HACIA EL BICENTENARIO DE FRANKENSTEIN (PARTE I): LA HISTORIA EN EL LIBRO Y SUS DIFERENCIAS CON CREENCIAS E IMÁGENES POPULARES
Boris Karloff, interpretando al engendro en los años 30.
Nota: artículo escrito y publicado originalmente en abril de 2017.
El próximo año se cumplirán 200 años desde la publicación del quizás
más oscuro y siniestro libro de terror gótico de la historia:
"Frankenstein; o, el moderno Prometeo", de la entonces muy joven
autora inglesa Mary Wollstonecraft Shelley.
Este año 2017, sin embargo, se cumple la misma cifra de años desde
que fuera concluido el manuscrito por la autora, antes de pasar por
correcciones y adiciones de su esposo Percy Bysshe Shelley para
salir impreso en 1818, por primera vez, y luego en una versión con
redacción rehecha en 1831. El borrador, considerado la versión
"embrional" del libro, se encuentra conservado en la Universidad de
Oxford y ha sido objeto de estudios y nuevas ediciones del libro.
Es tal la cantidad de versiones fílmicas, adaptaciones literarias,
obras de teatro, series de televisión, cómics y artes gráficas
relacionadas con el Frankenstein de Mary Shelley, que podríamos
identificar la existencia de toda una cultura propia asociada a la
obra y sus elementos, incluso fuera de su contexto terrorífico y
oscuro, como era el caso del personaje Herman Munster
interpretado por el alto y versátil Fred Gwynne, en la serie
humorística televisiva "The Munsters". En el mundo musical, la
caracterización la hace en vivo Doyle Wolfgang von Frankenstein (Paul
Doyle Caiafa), principal guitarrista en la historia de la banda
terror-punk "Misfits". Y en los dibujos animados, la idea fue
tomada por una serie norteamericana de los años 60 con el nombre del
personaje principal: "Milton the Monster".
Hay mucho, sin embargo, que no se conoce de la obra o que se cree
perteneciente a ella sin serlo, partiendo por el error de creer que
el nombre de la aberración científica, el monstruo, corresponde al
apellido de su creador. Hay diferencias especialmente por el
desarrollo de la historia original respecto de otros soportes y
formatos, además. Mary Shelley, por ejemplo, nunca habló
explícitamente allí de un monstruo armado por trozos de cadáveres
cocidos formando un cuerpo lleno de zurcidos, corchetes y electrodos
en la piel. Por otro lado, el "Doctor" Frankenstein era sólo un
estudiante cuando llega a él la idea de crear al ser, con menos de
20 años y aún sin graduarse como universitario. Tampoco se señaló
textualmente que la electricidad o los rayos hayan sido lo que dio
la vida al monstruo.
Acá, en la primera parte de esta doble entrada, revisaré algo sobre
el relato original y algunas de sus diferencias con las
interpretaciones, caracterizaciones y creencias populares
posteriores que han adicionado, ampliado y hasta tergiversado el
universo cultural de "Frankenstein; o, el moderno Prometeo".

Grabado con el despertar del monstruo en el laboratorio de Víctor
Frankenstein, mientras éste escapa de su residencia al ver que ha
cobrado vida. En las manos y los pies de la criatura, se percibe que
su piel es algo traslúcida, mostrando huesos, músculos y venas.
Ilustración que acompaña a la edición del libro de Mary Shelley en
1831, creada por W. Chevatier.
VAMOS AL LIBRO: RESURRECCIÓN, NECROMANÍA Y EL CONCEPTO DE "JUGAR
A SER DIOS"
El libro parte por un pasaje final de la historia, es decir,
corresponde a una narración in extremas res, canalizada por
las cartas que el marino Robert Walton envía a su hermana desde un
viaje por aguas árticas, donde observará al monstruo ya en el final
de la corta vida que éste ha llevado, en un desconcertante encuentro
que describe de la siguiente manera:
Como a media milla y en dirección al norte vimos un vehículo de
poca altura, sujeto a un trineo y tirado por perros. Un ser de
apariencia humana, pero de gigantesca estatura, iba sentado en
el trineo y dirigía los perros. Observamos con el catalejo el
rápido avance del viajero hasta que se perdió entre los lejanos
montículos de hielo.
Posteriormente, los hombres del barco encontrarán en el gélido
paisaje costero a un agónico y casi congelado sujeto flotando sobre
un trozo de hielo, que resultará ser Víctor Frankenstein, con
algunos perros desfallecientes. "Si hubieras visto al hombre que
de esta forma ponía condiciones a su salvación, tu sorpresa hubiera
sido ilimitada", comenta el navegante en su carta.
Es a partir de entonces que comienza la historia del científico,
narrada por él mismo a Walton a modo de un gran racconto.
Interesando en antiguos textos de corte esotérico y alquimista, el
muchacho Víctor vivía con sus padres y sus hermanos menores Ernest y
William, hasta la muerte de la madre, tragedia que coincide con la
hora de su partida a la Universidad de Ingolstadt, de Baviera. Este
pasaje de su ficticia biografía, dramáticamente descrito en el
libro, se parece a la carencia materna que padeció la propia Mary
Shelley, al perder a su madre casi al momento mismo de nacer, en
1797.
En el instituto, Víctor es recibido por el señor Krempe, profesor de
filosofía natural, quien pone en duda la calidad de los autores y
conocimientos que ha ido aprendiendo el joven. Distinta fue la
acogida que hizo de sus mismos antecedentes intelectuales el señor
Waldman, profesor de química, a quien conoció después en la misma
universidad, haciendo una gran amistad. Sin ser personajes
especialmente importantes para la narración, Krempe y Waldman, desde
los ramos de filosofía natural y química respectivamente, sí cobran
relevancia cuando interpretamos que parecen representar los dos
polos del conflicto íntimo que se desatará en la conciencia y la
formación académica de Víctor, al proponerse dar un audaz o acaso
abominable paso científico.
Al crecer la curiosidad del personaje sobre el secreto de la vida y
los misterios de la creación, va apareciendo también un rasgo oscuro
de su relación con la muerte, o mejor dicho más aterrador, que será
determinante para todo el resto del relato y las características
típicas de un sombrío argumento de literatura gótica:
Me familiaricé con la anatomía, pero esto no era suficiente.
Tuve también que observar la descomposición natural y la
corrupción del cuerpo humano. Al educarme, mi padre se había
esforzado para que no me atemorizaran los horrores
sobrenaturales. No recuerdo haber temblado ante relatos de
supersticiones o temido la aparición de espíritus. La oscuridad
no me afectaba la imaginación, y los cementerios no eran para mí
otra cosa que el lugar donde yacían los cuerpos desprovistos de
vida, que tras poseer fuerza y belleza ahora eran pasto de los
gusanos. Ahora me veía obligado a investigar el curso y el
proceso de esta descomposición y a pasar días y noches en
osarios y panteones. Los objetos que más repugnan a la
delicadeza de los sentimientos humanos atraían toda mi atención.
Vi cómo se marchitaba y acababa por perderse la belleza; cómo la
corrupción de la muerte reemplazaba la mejilla encendida; cómo
los prodigios del ojo y del cerebro eran la herencia del gusano.
Me detuve a examinar v analizar todas las minucias que componen
el origen, demostradas en la transformación de lo vivo en lo
muerto y de lo muerto en lo vivo. De pronto, una luz surgió de
entre estas tinieblas; una luz tan brillante y asombrosa, y a la
vez tan sencilla, que, si bien me cegaba con las perspectivas
que abría, me sorprendió que fuera yo, de entre todos los genios
que habían dedicado sus esfuerzos a la misma ciencia, el
destinado a descubrir tan extraordinario secreto.
Ya estando poseso del frenesí de iluminación al que ha enfilado su
vida, apartando los ascos tanto de sus escrúpulos como de su ética,
Víctor trabaja escondido en una celda de lo más alto de su casa,
donde ha instalado su "taller de inmunda creación", como lo
define. "Recogía huesos de los osarios, y violaba, con dedos
sacrílegos, los tremendos secretos de la naturaleza humana",
dirá en algún momento. Develar el misterio de la creación de la
vida, descubrir su chispa esencial, significó para él todos estos
sacrificios desde ese verano en adelante, demandas que a veces lo
colman de nauseas y sentimientos de culpa.
El cariz aterrador y oscuro que adquiere progresivamente el relato
de Mary, se vuelve irreversible a partir de estas páginas, cuando
Víctor "juega a ser Dios" sabiendo que así lo hace, de alguna
manera, tras llegar a una idea definitiva sobre cómo conseguir su
propósito, cuyos detalles no confesará y que fue desarrollando a
partir del instante de iluminación, casi de epifanía. Lo reconoce él
mismo:
Lo que desde la creación del mundo había sido motivo de
afanes y desvelos por parte de los sabios se hallaba ahora en
mis manos.
(...) La vida y la muerte me parecían fronteras imaginarias
que yo rompería el primero, con el fin de desparramar después un
torrente de luz por nuestro tenebroso mundo.
