 kilómetros de la
ciudad de Darmstadt, que mandó a construir Lord Konrad II en el siglo
XIII, sobre lo que se cree fue un castillo anterior sobre el mismo
monte, aunque no hay mucha evidencia de ello. Dado que el aristócrata
empezó a firmar desde entonces como Konrad II von und zu Frankenstein,
a partir de 1252, el lugar fue llamado Castillo de Frankenstein,
manteniendo el apellido. La magnífica fortaleza alguna vez llamó la
atención de las crónicas del célebre cazador de fenómenos Robert L. Ripley, y sigue siendo una importante y cotizada atracción turística local, con un restaurante propio inaugurado en 1968.
Lord
Konrad II fue fundador, también, del Señorío Imperial Libre de
Frankenstein o Franckenstein de Franconia, cuya jurisdicción se sometía
directamente a la autoridad imperial, ostentando posesiones en
Nieder-Beerbach, Darmstadt, Ockstadt, Wetterau y Hesse, entre otras.
Cabe recordar que, desde el siglo anterior, existía ya en Alemania el
Castillo de la Villa Frankenstein, de Rhineland-Palatinate, localidad
que también podría estar relacionada con la famosa "Novia de Frankenstein"
(Bertha Seckel geb Frankenstein, fallecida en febrero de 1863) del
Patio de los Disidentes del Cementerio General de Recoleta, en Santiago
de Chile, que carga con su propia leyenda.
Tras
una alianza con los Condes de Katzenelnbogen, estos comenzaron a ocupar
el castillo a fines de su primera centuria y por un par de siglos más.
El edificio fue separado después en dos partes, para dos familias de los
Frankenstein. Pero, como los herederos eran fervorosos católicos
opuestos a la reforma religiosa, decidieron dejar la propiedad en el
siglo XVII, poniéndola en venta y siendo adquirida por el Condado de
Hesse-Darmstadt, que lo dispuso como hospital y albergue.
Pocos
años más tarde, en el Día de San Lorenzo de 1673, nació y ocupó el
castillo el filósofo, químico, alquimista y médico alemán Johann Conrad
Dippel, famoso teólogo calvinista de la época, aventurero y viajero,
discípulo del movimiento pietista de Philipp Jakob Spener. Publicando
bajo el pseudónimo de Christianus Democritus, Dippel tenía ciertas
visiones controversiales sobre el papel de la religión en la sociedad, y
más de una vez se vio inmiscuido en polémicas con las autoridades del
clero. Incluso fue expulsado de la Universidad de Giessen, por su
defensa de los trabajos de Paracelso ante sus académicos, lo que
inevitablemente nos lleva a sospechar de cierta semejanza con el
personaje de Frankenstein.
Viviendo
la mayor parte de su vida en el castillo, allí encontró un espacio de
libertad para sus trabajos químicos y alquímicos, lejos del escrutinio
inquisitivo. Un día de esos, sin embargo, manipulando explosivos hizo
volar parte de edificio, causando daños en la torre principal. Dippel
también estudió las propiedades antisépticas del aceite animal,
produciendo una variedad que lleva su apellido.
Fuera
de lo anecdótico, sin embargo, había una serie de leyendas oscuras
sobre lo que Dippel realmente hacía en los oscuros salones del Castillo
de Frankenstein, en particular sobre trabajos de necrología, de los que
-se sabe- era un practicante. De alguna manera, el personaje era visto
dentro de esta misma actividad como una suerte de Leonardo da Vinci
realizando estudios de anatomía a partir de cadáveres, pero en versión
oscura y siniestra, que es inevitable relacionar con los experimentos
que Víctor Frankenstein desarrolla para llegar a la creación de su
monstruo.
A
mayor abundamiento, y quizás formando parte de los antecedentes del
galvanismo (ver más abajo), decía la creencia popular que Dippel
realizaba en esas dependencias macabros experimentos tratando de
devolver el alma a fallecidos o bien tratando de intercambiar el alma
entre dos cuerpos. También habría desarrollado químicos que buscaban
extender la vida humana, en busca de la inmortalidad. No hay pruebas
concretas ni detalles de estas prácticas, sin embargo, aunque es
conocido que fue expulsado de Darmstadt precisamente cuando las
autoridades se enteraron de lo que estaba realizando allí y de su
adicción a la alquimia, marchándose y falleciendo así en el Castillo de
Wittgenstein, en North Rhine-Westphalia.