Sin embargo, cuando todo ya está hecho, cuando ya pasó por el tramo
donde era posible volver atrás, y cuando el paso decisivo ha sido
dado sin posibilidades de regreso sobre sus huellas, el peso de la
realidad le caerá encima, como un derrumbe.
La criatura despierta y aparece ante él respirando, viva, conciente.
El horror se apodera por completo del joven científico: era tan
aterrador aquel engendro, que Frankenstein queda en shock y
no logra superar semejante visión, resultante de su entera y única
responsabilidad. Sólo atina a escapar, a encerrarse en su cuarto
como un niño miedoso y divagar pensando en su amada Elizabeth -su
prima y compañera de vida- intentado conciliar el sueño,
inútilmente. La culpa y los arrepentimientos barren su
insignificancia como una avalancha, aquella noche, en que ve al
monstruo asomado una vez más ante él, causándole desesperación.
Nótese que este temor y advertencia de los peligros de "jugar a
ser Dios", es algo que Mary expresó en el propio título
"Frankenstein; o, el moderno Prometeo". En el mito griego, el titán
Prometeo es quien se ha apoderado del fuego de los dioses y da vida
al hombre, creándolo tras moldear un puñado de barro o arcilla,
siendo después castigado duramente por Zeus. No está claro para
todos si la autora veía esta analogía como una abominación o un acto
sublime, sin embargo. Por otro lado, es un hecho seguro que en el
círculo de Mary Shelley era uy bien conocida la tragedia "Prometeo
encadenado" de Esquilo, que parece aludida también por el título:
era una de las obras favoritas de su amigo Lord Byron, y su esposo
Percy Shelley hasta escribió una especie de continuación del drama
lírico, titulado "Prometeo liberado".
Debe tenerse en cuenta que el tema de desafiar la vida y la muerte,
y hallar la resurrección "jugando a ser Dios", se volvería
algo más o menos recurrente en la literatura misteriosa después de
conocerse la obra de Mary. En 1828, por ejemplo, Elizabeth Caroline
Grey publicó una historia por la misma temática, titulada "El
esqueleto del Conde o la amante vampiro", en donde una muchacha
fallecida es resucitada gracias a la electricidad.

Grabado retratando al actor dramático T. P. Cooke, representando al
monstruo en la obra de teatro "Presumption, or the fate of
Frankenstein", de 1823. Fuente imagen: The-frankenstein.wikia.com.
PRIMER ASESINATO COMETIDO POR EL MONSTRUO Y SU REAPARICIÓN EN EL
RELATO
Por la mañana, Víctor sólo atina a abandonar la casa. Tras vagar por
la ciudad sin valor para regresar, se encuentra casualmente con su
gran amigo Henry Clerval, que lo pone al tanto de las cosas en
Ginebra y le da un pequeño respiro a sus tensiones y soledad. Al
volver a casa con él, verifica que el monstruo ya no está ahí, pero
sigue angustiado y aterrado, intrigando con sus actitudes a Clerval.
Éste lo ve tan mal y decaído que le da cuidados por semanas, que se
extenderán a varios meses, hasta la primavera, cuando Víctor
comienza a recuperarse.
Víctor casi había superado ya la situación que desencadenó su
enfermedad y sus angustias. Con el correr de los meses, fue
olvidando al monstruo y su aterradora experiencia, además de los
remordimientos que le provocaba el asunto. Todo parecía mejorar en
su vida hasta que, un día de regreso a casa, encuentra una carta de
su ya anciano padre, comunicándole una terrible tragedia sobre el
menor de sus hijos, el pequeño William:
Quisiera prepararte para la dolorosa noticia, pero sé que es
imposible. Sé que tus ojos se saltan las líneas buscando las
palabras que te revelarán las horribles nuevas.
¡William ha muerto! Aquella dulce criatura cuyas sonrisas
caldeaban y llenaban de gozo mi corazón, aquella criatura tan
cariñosa y a la par tan alegre, Víctor, ha sido asesinada.
El chico había muerto cuando el padre, Elizabeth y los dos hermanos
de Víctor salieron a pasear a Plainpalais, el 7 de mayo anterior; ya
en horas en que se oscurecía notaron que el muchacho había
desaparecido. Regresaron a casa con la esperanza de hallarlo ahí,
pero fue inútil. Tras una larga búsqueda, sólo en horas de la
madrugada apareció el cadáver del niño, tendido en el pasto del
parque y con horribles marcas de estrangulación en el cuello. Sin
embargo, al cuerpo le faltaba un artículo que esa misma tarde le
había pasado Elizabeth, correspondiente a una miniatura con un
retrato de su madre. Éste objeto iba a agravar más aún las
consecuencias de la trágica situación.
Agobiado y profundamente dolido, Víctor decide regresar a Ginebra en
un viaje pasando junto a un Mont Blanc con cielos de tormenta
eléctrica, travesía no exenta de problemas y dificultades por las
cuestiones climáticas en el camino y las dificultades en su arribo.
Intuía que el monstruo tenía que ver con el horrendo infanticidio,
pero al llegar a casa de su padre se entera que la inocente criada
de la familia, Justine Moritz, está siendo acusada del crimen, pues
le habían encontrado casualmente el perdido retrato de la madre de
Víctor entre sus prendas.
Víctor comienza de inmediato a alegar que Justine no puede ser
culpable, despertando el asombro de su familia. Se esperanza en que
sea absuelta, por lo mismo, pero en el juicio termina siendo culpada
y nada puede hacer por ella, sabiendo que su testimonio no será
creído. Atormentada y sintiéndose sin salida, la pobre Justine se
incrimina a sí misma esperando obtener una absolución, según
confiesa a Elizabeth y Víctor cuando la visitan en su celda, pero
esto sólo termina asegurado su ejecución.
Víctor debe aprender a vivir con la culpa y el secreto, además del
temor de que esto vuelva a suceder. También debe saber contener el
deseo de venganza contra el engendro:
Cuando pensaba en él apretaba los dientes, se me encendían los
ojos y no deseaba más que extinguir aquella vida que tan
imprudentemente había creado. Cuando recordaba su crimen y su
maldad, el odio y deseo de venganza que surgían en mí
sobrepasaban los límites de la moderación.
Hubiera ido en peregrinación al pico más alto de los Andes de
saber que desde allí podría despeñarlo.
Quería verlo de nuevo para maldecirlo y vengar las muertes de
William y Justine.
Su familia queda sumida en una gran depresión, en tanto, siendo el
anciano padre el más afectado, y su salud se sigue deteriorando a
partir de ese momento. Intentando recuperar el ánimo de todos, sin
embargo, ya cerca de dos meses después del asesinato, Víctor propone
a Elizabeth y Ernest salir con el padre desde Ginebra, en una
excursión al Valle de Chamonix, para distraerse un poco.
Nuevamente, se da en el libro una cuidadosa descripción el viaje por
estos paisajes idílicos y bucólicos, tutelados por el Mont Blanc,
algo comprensible si proviene del tintero de Mary, cuyo primer
trabajo publicado sería la "Historia de una excursión de seis
semanas por Francia, Suiza, Alemania y Holanda, con cartas
descriptivas de un viaje por el lago de Ginebra, y los glaciares de
Chamouni", de 1817, coescrito con su marido.
A pesar de los caprichos del clima, parecía que la salida iba a
devolver parte del ánimo y el optimismo a Víctor cuando,
inesperadamente, la criatura de sus pesadillas reaparece ante él y
en esas mismas páginas del libro, mientras se hallaba paseando en la
altura de los montes glaciales:
No bien hube pronunciado estas palabras, cuando vi en la
distancia la figura de un hombre que avanzaba hacia mí a
velocidad sobrehumana saltando sobre las grietas del hielo, por
las que yo había caminado con cautela. A medida que se acercaba,
su estatura parecía sobrepasar la de un hombre. Temblé, se me
nubló la vista y me sentí desfallecer; pero el frío aire de las
montañas pronto me reanimó. Comprobé, cuando la figura estuvo
cerca odiada y aborrecida visión, que era el engendro que había
creado. Temblé de ira y horror, y resolví aguardarlo y trabar
con él un combate mortal. Se acercó. Su rostro reflejaba una
mezcla de amargura, desdén y maldad, y su diabólica fealdad
hacían imposible el mirarlo, pero apenas me fijé en esto.
La ira y el odio me habían enmudecido, y me recuperé tan sólo
para lanzarle las más furiosas expresiones de desprecio y
repulsión.
Envalentándose, entonces, Víctor reacciona a su presencia
insultándolo con odio, pero el monstruo responde con insólita
mesura, al contrario de la imagen popular que se tiene de él como
ser salvaje y retardado: "Esperaba este recibimiento -le
contesta-. Todos los hombres odian a los desgraciados". Y
agrega: "¡Cuánto, pues, se me debe odiar a mí que soy el más
infeliz de los seres vivientes!". Hasta entonces, no se sabía en
el relato que el monstruo podía hablar.
Seguidamente, el monstruo le enrostra que es su creador despreciando
a su propia creación: "¿Cómo os atrevéis a jugar así con la
vida?", le pregunta en forma capciosa, al tiempo que le propone
hacer un trato con él, o de lo contrario, llenará "hasta saciarlo
el buche de la muerte con la sangre de tus amigos".

Ilustración del monstruo representado por T. P. Cooke en la obra de
teatro "Presumption, or the fate of Frankenstein", de 1823. Fuente
imagen: The-frankenstein.wikia.com.
TESTIMONIO DEL MONSTRUO A SU CREADOR: EL GERMEN DEL ODIO
Sintiendo que no tenía opción, Víctor accede a seguir al colosal ser
hasta una cálida cabaña con chimenea en la montaña. Allí pasa a ser
el monstruo el narrador en primera persona de la novela. Cuenta de
las dificultades que experimentó al comenzar a familiarizarse con
los sentidos y la percepción; de cómo escapó del Sol refugiándose en
el bosque de Ingolstadt, donde sobrevivió comiendo bayas, nueces,
bellotas y raíces. "Era una pobre criatura, indefensa y
desgraciada, que ni sabía ni entendía nada. Lleno de dolor me senté
y comencé a llorar", describe recordando su penoso estado.
Adaptándose a esta vida al aire libre y a las sensaciones físicas de
la existencia, la criatura se cautiva con la vida animal, con el
paisaje y con la flora de los bosques. Conoce el fuego, en una
fogata abandonada, y se quema por primera vez al intentar tocarlo.
Así aprende a utilizarlo para cocer alimentos, hasta que se le apaga
y no sabe cómo producirlo. También se le acaba la comida, por lo que
sale de su lugar buscando cobijo, y llega así a una cabaña en una
montaña, donde un anciano que la moraba salió corriendo y chillando
despavorido al ver al monstruo entrando a su casa, dejando
abandonado su desayuno, para suerte del hambriento intruso.
Después de esa experiencia, bajó hacia una aldea donde la
experiencia fue peor. La gente escapaba, gritaba o desmayaba al
verlo, aterrados con su apariencia, debiendo correr a buscar refugio
cuando la gente comenzó a perseguirlo arrojándole objetos y piedras.
Esto es lo más parecido en el libro a la clásica imagen de la chusma
pueblerina que persigue al ser aquel levantando picotas, horquetas y
antorchas dispuestos a darle caza por los campos, la antológica
figura de la turba furiosa de Frankenstein, algo
proveniente del cine pero ausente por completo en la obra literaria.
Corrió por las campiñas y se refugió bajo el cobertizo exterior de
una casa, donde permaneció por algunos días. Poco después, encontró
bajo ese mismo cobertizo una rendija o ventanilla que daba hacia el
interior de la casa, desde la cual podía espiar a los pobres
residentes: un anciano ciego, su joven hija el hermano de ésta,
muchacho que a diario se retiraba a hacer tareas de campo.
Escucharlos en secreto día a día desde su refugio, le serviría para
aprender a comunicarse y a hablar con fluidez. Sólo se atrevía a
salir de allí durante las noches, permaneciendo encerrado todo el
día, "temeroso de recibir el mismo trato que en la primera aldea
en la que estuve".
Sin embargo, la comida escaseaba tanto en la familia que el
engendro, conmovido, dejó de robarles alimento desde sus almacenes,
para no perjudicarlos, limitándose a comer semillas y cosas pequeñas
para sobrevivir. También comenzó a reunirles leña en el bosque para
dejarla en la puerta de la casa y tratar de aligerarles así la carga
de exigencias de cada día. Ellos la recogían asombrados, sin saber
quién les hacía tamaño favor. No mucho tiempo después, se unió a la
familia una dama de origen árabe, que formaba parte importante de la
historia reciente del grupo.
El ser se sentía pagado con poder escuchar a los hermanos leyendo
libros al anciano o a sus visitas, como "Les ruines ou Meditation
sur les révolutions des Empires" de Volney:
A través de este libro, obtuve una panorámica de la historia y
algunas nociones acerca de los imperios que existían en el mundo
actual. Me dio una visión de las costumbres, gobiernos y
religiones que tenían las distintas naciones de la Tierra. Oí
hablar de los indolentes asiáticos, de la magnífica genialidad y
actividad intelectual de los griegos, de las guerras y virtudes
de los romanos, de su degeneración posterior y de la decadencia
de ese poderoso imperio; del nacimiento de las órdenes de
caballería, la cristiandad, los reyes.
También oía desde allí al padre invidente tocando guitarra, o ponía
atención al sentirlos conversando. Una noche de esas, encontró una
bolsa de cuero con unos libros, que leyó y atesoró con sumo aprecio.
Pensando en la situación, comenzó así a convencerse de que era hora
de revelar su presencia a la modesta familia, asumiendo los riesgos.
Fue un acto difícil pero, finalmente, una tarde en que salieron
todos al campo menos el anciano ciego que se quedó tocando su
guitarra, dio el decisivo paso. Salió de su escondite y caminó hacia
la casa, tocando la puerta y haciéndose pasar por un viajero
buscando reposo. Sin poder verlo, el anciano le hizo pasar y
comenzaron a conversar tranquilamente ambos, sentados en la mesa.
"Soy una criatura desamparada y sola; miro a mi alrededor y no
encuentro bajo la capa del cielo amigo o pariente alguno", le
explicó al anciano, quien se mostró dadivoso y gentil.
Estaba revelando quién era y su interés en la familia, de rodillas y
suplicante a los pies del anciano, cuando de pronto se abrió la
puerta y los tres jóvenes se encontraron de frente con la escena.
Desmayos y caos se apoderan de la situación, y el chico se arrojó
contra el monstruo apartándolo de su padre. Conteniendo los impulsos
por responder la agresión, corrió fuera de la casa volvió a
esconderse en el cobertizo y luego huir al bosque, amparado por la
oscuridad de la noche, hasta quedar exhausto.
Pensó largo tiempo sobre qué hacer y cómo reparar su error, creyendo
posible volver a empezar y esta vez lograr contacto positivo con la
familia. Así, caminó de vuelta y se encerró una vez más en el
cobertizo, desde el cual vio, en la mañana siguiente, cómo llegaban
trabajadores a la casa y el muchacho les explicaba su decisión de
marcharse al sentir que la vida del padre estaba en peligro, por el
incidente del día anterior. El chico partió y nadie más se había
quedado en la residencia.
Tras permanecer angustiantes horas allí, hasta la noche, sintiendo
el tormento del rechazo y delirando de furia, encendió fuego a la
casa vacía y retornó al bosque, vagando sumido en la ira y el deseo
de venganza, lamentándose de haber sido creado.
Para peor, en su camino trató de salvar la vida de una niña que se
ahogaba junto a la ruta, acabando herido y muy mal pagada su bondad
cuando el padre de la propia infante rescatada, lo atacó con una
escopeta. Esta experiencia sólo redobló su odio y su deseo de
venganza contra su creador y los humanos en general.

Caricatura contra el nacionalismo irlandés haciendo referencia a los
asesinatos de de Lord Frederick Cavendish y Thomas Henry Burke en
Phoenix Park de Dublín, en mayo de 1882. Muestra al "Frankenstein
Irlandés" revelando lo identificada que ya estaba entonces la
identidad del monstruo con el apellido de su creador, y el aspecto
que popularmente se le daba al ser, un tanto diferente ya al
descrito por Mary Shelley.
UNA CONFESIÓN MUY MONSTRUOSA Y UNA PETICIÓN MUY HUMANA
Así llegó a Ginebra el engendro de Frankenstein, tras un largo y
tortuoso viaje, sabiendo por las cartas y papeles que había
encontrado en el laboratorio de su creador en la noche de su
despertar, que éste tenía a su familia allá.
Sin embargo, en la primera de una serie de malvadas casualidades, un
niño descubrió su refugio accidentalmente en un parque,
desencadenándose otra vez la desgracia. Tratando de convencerlo de
que no debía temerle, el monstruo se entera por palabras del propio
chico que éste era hijo del juez Frankenstein, el padre de su
creador... Era el pequeño William. Según su versión, al cogerlo del
cuello firmemente para que se callara y dejase de forcejear, el niño
murió entre sus manos.
Contemplé mi víctima, y mi corazón se hinchó de exultación y
diabólico triunfo. Palmoteando exclamé:
- Yo también puedo sembrar la desolación; mi enemigo no es
invulnerable. Esta muerte le acarreará la desesperación, y mil
otras desgracias lo atormentarán y destrozarán.
Confiesa también haber sacado del pecho del niño muerto el retrato
de la madre, echándolo al bolsillo sigilosamente a una mujer que
pasó después junto a los matorrales donde se escondía... Era la
infortunada Justine, víctima de otra deplorable casualidad que
permitió el infortunio.