Todo
sugiere, entonces, que el David Christianus que se describe en algunas
reseñas sobre alquímica y cabalismo, mismo que habría obtenido
homúnculos a partir de la fertilización de huevos de gallinas, habría
sido Dippel, con su alias Christianus Democritus, realizando sus
experimentos en el Castillo de Frankenstein.
Dippel se sentía tan asociado al castillo que firmaba con el adendo "Frankensteinensis".
No parece coincidencia que el personaje de la obra literaria tenga el
mismo apellido del castillo y se haya hecho la mima fama de Dippel, por
lo tanto, según hacen notar escritores como Florescu. El desafortunado
médico pasó parte de sus últimos años tratando de comprar el Castillo de
Frankenstein, ofreciendo una fórmula para obtener la Piedra Filosofal
como pago, pero nunca consiguió tentar a los propietarios.
Es
tema de discusión el cómo llegó a conocimiento de Mary Shelley la
historia de Dippel y su leyenda negra. Mary conocía Suiza, por lo que se
cree que, estando allá, se habría enterado de la existencia y visitado
el Castillo de Frankenstein en 1814, acompañada por su hermanastra
Claire Clairmont y por su futuro marido Percy Shelley, cuando ya se
encontraba en ruinas. Para otros, la historia fue informada por el
lingüista y mitólogo germano Jacob Grimm a la madrastra de Mary Selley,
por entonces traductora editorial. Muchos de los paisajes que aparecen
descritos en el libro pueden corresponder a este viaje, justamente, pero
Mary habría mantenido en reserva este antecedente concreto del Castillo
de Frankenstein para no poner en riesgo los derechos de originalidad de
su trabajo.
Una
curiosidad para la historia es que, en 1976, soldados estadounidenses
destacados en Darmstadt, organizaron una Fiesta de Halloween en el
célebre castillo, tal vez conociendo algo sobre sus historias de terror y
repitiendo las jornadas del 31 de octubre hasta su retiro zonal, en
2008. Esta celebración parece haber sido una de las principales
vertientes para la introducción de la fiesta en Europa, existiendo en
nuestros días un gran Festival de Halloween que allí se celebra, año a
año... El terror sigue haciendo festejos en este sitio, entonces.

El
Castillo Frankenstein de Darmstadt. Oscuro, siniestro y ubicado sobre
una colina, en su momento fue el castillo típico de los cuentos de
terror. Fuente imagen base: Exploring-castles.com.
EL GUIÑO A LA UNIVERSIDAD DE INGOLSTADT Y LOS ILLUMINATIS
La
Universidad de Ingolstadt, creada inicialmente como sostén educacional
de la fe católica, es aquella en la que se forma el personaje
protagonista del libro y donde se imbuye del conocimiento científico. No
está elegida al azar: su escuela de medicina era conocida como una de
las mejores del Viejo Mundo, gozando de una gran admiración y
connotación positiva hasta pocas décadas antes de que Mary escribiese el
libro.
Cuando
la autora ya había comenzado a redactar su obra, sin embargo, la
célebre universidad fundada en el siglo XV había sido cerrada hacía poco
más de 15 años. Por sus salas habían pasado célebres académicos como
Johannes Reuchlin, filósofo y profesor de hebraísmo, quien practicaba
también la cabala judía, escribiendo una obra al respecto titulada "De arte cabalistica", hacia el año 1500.
Hacia
sus últimas décadas, gracias a la irrupción del ilustrismo, tenía una
gran influencia en dicha casa el académico alemán de supuesto origen
judío Johann Adam Weishaupt, que ejercía allí la cátedra de Derecho
Canónico en la segunda mitad del siglo XVIII. Weishaupt, apoyado por el
banquero Mayer Amschel Rothschild (nacido Bauer, iniciador del clan
familiar Rothschild), había sido el fundador de la famosa sociedad
secreta francmasónica llamada como "Los Perfectibilistas", en 1776, más
conocida como los Illuminati o Iluminados de Baviera, la
salsa de tomates de innumerables platillos conspiranoicos y de historias
sobre luchas criptopolíticas en nuestros días, tanto para la fantasía
como para fundamento de investigaciones alarmistas.
Se
recordará que Mary describe al personaje de apellido Waldman, profesor
de química y filosofía natural, con ciertos rasgos de "iluminado" que
podríamos presumir relacionados a esta escuela masónica. En un momento,
según el protagonista, el maestro hizo la siguiente declaración
reivindicando la obra de los mismos autores alquimistas y herméticos que
habían cautivado a Víctor en su juventud:
Los
antiguos maestros de esta ciencia –dijo– prometían cosas imposibles, y
no llevaban nada a cabo. Los científicos modernos prometen muy poco;
saben que los metales no se pueden transmutar, y que el elixir de la
vida es una ilusión. Pero estos filósofos, cuyas manos parecen hechas
sólo para hurgar en la suciedad, y cuyos ojos parecen servir tan sólo
para escrutar con el microscopio o el crisol, han conseguido milagros.
Conocen hasta las más recónditas intimidades de la naturaleza y
demuestran cómo funciona en sus escondrijos. Saben del firmamento, de
cómo circula la sangre y de la naturaleza del aire que respiramos.
Poseen nuevos y casi ilimitados poderes; pueden dominar el trueno,
imitar terremotos, e incluso parodiar el mundo invisible con su propia
sombra.
No
sabemos si esta controvertida relación de la universidad llevó a su
abrupto cierre en 1800, por Maximiliano IV, a pesar del inmenso
prestigio que tenía en toda Europa esta casa de estudios y de haber
resistido exitosamente al movimiento reformista protestante.
La relación de Mary Shelley con los Illuminati es
indirecta, pero muy posible: además de existir teorías que adjudican la
creación de la secta en la misma ciudad de Ingolstadt, existe la cierta
posibilidad de que su marido Percy Shelley, haya sido miembro numerario
de primera generación de la misma logia secreta de Baviera. Esto
explicaría ciertas inclinaciones intelectuales de la pareja y algunas
presuntas prácticas relacionadas con alquimia y artes ocultas, quizás
hasta la propia atracción por la escuela del galvanismo, por entonces en
desarrollo.
Se
recordará, también, que uno de los principios de la sociedad secreta
era fomentar la igualdad entre hombre y mujeres, tomando algunos
conocimientos de la obra de Agrippa titulada "De nobilitate et praeccellentia faemini sexus",
que es considerado uno de los textos precursores del feminismo. Como se
ve en el libro, Shelley parece conocer los trabajos de Agrippa. Hay
otros alcances políticos que veremos al final de esta entrada.
¿Se estará poniendo del lado de la crítica a los illuminatis
la novela de Mary, entonces, al desarrollar en esa ciudad el ejemplo de
un caso de desafío a Dios y la naturaleza? No lo sabemos.

Grabado
de Johan Adam Weishaupt, fundador de los Illuminatis de Baviera y
figura clave el perfil de la Universidad de Ingolstadt, donde Víctor
Frankenstein estudió según la novela.
EL GALVANISMO Y LA "RESURRECCIÓN ELÉCTRICA"
En 1791, Luigi Galvani publicó la obra "De viribus electricitatis in motu musculari commentarius",
donde hace públicos los resultados y las conclusiones de su
investigación de hacía unos 10 años ya sobre las propiedades conductoras
de los nervios de seres vivos o muertos, sometidos a contactos
eléctricos, lo que se traducía en movimientos espontáneos del cuerpo,
particularmente las patas de una rana o las cabezas de bueyes. Esto
sería conocido como el galvanismo, en su honor, punto de inicio de la
electrofisiología, que dejaría atrás la creencia de que los nervios sólo
servían para transportar fluidos.
Galvani,
además, creía que existían una "electricidad animal" que daba el ánimo
de la vida a cada criatura, por lo que supuso que podría llegar a
desarrollarse un procedimiento para revivir cuerpos muertos haciéndoles
recuperar esa energía, aunque nunca fue categórico en anunciar esta
posibilidad como hecho.
A
pesar de la oposición de Alessandro Volta a los planteamientos de
Galvani y de haberlo corregido adjudicando a los líquidos de la materia
orgánica la conducción de la electricidad por las patas de la rana, no a
una "electricidad animal", a partir de ese momento comenzaron a
aparecer muchos científicos o aspirantes a tales, realizando sus propios
experimentos con restos de animales y cadáveres humanos, en
universidades y centros de investigación europeos. Era sólo cosa de
tiempo para que algunos, con menos escrúpulos, encontraran una veta de
fama y utilidades en las exhibiciones.