Desde ahí, el monstruo se echó a vagar y merodear, evitando la vista
de los ciudadanos... Y hasta aquí llegan sus confesiones en el
libro, pues el relato retorna a Víctor, quien informa así de las
palabras con la petición que le ha hecho su engendro al terminar de
contarle su historia reciente:
Debes crear para mí una compañera, con la cual pueda vivir
intercambiando el afecto que necesito para poder existir. Esto
sólo lo puedes hacer tú, y te lo exijo como un derecho que no
puedes negarme.
A pesar de la amenaza, Víctor se niega terminantemente a esto, por
lo que el monstruo le responde desafiante advirtiéndole que su
maldad seguirá manifestándose mientras se sienta infeliz y en total
soledad, con el rostro poseso de una intimidante furia:
Tú, mi creador, quisieras destruirme, y lo llamarías triunfar.
Recuérdalo, y dime, pues, ¿por qué debo tener yo para con el
hombre más piedad de la que él tiene para conmigo? No sería para
ti un crimen, si me pudieras arrojar a uno de esos abismos, y
destrozar la obra que con tus propias manos creaste. Debo, pues,
respetar al hombre cuando éste me condena?
Insistió, entonces: "te exijo una criatura del otro sexo, tan
horripilante como yo: es un consuelo bien pequeño, pero no puedo
pedir más, y con eso me conformo". Y Víctor, no viendo otra vez
salida a la situación esta vez, accedió a lo que creyó un bien para
todos. El monstruo le prometió, además, desaparecer y escapar con su
compañera a las llanuras sudamericanas y no volver a matar a nadie.
Víctor volvió así a la aldea de Chamonix, para calmar a su familia
que lo había esperado toda la noche, comenzando a asimilar la enorme
responsabilidad que había tomado ahora. "Pesaba sobre mí la
promesa que le había hecho a aquel demonio, como la capucha de
hierro que llevaban los infernales hipócritas de Dante",
comentaría.
Pasaría varias semanas más después del regreso a Ginebra, sin
embargo, evitando iniciar las oscuras nuevas labores, en parte
porque necesitaba ponerse al corriente de algunos experimentos
realizados en Inglaterra y que servirían para este desafío. Los
experimentos a que se refiere ambiguamente el relato de Mary
Shelley, sin embargo, pueden tener nombre y apellido, como veremos
más abajo.
En el intertanto, persuadido por su padre, Víctor comienza a pensar
en contraer matrimonio con su amada prima Elizabeth, promesa que
había hecho hacía mucho tiempo y voluntad que le había expresado su
propia madre en su lecho de muerte.
Finalmente, Víctor prioriza partir de viaje a Londres, Oxford,
Matlock, Edimburgo y Perth, acompañado de su leal amigo Clerval,
aunque ocultando las razones reales del viaje que calculaba en dos
largos años, pero asegurando que realizaría su boda con Elizabeth al
regreso.

Charles Ogle interpretando al monstruo, en "Frankenstein" de 1910.
LA CREACIÓN DE UNA COMPAÑERA PARA EL ENGENDRO
El viaje por Inglaterra y Escocia se volvió relajante, después de
todo, y volvió a regalar algo de paz al atormentado Víctor. Pero
llegó la hora de separarse de Clerval y cumplir con la misión que se
traía entre manos:
Despidiéndome de mi amigo, decidí buscar algún apartado lugar
de Escocia donde concluir a solas mi labor. No tenía ninguna
duda de que el monstruo me seguía y de que, una vez hubiera
terminado mi obra, se me presentaría para recibir a su
compañera.
Instaló su laboratorio en un lugar de las Islas Orcadas, dentro de
una choza alquilada. El relato de Víctor nuevamente retiene los
detalles científicos del procedimiento que utilizó para la creación
de esta nuevo ser. Sólo recalca que, tal como en el primero, debe
lidiar con el asco, la repugnancia y el agotamiento.
Sin embargo, estaba acercándose ya al final de este siniestro nuevo
proyecto, cuando comienza a remorder su conciencia con pensamientos
temerosos y profundamente dubitativos sobre las consecuencias de
esta riesgosa aventura:
Y ahora estaba a punto de crear otro ser, una mujer, cuyas
inclinaciones desconocía igualmente; podía incluso ser diez mil
veces más diabólica que su pareja y disfrutar con el crimen por
el puro placer de asesinar. El había jurado que abandonaría la
vecindad de los hombres, y que se escondería en los desiertos,
pero ella no; ella, que con toda probabilidad podría ser un
animal capaz de pensar y razonar, quizás se negase a aceptar un
acuerdo efectuado antes de su creación. Incluso podría ser que
se odiasen; la criatura que ya vivía aborrecía su propia
fealdad, y ¿no podía ser que la aborreciera aún más cuando se
viera reflejado en una versión femenina?
Se pregunta también, entre escalofríos, si aun ocultándose en algún
lugar del Nuevo Mundo, los monstruos se reproducirían y crearían una
raza maldita enemiga de los humanos, expandiéndose como una plaga.
Fue en ese preciso momento, bajo la luz de la Luna, que apareció
ante él el monstruo: lo había seguido desde Ginebra y venía ahora a
confirmar que Víctor cumpliese su promesa. Los hechos se desatan por
sí mismos, otra vez:
Al mirarlo, vi que su rostro expresaba una increíble malicia y
traición. Recordé con una sensación de locura la promesa de
crear otro ser como él, y entonces, temblando de ira, destrocé
la cosa en la que estaba trabajando. Aquel engendro me vio
destruir la criatura en cuya futura existencia había fundado sus
esperanzas de felicidad, y, con un aullido de diabólica
desesperación y venganza, se alejó.
El monstruo regresó después a la casa, más sereno, para encarar a
Víctor. Éste se negó a retomar el plan trazado y debió soportar las
amenazas de su horripilante creación. "Me iré; pero recuerda:
estaré a tu lado en tu noche de bodas", le dijo éste al
retirarse, causando pánico en su creador.
Este episodio del libro, correspondiente a la frustrada creación de
la compañera para la criatura, ha sido respetado en representaciones
cinematográficas más o menos fieles al relato original aunque con
mucha, mucha libertad creativa y adaptativa. También ha generado un
personaje propio para toda la cultura asociada a la obra de Mary
Shelley y sus derivaciones: la Novia de Frankenstein, en el
filme del mismo nombre y del que diremos algo más al final de esta
entrada. A veces, se ha colocado a la propia Elizabeth como la
fallecida que dona el cuerpo para la compañera del monstruo, además.
En el libro, sin embargo, queda clarísimo que la criatura femenina
nunca alcanzó a cobrar vida, al ser destruida por Víctor antes de
completada, algo no siempre acatado en el cine ni en historietas
derivadas de la obra de Mary Shelley.

Ch. Ogle, caracterizado como el monstruo, 1910. Fuente imagen:
Antiscribe.com
NUEVOS ASESINATOS DEL MONSTRUO Y EL ACOSO A SU CREADOR
Víctor decide dejar la isla y regresar a Perth, tras esta otra mala
experiencia. Sin embargo, al llegar allá se entera con estupor que
Clerval ha sido asesinado y que es sospechoso de su muerte, por lo
que es llevado ante el magistrado y desde allí a una celda, a la
posible espera de la horca. Comprende de inmediato que ha sido el
monstruo quien ha estrangulado a su amigo, por supuesto.
Estando en el calabozo y en tan penosa situación, Víctor es visitado
por su padre. Esta vez, ambos hombres ya estaban débiles y con
compromisos de salud. Afortunadamente, sin embargo, se determinó que
Víctor estaba aún en Islas Orcadas cuando apareció el cadáver de
Clerval, y fue liberado, por lo que su padre comenzó a persuadirlo
de regresar con él, partiendo primero a Dublín.
En el camino hacia El Havre, Víctor confiesa a su padre su
sentimiento de culpa por las muertes de William, Justine y ahora
Clerval, sin dar detalles del oscuro secreto que agobia su alma.
"Mil veces habría derramado mi propia sangre, gota a gota, si así
hubiera podido salvar sus vidas; pero no podía, padre, no podía
sacrificar a toda la humanidad". Su padre, sin embargo, cree que
delira, inconciente de aquello a lo que en verdad se refiere.
Al llegar a puerto, además, recibe una angustiada carta de
Elizabeth, donde ya se pregunta si su amor sigue siendo
correspondido, lo que le hace pensar tanto en el cumplimiento de su
boda con ella como en la amenaza del monstruo de estar presente en
tal evento. Él contesta anticipándole, por carta, que algo
sorprendente y abrumador debe confesarle al llegar a sus brazos...
Algo que nunca alcanzará a decirle, sin embargo.
Al llegar a Ginebra, Elizabeth lo recibe, y el tema principal entre
ambos es el matrimonio, que ya no podía ser postergado más tiempo.