Mary
Shelley conoció de las actividades de un científico autodidacta
británico llamado Andrew Crosse, gracias al poeta Robert Southey que era
amigo de ambos. Crosse ejecutaba experimentos y luego sesiones de
galvanismo "recreativo", es decir, aplicación de electricidad sobre
cuerpos muertos que devolvía a los mismos movimientos, convulsiones y
hasta muecas faciales que daban apariencia de haber devuelto a la vida
el cadáver. En esos años, la electricidad era mal conocida y todavía
había ciertas interpretaciones supersticiosas sobre su naturaleza.
Interesados
en el tema, los Shelley habían asistido a una sesión de Crosse
realizada el 28 de diciembre de 1814, ocasión en que pudieron conocerlo
en persona y conversar con él sobre el tema. Crosse, que tenía algo de
charlatán también, aseguraba poder crear vida con experimentos que venía
desarrollando desde 1807 y que definía como "electrocristalización" de
la materia inerte. También aseguraba haber podido crear pequeños seres
parecidos a insectos, que sus críticos creían surgidos de huevos
depositados en su materia inanimada, ya sea deliberada o
accidentalmente. Sus planteamientos se aferraban a mantener la idea de
la generación espontánea o arquebiosis, que ya estaba en irreversible
retirada gracias a los experimentos de Lazzaro Spallanzani en 1769.
El
personaje Víctor Frankenstein pudo haber tenido bastante más de Crosse
de lo que parece, pues el científico amateur también tuvo problemas por
sus excesos y faltas de límite, por lo que se ganó los reproches de la
Iglesia y hasta un exorcismo organizado por autoridades religiosas,
debiendo refugiarse en su hogar y adoptar actitudes misantrópicas,
rechazando el contacto con el resto, sufriendo una penosa última etapa
de vida, hasta el momento de morir enfermo y solitario. Su mansión y
refugio en Fyne Court acabó destruida por un incendio, llevándose todos
sus archivos y su laboratorio, perpetuando así su oscura fama.
Lo
mismo haría en Londres, en 1803, el físico italiano Giovanni Aldini,
sobrino de Galvani, al lograr mover las extremidades del cadáver del
criminal George Foster, que acababa de ser ejecutado en Newgate como
castigo al haber asesinado ahogados a su esposa e hijo. La demostración
resultó sensacional y causó asombro en esos años, además de un verdadero
shock en el público: el cuerpo se sacudía con un electrodo
metido en el recto. Como el cuerpo se agitaba y las manos se movían
empuñándose y abriéndose como si estuviesen vidas, mucha gente escapó de
la exhibición creyendo que el muerto realmente revivía. Incluso, uno de
los presentes se infartó y murió de pánico allí, entre el público.
En
1818, el mismo año en que salía de imprenta "Frankenstein; o, el
moderno Prometo", el médico Andrew Ure realizó una demostración en la
Universidad de Glasgow revelando estudios que ya venía desarrollando
desde hacía un tiempo. Logró reanimar allí el cuerpo de un asesino
ahorcado llamado Matthew Clydesdale, durante lo que duró la experiencia.
Valiéndose de la electroestimulación muscular, al medio de un
auditorio, logró que el fallecido hiciera toda una secuencia de muecas y
gestos grotescos, incluyendo una macabra sonrisa cadavérica, gracias a
los puntos de contacto que iba dando a sus punciones eléctricas.
Muchos
condenados comenzaron a ofrecerse para estos experimentos póstumos con
su cuerpo, lo que aumentó la cantidad de espectáculos que estos curiosos
científicos podían ofrecer. En parte, los sentenciados a muerte
accedían ilusionados con que regresaran a la vida después de su
ejecución legal, cosa que nunca sucedió. También estaban los que tenían
pánico a la idea de despertarse con las entrañas abiertas en plena
disección forense al quedar "mal" ejecutados, como parece que sucedió
alguna vez, de modo que la electrocución del cuerpo era su garantía para
confirmar que estuviesen realmente muertos.