Se hicieron los preparativos para el acontecimiento; recibimos
numerosas visitas que, sonrientes, nos felicitaban. Yo
disimulaba cuanto podía la ansiedad que me corroía el corazón, y
acepté con fingido ardor los planes de mi padre, aunque sólo
fueran a servir de decorado para mi tragedia. Se nos compró una
casa no lejos de Cologny, que, por estar cerca de Ginebra, nos
permitiría disfrutar del campo y sin embargo visitar a mi padre
cada día, pues él, con el fin de que Ernest pudiera proseguir
sus estudios en la universidad, seguiría viviendo en la ciudad.
Paralelamente, Víctor se proveyó de un puñal y dos pistolas que
llevaba siempre consigo, temeroso de ser atacado por el monstruo, lo
que le devolvió algo de tranquilidad y seguridad antes de partir con
Elizabeth a Cologny. Ella, sin embargo, nota que está inquieto y
paranoico, y le pregunta por las razones de su actitud durante el
viaje, hasta que llegaron a la posada. Su amado hombre no se atrevía
a confesar aún la causa de sus angustias.
Víctor había logrado convencer a Elizabeth de dormir aquella noche y
se encontraba dando vueltas preventivamente por la residencia,
cuando escuchó desde adentro un par de tremendos gritos que lo
pusieron en alerta, pues provenía precisamente de la habitación
donde dormía su amada, hasta donde corrió eufórico.
¡Dios mío!, ¿cómo no morí entonces? ¿Por qué me hallo aquí
narrando la destrucción de mi mayor esperanza, y la muerte de la
más pura criatura? Estaba tendida en el lecho, inánime, la
cabeza ladeada, las facciones pálidas y convulsas, semiocultas
por el cabello. Doquiera que vaya veo la misma imagen: los
brazos exangües y el cuerpo lacio, tirado sobre el tálamo
nupcial por su asesino. ¿Cómo pude ver esto y seguir viviendo?
¡Cuán tenaz es la vida, y cómo se aferra a quienes más la
desprecian! En un instante perdí el conocimiento, y caí al
suelo.
La gente de la posada corrió también al lugar de los gritos,
encontrándose con la sangrienta postal y con Víctor fuera de sí. La
chica había sido estrangulada, y aún tenía las marcas de los dedos
de su asesino en el cuello.
El desconsolado científico abrazaba llorando el cadáver de
Elizabeth, cuando vio en la ventana del cuarto, ahora abierta, la
luz de la Luna y al monstruo mirándolo con un gesto de burla.
Furioso, intento dispararle a la criatura con su pistola, pero
esquivó el proyectil y volvió a esconderse en la noche, saltando a
las aguas del lago junto a la casa. La muchedumbre salió a buscar al
asesino alertada por el disparo, e incluso exploraron en barcas el
lago, pero nada encontraron, suponiendo que Víctor alucinaba.
Pero la desgracia no terminaba: destrozado, pudo volver con gran
esfuerzo de su terrible noche de bodas hasta Ginebra. Al comunicar a
su anciano y decaído padre de la muerte de Elizabeth, él cayó
afectado por una hemorragia cerebral y falleció pocos días después.
Ya sin nada que perder, Víctor decidió acudir a los tribunales y
contó toda su historia a un juez de la ciudad; la verdadera
historia, con el verdadero asesino, procurando dejar constancia de
todos los detalles necesarios. Fue un desafío tratar de convencerlo,
y el juez se excusó de dar curso a algún procedimiento manifestando
dudar de las posibilidades de atrapar y hacer justicia con una
criatura con las características sobrehumanas que le describía. La
frustración fue mayúscula.
El monstruo no deja de acosar a Víctor, mientras tanto. Cuando éste
parte al cementerio a jurar que vengará la muertes de sus seres
queridos, sobre sus tumbas, escucha desde algún lado una carcajada
diabólica y gutural, que hizo eco en el paisaje. Trató de
encontrarlo entre las sombras de la noche, pero el monstruo ya se
había ocultado otra vez.

La "novia" de Frankenstein, años 30. Fuente imagen: Antiscribe.com
EL EXTRAÑO DESENLACE "ÁRTICO" DEL RELATO
Víctor se arroja, de esta manera, en una frenética búsqueda del
engendro, decidido a darle muerte. Su cacería se extenderá por meses
y por parajes distantes, en una verdadera obsesión donde ahora él es
quien está al acecho por la geografía y los paisajes.
Lo perseguí; y desde hace varios meses ése es mi objetivo.
Siguiendo una vaga pista, recorrí el curso del Ródano, pero en
vano; hasta llegar a las azules aguas del Mediterráneo.
Casualmente, una noche vi cómo el infame ser abordaba y se
escondía en un bajel con destino al Mar Negro. Zarpé en el mismo
barco; pero escapó, ignoro cómo.
Aunque continuaba esquivándome, seguí sus pasos por las estepas
de Tartaria y de Rusia. A veces, campesinos, atemorizados por su
horrenda aparición, me informaban de la dirección que había
tomado; otras, él mismo, temeroso de que si perdía toda
esperanza me desesperara y muriera, dejaba tras de sí algún
indicio para que me guiara. Cuando cayeron las nieves, hallé en
la llanura la huella de su gigantesco pie. Para usted, que se
encuentra comenzando la vida, que desconoce el sufrimiento y el
dolor, es imposible saber lo que he padecido y aún padezco. El
frío, el hambre y la fatiga eran los males menores que hube de
aguantar; me maldijo un demonio, y llevo un infierno dentro de
mí; sin embargo, algún espíritu bueno siguió y dirigió mis
pasos, y me libraba de pronto de dificultades aparentemente
insalvables.
El monstruo, siempre conciente de que Víctor lo seguía, le dejaba a
veces desafiantes inscripciones en los árboles y las piedras del
camino siberiano. En uno de ellos, decía a su creador:
Mi reinado aún no ha acabado; sigues viviendo y mi poder es
total. Sígueme; voy hacia el norte en busca de las nieves
eternas, donde padecerás el tormento del frío y el hielo al que
yo soy insensible. Si me sigues de cerca, encontrarás no lejos
de aquí una liebre muerta; come y recupérate. ¡Adelante,
enemigo!; aún nos queda luchar por nuestra vida; pero hasta
entonces te esperan largas horas de sufrimiento.
Y en otra, seguía ufanándose de sí y del control que había logrado
sobre la vida y el futuro de Frankenstein:
¡Prepárate!: tus sufrimientos no han hecho más que empezar.
Abrígate con pieles, y aprovisiónate, pues pronto iniciaremos
una etapa en la que tus desgracias satisfarán mi odio eterno.
Proveyéndose de un trineo con perros, siguió avanzando hacia el
Norte, tras el monstruo. En un pueblo de la ruta se entera de que
éste ya ha pasado por ahí y que marcha provisto de una escopeta y
pistolas, robándoles alimentos a los aldeanos y cargándolos en su
propio trineo de perros. Partió así hacia el mar de hielo del
Ártico, decidido a consumar su venganza evitando darle más ventajas
a su infame presa.
Varias veces estuvo al borde de abandonar su propósito, al no volver
a encontrar al monstruo, hasta que por fin pudo verlo en la
distancia, tras subir dificultosamente una montaña, operación en la
que murió exhausto el primero de sus perros. Dos días después,
estaba ya a menos de una milla de distancia de él, aunque volvió a
perderlo en las cercanías del mar boreal, donde una estruendosa
fractura agrietó el trozo de témpano en que se encontraba,
separándolo de su enemigo y dejándolo a la deriva. Varios otros
perros murieron en ese triste nuevo tránsito desgraciado de Víctor,
atrapado en la isla flotante cada vez más reducida.
Es entonces cuando lo rescató el navío en el que va Walton,
personaje cuyo testimonio había iniciado el relato. Compadecidos del
estado miserable y agónico de Víctor, los marineros lo suben a bordo
del barco y le dan auxilios. Walton es quien cerrará la narración,
sobreentendiéndose que toda la reconstrucción de la misma ha sido a
través suyo, en esta parte del libro, según se la supo por
testimonio del propio Víctor Frankenstein, con quien hace una gran
amistad. Incluso, hallándose débil y enfermo, Víctor logra persuadir
a los hombres del navío de no ejecutar un motín y salva al navío.
El viaje del Capitán Walton y su barco también pasa por peligros a
causa de los hielos árticos, que amenazan con atrapar la nave. En
sus cartas, anuncia que cree no ver esperanzas, algo que, para
fortuna de todos, no alcanzó a suceder. Esto tiene un contexto
histórico para el libro: parece relacionarse con las noticias y el
interés despertado en Europa por las importantes expediciones rusas
del siglo XVIII al Océano Glacial Ártico, dirigidas por Bering,
Loshki, Chichagov y Rozmyslov, además de la danesa de Walloe y las
británicas de Phipps y Lutwidge. La situación de amenaza que se
cierne sobre el barco, de hecho, se parece mucho a la tragedia de la
nave comercial inglesa "Octavius", que en 1762 intentó avanzar por
el Paso del Oeste Ártico, quedando atrapado entre témpanos y
reapareciendo 13 años después en aguas de Groenlandia, encontrado
por un ballenero y con todos sus tripulantes muertos.