Como
el relato de Mary evita identificar a la electricidad como la energía
que se utilizó en la resurrección del monstruo, esta presencia debe ser
advertida a partir de la información que va dosificando la lectura. De
este modo, en una parte del libro, cuando Víctor se prepara para la
creación de la compañera que el monstruo le ha exigido, dice el joven
científico:
Tenía
conocimiento de ciertos descubrimientos llevados a cabo por un
científico inglés, cuyas experiencias me serían valiosas, y a veces
pensaba en solicitar permiso de mi padre para ir a Inglaterra con este
fin...
Por
el contexto histórico y la referencia a Inglaterra, ésta parece aludir a
los experimentos de Erasmus Darwin. Es conocido que el Dr. Polidori y
Lord Byron solían tener largas conversaciones relativas a los entonces
novedosos descubrimientos de Galvani y Darwin en el campo del
galvanismo, encuentros que Mary Shelley conoció, de modo que el tema y
los nombres no le eran ajenos al momento de comenzar a escribir la
historia de Frankenstein. Mary lo menciona en la introducción de 1831,
aunque no aclara qué clase de experimentos eran los que se discutían en
sus círculos y que le sirvieron para la obra. Abuelo del padre del
evolucionismo, Darwin fue otro posible estudioso del galvanismo,
entonces, además de amigo de Benjamin Franklin, lo que abona a la idea
no explícita en el libro, de que Frankenstein se valió de las propiedades eléctricas para dar vida a su engendro.
A
la sazón, además, existía un auténtico miedo popular a la electricidad,
creyéndose que era obra demoníaca el que pudiese producir sacudidas de
cuerpos muertos y que algún día lograría revivir a los muertos, con
consecuencias insospechadas, especialmente si se piensa que los
experimentos solían realizarse con los cadáveres de peligrosos y
despreciables asesinos.
Dicha
figura terrorífica ha persistido como argumento en algunas versiones
fílmicas de la novela Frankenstein, donde la maldad del ser provendría
del cerebro de un criminal que se ha elegido para él. También asoma en
otras donde peligrosos robots trabajan con sistemas nerviosos humanos, o
bien sobre la fábula de los trasplantes e intercambios de cerebro.

Grabados antiguos mostrando esquemas con pruebas de galvanismo sobre cadáveres humanos. Fuente imagen: Aryse.org.
UNA PESADILLA DE MARY QUE FORMÓ PARTE DEL LIBRO
Durante
los días en que aún estaban llevando adelante el desafío presentado por
Byron, Mary tuvo una terrible pesadilla tras una de esas noches
pensando en cómo dar cuerpo a su obra. Cuando aún no cuajaba una buena
idea para comenzar a redactarla, en la casa conversaron aquel día sobre
la resurrección de muertos y el galvanismo. Luego, cuando fue a dormirse
con dificultad, ella, soñó con un científico que creaba una obra de la
que después se arrepentía aterrado.
La propia Mary recordaría así esta experiencia:
La
idea había tomado posesión de mi mente de tal manera que el miedo
recorría todo mi cuerpo como un escalofrío y traté de cambiar las
fantasmales imágenes de mi fantasía por la realidad que me circundaba.
El
capítulo cuarto, basado en este sueño según su propio testimonio, es
quizás el más lúgubre del libro, además del más intrigante y lleno de
enigmas, pues retrata los límites morales y conductuales de Víctor
Frankenstein en el afán de dar cumplimiento a sus teorías sobre la
creación de la vida. Es el momento en que traspasa el límite, el punto
sin retorno. Todo el terror del libro fluye desde esta capítulo en
adelante, pues corresponde al momento en que el engendro cobra vida.
"Era ya la una de la madrugada; la lluvia golpeaba las ventanas sombríamente, y la vela casi se había consumido, cuando, a la mortecina luz de la llama, vi cómo la criatura abría sus ojos amarillentos y apagados. Respiró profundamente y un movimiento convulsivo sacudió su cuerpo".
Es
aquí donde se nos aparece la parte más cruda de lo que ha inspirado la
pesadilla de Mary, traspasada ahora a su personaje, mientras intenta
dormir aquella misma noche terrorífica, tras huir del taller dejando al
monstruo:
Veía
a Elizabeth, rebosante de salud, paseando por las calles de Ingolstadt.