Desgraciadamente, en medio de esta incertidumbre, Víctor no
sobrevive y muere en el navío, poco después, en septiembre. Cuado
Walton y sus hombres se devolvían a Inglaterra, sin embargo, el
monstruo se aparece en el barco, junto a los restos del fallecido,
lamentándose y gimiendo. Cuando Walton lo sorprende, sin embargo, la
cosa aquella salta hacia una ventana, pretendiendo escapar.
Jamás he visto nada tan horrendo como su rostro, de una fealdad
repugnante y terrible. Involuntariamente cerré los ojos e
intenté recordar mis obligaciones acerca de este destructivo
ser. Le ordené que se quedara.
El monstruo accede a quedarse, y llora junto al cadáver de Víctor,
culpándose de su muerte. Divaga sobre las culpas que le generó dar
muerte a Clerval, su deseo de dejar de hostigar la vida de su
creador, pero luego explica cómo el odio volvió a poseerlo al sentir
que éste le fallaba, además de algunos detalles de su desgracia que
no logran compadecer las simpatías del capitán. Su discurso acaba
convirtiéndose en un manifiesto del final de su vida:
No tema, no volveré a cometer más crímenes. Mi tarea casi ha
concluido. No se necesita su muerte ni la de ningún otro hombre
para consumar el drama de mi vida, y cumplir aquello que debe
cumplirse; sólo se requiere la mía. No piense que tardaré en
llevar a cabo el sacrificio. Me alejaré de su bajel en la balsa
que me trajo hasta él y buscaré el punto más alejado y
septentrional del hemisferio; haré una pira funeraria, donde
reduciré a cenizas este cuerpo miserable, para que mis restos no
le sugieran a algún curioso y desgraciado infeliz la idea de
crear un ser semejante a mí. Moriré. Dejaré de padecer la
angustia que ahora me consume, y de ser la presa de sentimientos
insatisfechos e insaciables. Ha muerto aquel que me creó; y,
cuando yo deje de existir, el recuerdo de ambos desaparecerá
pronto. Jamás volveré a ver el sol, ni las estrellas, ni a
sentir el viento acariciarme las mejillas. Desaparecerán la luz,
las sensaciones, los sentimientos; y entonces encontraré la
felicidad. Hace algunos años, cuando por primera vez se abrieron
ante mí las imágenes que este mundo ofrece, cuando notaba la
alegre calidez, del verano, y oía el murmullo de las hojas y el
trinar de los pájaros, cosas que lo fueron todo para mí, hubiera
llorado de pensar en morir; ahora es mi único consuelo.
Infectado por mis crímenes, y destrozado por el remordimiento,
¿dónde sino en la muerte puedo hallar reposo?.
El monstruo, de este modo, se despide del fallecido y del capitán,
asegurándole que él es el último hombre que verá en su vida, pues lo
único que ahora le espera es la muerte.
"Con estas palabras saltó por la ventana del camarote a la balsa
que flotaba junto al barco", y así se acaba la historia en el
libro, con la escena del monstruo alejándose entre la oscuridad y
las olas hasta perderse en la noche gélida del Ártico, muy diferente
a las versiones cinematográficas que lo usaron en sus respectivos
libretos.

Imagen del monstruo y su creador al momento de cobrar vida, en otro
de los filmes clásicos. Fuente imagen:
Puenteentremundos.blogspot.com
ASPECTO FÍSICO DEL ENGENDRO EN EL LIBRO Y SUS ALTERACIONES
Aunque la mayoría de las caracterizaciones del séptimo arte lo
presentan como un hombre de tamaño normal-alto o definitivamente
alto, en la novela es un completo gigante, con medidas que todavía
resultarían anormales para el promedio humano actual.
Tampoco es el ser bruto y poco sofisticado que balbucea palabras
combinadas con gruñidos, sino un culto y sensible personaje que se
va volviendo paulatinamente asesino y misántropo, al sentir el odio
y asco de los hombres contra él, como puede advertirse de la
síntesis.
El error del nominal, por otro lado, al confundir el apellido
Frankenstein con el nombre de la bestia, comenzó casi al mismo
tiempo de salir publicada la novela y se extendió por el tiempo
hasta nuestra época. Ha tratado de ser justificado varias veces con
algunas propuestas más bien rebuscadas, que parecen más deseosas de
justificar el error que de darle alguna clase de comprensión com,
por ejemplo, que el monstruo merecía este apellido por el hecho de
identificarse a sí mismo como hijo de Víctor Frankenstein. La verdad
es que en la novela sólo se hay referencias a él con un surtido
calificaciones peyorativas, como "monstruo", "demonio"
o "miserable".
Las alteraciones a las características originales del personaje
comenzaron poco después de la novela, en las adaptaciones teatrales
de la obra que se presentaron en Inglaterra y Francia del siglo XIX.
Una de ellas, titulada "Presunción, o el destino de Frankenstein" y
adaptada por Richard Brinsley Peake, en 1823, resultó muy exitosa y
contó con la propia Mary Shelley y su padre como invitados de gala.
Interpretado por el actor Thomas Potter Cooke, este monstruo no
hablaba y parecía bastante menos astuto que el de la novela.
Curiosamente, sin embargo, como no tenía nombre, en la lista del
reparto y los personajes interpretados, éste aparecía señalado con
un espacio en blanco, algo que causó mucha gracia en Mary.
El aspecto popular que se adjudica a la criatura de Frankenstein y
al que nos hemos acostumbrado por la abundante iconografía, es
fundamentalmente la que encarnó el actor británico Boris Karloff
para el cine blanco y negro, sensacionalmente siniestra, de andar
lento y torpe, muy enfatizada en los detalles científicos de la
creación del monstruo, como los electrodos en el cuello y las
junturas metálicas armando su cabeza. El cráneo cilíndrico y
aplastado en la coronilla, el pelo corto y las costuras de
fragmentos con los que se armó, al ser también son clásicos. La
misma iconografía le ha agregado el color verde a su piel y, a
veces, tuercas en las sienes o cuello (confusión con los electrodos,
al parecer), insistiendo así en que parte de la criatura ha sido
armada con adiciones mecánicas.
Todo lo recién descrito, sin embargo, es fantasía posterior al
libro: nada de esto se encuentra en la novela de Mary Shelley.
Este asunto del aspecto del ser es algo que está en el conflicto del
propio Víctor Frankenstein, desde antes de crearla, según imaginó
Mary. En algún momento, la autora hace comentar al personaje:
En un principio no sabía bien si intentar crear un ser
semejante a mí o uno de funcionamiento más simple; pero estaba
demasiado embriagado con mi primer éxito como para que la
imaginación me permitiera dudar de mi capacidad para infundir
vida a un animal tan maravilloso y complejo como el hombre.
Cuando el monstruo cobra vida en esa noche de noviembre, que
suponemos tormentosa y convulsionada, sin embargo, lo que observa su
creador es descrito de la siguiente manera:
¿Cómo expresar mi sensación ante esta catástrofe, o describir
el engendro que con tanto esfuerzo e infinito trabajo había
creado? Sus miembros estaban bien proporcionados y había
seleccionado sus rasgos por hermosos. ¡Hermosos!: ¡Santo Cielo!
Su piel amarillenta apenas si ocultaba el entramado de músculos
y arterias; tenía el pelo negro, largo y lustroso, los dientes
blanquísimos; pero todo ello no hacía más que resaltar el
horrible contraste con sus ojos acuosos, que parecían casi del
mismo color que las pálidas órbitas en las que se hundían, el
rostro arrugado, y los finos y negruzcos labios.
(...) ¡Ay!, Ningún mortal podría soportar el horror que
inspiraba aquel rostro. Ni una momia reanimada podría ser tan
espantosa como aquel engendro. Lo había observado cuando aún
estaba incompleto, y ya entonces era repugnante; pero cuando sus
músculos y articulaciones tuvieron movimiento, se convirtió en
algo que ni siquiera Dante hubiera podido concebir.
Hay otros aportes que permiten hacer un perfil probable sobre sus
características. El mismo monstruo se describe a sí mismo ante
Víctor, cuando se reencuentran en las montañas alpinas:
Amo la vida, aunque sólo sea una sucesión de angustias, y la
defenderé. Recordad: me habéis hecho más fuerte que vos; mi
estatura es superior y mis miembros más vigorosos. Pero no me
dejaré arrastrar a la lucha contra vos.
Y en otro momento, luego de contemplar la perfección física de los
tres habitantes de la casa en cuyo cobertizo había hallado refugio,
la criatura la contrasta con su horroroso aspecto:
¡Cómo me horroricé al verme reflejado en el estanque
transparente! En un principio salté hacia atrás aterrado,
incapaz de creer que era mi propia imagen la que aquel espejo me
devolvía. Cuando logré convencerme de que realmente era el
monstruo que soy, me embargó la más profunda amargura y
mortificación. ¡Ay!, desconocía entonces las fatales
consecuencias de esta deformación.
Ni siquiera la altura del personaje en el cine, cómic, museos de
cera y artes gráficas se acerca a las que tiene en el libro: 8 pies,
equivalentes a enormes 2,44 metros, aproximadamente. Estas
proporciones podrían estar tomadas de un personaje real de la época,
conocido en vida como "El Gigante Irlandés": Charles Byrne,
que vivió entre 1761 y 1783, alcanzando una altura muy parecida, lo
que causó gran interés por su persona en la Europa de esos años y lo
convirtió en verdadera celebridad, conservándose su enorme esqueleto
en el Colegio Real de Cirujanos de Inglaterra, en la ciudad de
Londres. El médico que rescató los huesos de Byrne, el Dr. John
Hunter, era amigo y profesor del médico de cabecera de la familia de
Mary, el Doctor Anthony Carlisle, por lo que sí existiría un nexo.
Las versiones del monstruo a lo largo de la historia de las artes
escénicas y gráficas, pues, difieren sustancialmente de la que la
autora dio a su engendro literario en el propio libro. Todo indica
que las comentadas caracterizaciones de Karloff resultaron tan
impresionantes y asombrosas en los años 30, que el imaginario
popular las tomó como la auténtica criatura de Frankenstein. Empero,
la verdad es que aquella inmortal representación cinematográfica era
sólo una adaptación para el cine del verdadero aspecto descrito en
la novela.

El monstruo interpretado por Michael Sarrazin, en 1973, para la
serie "La verdadera historia de Frankenstein". Fuente imagen:
Loinesperado13.blogspot.com.
¿ESTABA HECHO DE PARTES DE CADÁVERES O NO?
Así como el uso de electricidad se deja entre líneas en la creación
del monstruo, como veremos más abajo, el que éste fuera hecho de
trozos de cadáveres cosidos armando un cuerpo nuevo y único -cuya
máximo énfasis quizás sea la versión encarnada por Robert de Niro en
1994-, también arroja ciertas dudas razonables y cuestionamientos.
La interpretación de que el ser es una reunión de distintas partes
de cadáveres no es gratuita. Uno de los párrafos donde más
explícitamente puede entenderse este origen, proviene de las
palabras que la autora coloca en boca del propio Víctor
Frankenstein:
La mayor, parte de los materiales me los proporcionaban la sala
de disección, y el matadero. A menudo me sentía asqueado con mi
trabajo; pero, impelido por una incitación que aumentaba
constantemente, iba ultimando mi tarea.
Es necesario observar, sin embargo, que las descripciones que hace
Mary Shelley del engendro son ligeras y hasta fugaces. De hecho,
parecen ser rasgos del terror gótico y romántico que después quedan
heredados en algunos elementos del terror victoriano, especialmente
en la pluma de H. P. Lovecraft, donde la descripción de los
monstruos es poco detallada, incrementando la atención y el misterio
para el lector. Esté recurso se usó, por ejemplo, en la espectacular
criatura del filme "Alien" de Ridley Scott (1979), tantos años
después, donde los diseños del xenomorfo magistralmente
creados por H. R. Giger, sólo se ven completos juntando todas las
escenas donde aparece la criatura y no cada segmento por sí mismo.
Sin embargo, el detalle que mejor revele un origen con partes de
muertos unidas entre sí no aparece en ninguna de las descripciones
del libro, ni en las generales, ni en las que podríamos tomar como
más puntillosas. Su rasgo cadavérico se expone, más bien, por un
aspecto de momia (a la sazón, impactaban las noticias sobre hallazgos en Egipto) al que se refiere el propio Víctor, como
vimos, y también el Capitán Walton en su encuentro con el monstruo:
Sobre él se inclinaba un ser para cuya descripción no tengo
palabras; era de estatura gigantesca, pero de constitución
deforme y tosca. Agachado sobre el ataúd, tenía el rostro oculto
por largos mechones de pelo enmarañado; tenía extendida una
inmensa mano, del color y la textura de una momia.
El grabado de la portada del libro de la edición de 1831, además de
sugerir la contextura muscular y el enorme tamaño del ser, propone
algo extraño: yace sobre un esqueleto, detalle que hace creer que
podría tratarse de una resurrección de un muerto en particular, cuyo
retorno a la vida tuvo lugar con este aspecto monstruoso y temible.
"Durante casi dos años había trabajado infatigablemente con el
único propósito de infundir vida en un cuerpo inerte", dice el
científico inventado por Mary al describirlo, abonando más a esta
suposición. El armado en base a órganos de muertos parece ser sólo
una parte del complejo procedimiento que ideó Víctor para su
creación, entonces.
Dicha imagen, sin embargo, tiene que ver mucho con el cambio de
redacción entre las ediciones de 1818 y 1831. En esta última
edición, Mery suavizó muchas partes del libro que sugerían el uso de
trozos de cadáveres, según cierta teoría porque no quería complicar
a su amigo el Dr. Carlisle ante la existencia de denuncias de
profanaciones, como veremos en la segunda parte de esta doble
entrada. Hay muchas posibles influencias de Carlisle en la
construcción del personaje Víctor Frankenstein, según parece
también.
No obstante, es el propio relato de Víctor el que sugirió, otra vez
en la creatividad de Mary, que consideró emplear los fragmentos de
cuerpos para armar uno nuevo y de las grandes proporciones que hemos
descrito:
Dado que la pequeñez de los órganos suponía un obstáculo para
la rapidez, decidí, en contra de mi primera decisión, hacer una
criatura de dimensiones gigantescas; es decir, de unos ocho pies
de estatura y correctamente proporcionada. Tras esta decisión,
pasé algunos meses recogiendo y preparando los materiales, y
empecé.
No cabe duda, entonces, que la discreción con la que Mary Shelley
hace pasar el relato por el asunto de los trozos de cadáveres
armando un ser diferente y otros detalles nebulosos del
procedimiento usado, se deben tanto a la actitud precautoria que
coloca en Víctor, reacio a revelar detalles de su abominable obra, y
también al estilo mismo de su propuesta de terror, donde no hay un
esfuerzo demasiado urgente por describir los aspectos más chocantes
de las situaciones y la criatura de marras.

El Dr. Frankenstein (Raúl Julia) y su creación (Nick Brimble) en
"Frankenstein liberado", filme de 1990 basado en la novela homónima.
Fuente imagen: Antiscribe.com.
ASPECTOS INTELECTUALES Y MORALES DE LA CRIATURA EN LA NOVELA
Otro alcance conflictivo entre la creencia popular sobre el monstruo
y sus características adjudicadas en el libro, tiene que ver con su
carácter e intelecto.
No es el ser sin alma y a veces carente de toda inteligencia que ha
difundido el cine, sino un ser sensible, sumamente espiritual a
pesar de sus arrebatos de ira y criminalidad que lo poseen. Cuenta
de su aprendizaje, por ejemplo, en un momento en que se refiere a
sus primeros días de vida, refugiado en los bosques:
Mis ojos se habían acostumbrado a la luz y a distinguir bien
los objetos. Diferenciaba un insecto de un tallo de hierba y,
poco a poco, las distintas clases de plantas entre sí. Comprobé
que los gorriones tenían un trinar áspero, mientras que el canto
del mirlo y de los zorzales era grato y atrayente.
Su sensibilidad queda muy bien descrita en el pasaje donde está
refugiado en el cobertizo de una casa campestre, espiando a sus
residentes. En algunos momentos, se emociona al escuchar cómo tocan
y cantan melodías, e incluso derrama lágrimas. Su gran inteligencia
y capacidad de aprendizaje le permite comenzar a hablar y a
expresarse incluso en forma poética, con sólo escuchar las
conversaciones y lecturas de los moradores de este lugar. Se trata
de un ser excepcional, por lo mismo.
El testimonio que da el propio monstruo, es que el rechazo y el asco
hacia él por parte de los hombres, es lo que le ha vuelto malvado y
demoníaco. Hasta antes de su primer asesinato, el del niño, su ética
y su altura moral eran muy diferentes:
El ser un gran hombre lleno de virtudes parecía el mayor honor
que pudiera recaer sobre un ser humano, mientras que el ser
infame y malvado, como tantos en la historia, la mayor
denigración, una condición más rastrera que la del ciego topo o
inofensivo gusano. Durante mucho tiempo no podía comprender cómo
un hombre podía asesinar a sus semejantes, ni entendía siquiera
la necesidad de leyes o gobiernos; pero cuando supe más detalles
sobre crímenes y maldades, dejé de asombrarme, y sentí asco y
disgusto.