Con sorpresa y alegría la abrazaba, pero en cuanto mis labios rozaron
los suyos, empalidecieron con el tinte de la muerte; sus rasgos
parecieron cambiar, y tuve la sensación de sostener entre mis brazos el
cadáver de mi madre; un sudario la envolvía, y vi cómo los gusanos
reptaban entre los dobleces de la tela. Me desperté horrorizado; un
sudor frío me bañaba la frente, me castañeteaban los dientes y
movimientos convulsivos me sacudían los miembros. A la pálida y
amarillenta luz de la luna que se filtraba por entre las contraventanas,
vi al engendro, al monstruo miserable que había creado. Tenía levantada
la cortina de la cama, y sus ojos, si así podían llamarse, me miraban
fijamente. Entreabrió la mandíbula y murmuró unos sonidos
ininteligibles, a la vez que una mueca arrugaba sus mejillas. Puede que
hablara, pero no lo oí. Tendía hacia mí una mano, como si intentara
detenerme, pero esquivándola me precipité escaleras abajo. Me refugié en
el patio de la casa, donde permanecí el resto de la noche, paseando
arriba y abajo, profundamente agitado, escuchando con atención, temiendo
cada ruido como si fuera a anunciarme la llegada del cadáver demoníaco
al que tan fatalmente había dado vida.
Conviene
comentar que uno de los pecados de muchas versiones cinematográficas y
obras derivadas del libro que reproducen la historia con más o menos
ajuste al original, es que se apoyan excesivamente en este pasaje en
específico, en el ambiente lúgubre de celdas y muros de piedras que el
relato gótico trae por sí solo, casi antológico en la historia de la
cultura terror, pero fallando en cumplir con el preciso ambiente de
pesadilla y de pánico que se desarrolla por la autora en torno a Víctor
Frankenstein y las circunstancias misteriosas de la creación del
monstruo.
La pesadilla de Mary, entonces, le concebir la parte más importante e inolvidable del libro. "Lo que me ha aterrado en mi sueño, aterrará a los demás", diría por entonces la genial chica inglesa.

Retratos de Lord Byron y Percy Shelley.
OTRAS TEORÍAS SOBRE POSIBLES INSPIRACIONES Y CONTENIDOS
Cierta
teoría supone que la obra de Mary Shelley es una alegoría de la
cuestión social que comenzó con la Revolución Industrial, que se hallaba
precisamente en su primera fase cuando escribió el libro.
Lo
anterior, podría relacionarse incluso con el nombre de la novela y su
protagonista: existía el pueblo de origen alemán llamado Frankenstein,
en la actual Polonia, donde la actividad minera implicaba uso de
químicos peligrosos en la extracción y amalgamado de oro y plata,
provocando problemas de salud de sus habitantes. Llamada actualmente
Zabkowice Slaskie, esta ciudad también fue escenario de un macabro
escándalo de profanaciones y brujería por parte de sepultureros, a
inicios del siglo XVII, que se ha presumido otro aporte al argumento de
la obra de Mary.
El
monstruo representaría, en esta orientación, a la clase obrera, las
clases oprimidas, y el concepto que por entonces había instalado Jean
Jacques Rousseau respecto de que "el hombre es bueno por naturaleza, es la sociedad la que lo corrompe".
Así, este contenido político se observa en afirmaciones como la que
sigue, de una carta que Elizabeth le ha enviado a Víctor, informándole
-entre muchas otras cosas- de Justine Moritz, la criada que la familia
ha adoptado, trabajando como sirvienta:
Las
instituciones republicanas de nuestro país han permitido costumbres más
sencillas y afortunadas que las que suelen imperar en las grandes
monarquías que lo circundan. Por consiguiente, hay menos diferencias
entre las distintas clases sociales de sus habitantes, y los miembros de
las más humildes, al no ser ni tan pobres ni estar tan despreciados,
tienen modales más refinados y morales. Un criado en Ginebra no es igual
que un criado en Francia o Inglaterra. Así pues, en nuestra familia
Justine aprendió las obligaciones de una sirvienta, condición que en
nuestro afortunado país no conlleva la ignorancia ni el sacrificar la
dignidad del ser humano.
Parecido es este otro comentario, proveniente del propio monstruo mientras relataba su historia a Víctor:
Supe
del reparto de las riquezas, de las inmensas fortunas y las tremendas
miserias; de la existencia del rango, del linaje y de la nobleza.
Las
palabras me indujeron a reflexionar sobre mí mismo. Aprendí que las
virtudes más apreciadas por mis semejantes eran el rancio abolengo
acompañado de riquezas. El hombre que poseía sólo una de estas
cualidades podía ser respetado; pero si carecía de ambas se le
consideraba, salvo raras excepciones, como un vagabundo, un esclavo
destinado a malgastar sus fuerzas en provecho de los pocos elegidos.
Cabe
añadir que Mary era hija del escritor y político británico William
Godwin, de ideas precursoras del anarquismo y el progresismo científico.
Y su fallecida madre, Mary Wollstonecraft, fue una conocida feminista
de la época.
El
escritor e historiador Don Shelton, en "The real Mr. Frankenstein",
propone que es el médico de cabecera de la familia de Mary, el Dr.
Anthony Carlisle, quien ha sido la principal inspiración de la escritora
para describir a Víctor Frankenstein. Incluso supone que en la revisión
de la edición de 1831, Mary omitió muchos detalles relativos al armado
del monstruo a partir de restos de cadáveres, priorizando el asunto de
la resurrección por aparente uso de electricidad, para evitar
suspicacias sobre los trabajos de Carlisle, implicándolo por entonces
recientes casos de profanaciones y robos de cadáveres desde los
cementerios.
Lo
anterior, explicaría también el grabado que iba acompañando a esta
segunda edición, en donde se ve el momento en que el enorme monstruo
despierta mientras Víctor abandona la habitación asustado. A los pies
del monstruo se encuentra un esqueleto, al parecer también de tamaño
gigante, y atrás de él se distingue lo que parece ser una gran batería
de Volta o un equipo de electrodos.
El
investigador Juan Mari Barasorda también hace una descripción sombría y
lúgubre sobre el barrio londinense de la infancia de Mary Shelley,
cuando la familia vivía sobre la librería de Skinner Street, que podría
haber aportado en las ideas, temáticas y ambientes que se hallan en la
novela:
Era
un barrio repleto de carnicerías, prisiones y librerías. De noche, los
carniceros troceaban vacas y cerdos entre los terribles chillidos de los
animales. La sangre cubría las aceras y solo desaparecía entre la bruma
y la sempiterna lluvia del amanecer. De día, era habitual ver a los
condenados en Old Bailey camino de la horca entre la algarabía del
público. La ventana de la habitación de Mary Godwin ofrecía a diario el
espectáculo en directo de animales desmembrados, hígados y corazones
pasando de mano en mano y condenados suplicando clemencia hasta el
segundo anterior en que su espinazo crujía y su cuerpo bailaba al son de
la horca. Los cuerpos de los colgados podían ser recogidos y conducidos
a los sótanos del Real Colegio de Cirujanos para realizar experimentos
de anatomía. La eterna curiosidad de Mary Godwin la impelía a asistir
desde su ventana al diario espectáculo de un guiñol sangriento e
interminable, y sólo los libros eran un refugio permanente para su mente
inquieta. Los libros y la gratificante compañía intelectual de los
amigos de su padre.
Existe
otra interpretación, según la cual el monstruo es un símbolo creado
para representar los terrores de la época con respecto a la maternidad,
advirtiéndose que Mary había nacido en forma complicada, con un parto
difícil que terminó siendo la causa de muerte de su madre.
A
su vez, Mary tuvo un hijo prematuro en febrero de 1815, fallecido dos
semanas después. En aquella ocasión, su relación de amoríos con Percy
habría estado al borde de naufragar, pues éste acababa de tener un hijo
con su esposa legítima, apartándose de ella y del niño enfermo, además
de iniciar lo que parece haber sido una corta pero sórdida relación con
la hermanastra de la autora, lo que claramente debió ser un trauma para
ella.
También
se ha propuesto que Frankenstein alegorizaría el resultado de la
orfandad en un ser humano, pues debe recordarse que la autora perdió
tempranamente a su madre y vivió una niñez con algunas sombras de
soledad. Su padre se apartó algún tiempo de ella al descubrir sus
aventuras con Percy, negándose a ayudarla en momentos de apremios
económicos de la pareja.
Así
pues, han pasado 200 años desde que Mary Shelley concibió su
extraordinaria obra "Frankenstein; o, el moderno Prometeo", y a pesar
del tiempo transcurrido sigue siendo estudiada, analizada y generando
nuevas interpretaciones o teorías sobre este clásico de culto de la
literatura terror.
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