También encuentra los libros que leerá apasionadamente, en el pasaje
ya mencionado: "El paraíso perdido" de John Milton, un volumen de
"Las vidas paralelas" de Plutarco y "Las desventuras del joven
Werther" de Goethe. "La posesión de estos tesoros me proporcionó
un inmenso placer. Con ellos estudiaba y me ejercitaba la mente...",
dice a Víctor, expresando las reflexiones y meditaciones que le
provocaron estas obras y especialmente cuando se identifica con la
de Milton:
Me impresionaba la coincidencia de las distintas situaciones
con la mía, y a menudo me identificaba con ellas. Como a Adán,
me habían creado sin ninguna aparente relación con otro ser
humano, aunque en todo lo demás su situación era muy distinta a
la mía. Dios lo había hecho una criatura perfecta, feliz y
confiada, protegida por el cariño especial de su creador; podía
conversar con seres de esencia superior a la suya y de ellos
adquirir mayor saber. Pero yo me encontraba desdichado, solo y
desamparado. Con frecuencia pensaba en Satanás como el ser que
mejor se adecuaba a mi situación, pues como en él, la dicha de
mis protectores a menudo despertaba en mí amargos sentimientos
de envidia.
La máquina de matar por instinto y desde su "nacimiento", que se
concibió sobre el engendro en muchas de las representaciones
cinematográficas y adaptaciones de la obra, entonces, son fantasías
de dramatización totalmente libres respecto de la descripción que
encontramos en en Mary Shelley. El monstruo en realidad se vuelve
así con el correr del tiempo, al sentir el odio injusto y el rechazo
visceral de los hombres en su contra.

El monstruo interpretado por Christopher Lee en 1957, cuando el
célebre actor todavía se abría paso en la industria. Fuente imagen:
Estilodf.tv.
SI MARY SHELLEY NO MENCIONÓ LA ELECTRICIDAD, ¿POR QUÉ SE ASUME QUE
FUE USADA?
Ahora bien, ¿por qué se da por hecho que al monstruo se le dio vida
con alguna clase de intervención eléctrica, si el libro no lo aclara
ni especifica que así haya sido, cuando Frankenstein habla de lo que
ha hecho en Ingolstadt?
Esta muy posicionada creencia se relaciona con las prácticas del
llamado galvanismo o la manipulación de cuerpos muertos con
electricidad, animando así miembros cadavéricos de animales y
personas. En la segunda parte de estos artículos hablaremos más
extendidamente de esta práctica, pero acá dejaremos de manifiesto
algo sobre las razones que permiten suponer el empleo de
electricidad en la creación del monstruo.
Sucede que hacia el inicio de la obra, el personaje Frankenstein
recuerda que, siendo niño, había observado los rayos destruyendo un
árbol en las montañas de la residencia de la familia cerca de
Belrive, dejando sólo el tocón carbonizado de un antiguo roble de
quince metros enfrente de la casa. Esto avivó mucho su curiosidad
sobre las propiedades de la electricidad, comenzando a estudiarla y
a realizar pequeños experimentos caseros con ella, ayudado por su
padre. Es así como llega al galvanismo, según el relato, "teoría
que resultó, para mí, a la vez nueva y asombrosa".
El secreto de qué procedimiento usó Frankenstein para dar vida a su
engendro, se debe a que deliberadamente va guardando el personaje
detalles de su obra, para que nadie más la repita según se puede
entender. En sus palabras, para despejar toda duda:
Amigo mío, veo por su interés, y por el asombro y expectativa
que reflejan sus ojos, que espera que le comunique el secreto
que poseo; mas no puede ser: escuche con paciencia mi historia
hasta el final y comprenderá entonces mi discreción al respecto.
No seré yo quien, encontrándose usted en el mismo estado de
entusiasmo y candidez en el que yo estaba entonces, le conduzca
a la destrucción y a la desgracia. Aprenda de mí, si no por mis
advertencias, sí al menos por mi ejemplo, lo peligroso de
adquirir conocimientos; aprenda cuánto más feliz es el hombre
que considera su ciudad natal el centro del universo, que aquel
que aspira a una mayor grandeza de la que le permite su
naturaleza.
Es por eso que no menciona la electricidad en el proceso mismo de
nacimiento del monstruo, del que arroja muy pocos detalles, pero sí
lo sugiere en todo el preámbulo del relato antes de llegar a tan
dramático y central punto. Las señales para adivinarlo están allí,
sin embargo, como los antecedentes que comenta sobre su
descubrimiento de las propiedades eléctricas de los rayos.
Con algo de imaginación, se podría pretender que el haber colocado
su taller en la cúspide de su antigua residencia, se debía alguna
participación de los rayos en su trabajo de creación. El soplo de
vida del monstruo lo recibe, además, en "una desapacible noche de
noviembre" en que ha llovido, a mediados del otoño boreal.
Señala que la mañana siguiente continuaba "lluviosa", lo que
podría abrirnos a la posibilidad de creer que hubo una noche de
rayos.
Más adelante, cuando debe cumplir con la creación de una compañera
para el monstruo, dijimos ya que Víctor comenta que conoce noticias
de descubrimientos realizados por un científico inglés, que podría
corresponder a los de Erasmus Darwin, abuelo de Charles Darwin y
practicante del galvanismo. También hablaremos más al respecto en la
segunda parte de este doble artículo. Víctor recordaba en la parte
inicial del libro, además, cómo su padre le mostraba la forma de
atrapar rayos con el experimento de la llave metálica que se eleva
atada a un volantín o cometa, el mismo de Benjamin Franklin y que,
como se sabe, fue la base para la creación del pararrayos en 1754.
Sobre lo anterior, ya dijimos que, en "El esqueleto del Conde o La
amante vampiro" de 1828, Elizabeth Caroline Grey contaba la historia
de un conde que también revivía a una persona, en este caso una
muchacha, valiéndose de fuerza eléctrica.
Cabe hacer notar que, si bien en ninguna de las ediciones del libro
Mary explicitó el uso de la electricidad sobre la creación del
engendro, en el grabado que retrataba el despertar de éste en la
edición de 1831, se distingue claramente que el laboratorio de
Frankenstein cuenta un gran equipo que parece ser un primitivo
generador galvánico.

Robert de Niro maquillado como el monstruo de Frankenstein en el
filme de 1994. Fuente imagen: Yofuiaegb.com. Una versión que hizo
hipérbole del rasgo del monstruo hecho con partes de cadáveres.
ADAPTACIONES EN CINE Y TELEVISIÓN. CAMBIOS Y ADAPTACIONES A LA
HISTORIA
Las versiones cinematográficas desparramaron muchas otras creencias
erradas y alteraciones sobre la historia y el aspecto original del
monstruo, que han persistido a pesar de lo popular que sigue siendo
el libro de Mary. Esto sólo se explica por el poder del cine dar
penetración cultural a imágenes y congelar ideas en el imaginario
colectivo.
Un cortometraje de 1910, en plena era del cine mudo, presentó por
primera vez a un monstruo de Frankenstein caracterizado para las
proyecciones y buscando provocar miedo en las salas. Con su poco más
de un cuarto de hora y que muy poco toma de la novela, la obra hoy
resultaría irrisoria, pero en su momento fue un hito interesante de
Edison Studios. Dirigida por J. Searle Dawley, el encargado
de encarnar histriónicamente al monstruo fue el actor Charles S.
Ogle, que lo hacía con un extraño disfraz: vestido con harapos y
vendas, una abundante peluca revuelta, guantes con aspecto de manos
desgarradas y un maquillaje de pintura blanca con toques oscuros
alrededor de los ojos y sobre las cejas, sobre una frente aplanada y
un ancho cintillo en ella.
Otra adaptación cinematográfica tuvo lugar en 1915, titulada "La
vida sin alma" y dirigida por Joseph W. Smiley, aunque
lamentablemente se perdió sin dejar copias. Cinco años después, vino
"El monstruo de Frankenstein", obra italiana dirigida por Eugenio
Testa, también perdida.
Sin embargo, es el filme actuado por Boris Karloff el que golpeó con
la versión más famosa y culturalmente importante de la criatura de
Frankenstein en los años 30. Hablaremos más extendidamente de este
caso abajo, pues merece un espacio propio de texto.
El actor también clásico del cine de vampiros, Christopher Lee, se
hará cargo de representar al monstruo en 1957, en el filme de
Hammer Productions titulado "La Maldición de Frankenstein",
dirigida por Terence Fisher y con la actuación de otro maestro del
cine terror, Peter Cushing. El maquillador Phil Leakey cumplió
cabalmente con el desafío de crear un nuevo aspecto al monstruo en
la persona de Lee, esta vez con énfasis al aspecto cadavérico,
pálido, un ojo turbio, con costuras y aspecto grotesco de la piel,
pero más humano y expresivo que los rostros duros e rígidos que
hasta entonces se habían conocido. Es otro asesino impulsivo, sin
embargo y, aunque con el tiempo Lee se bajó de la representación, el
personaje siguió apareciendo en las secuelas "La venganza de
Frankenstein" de 1958, "Frankenstein creó a la mujer" de 1967,
"Frankenstein debe ser destruido" de 1969 y "Frankenstein y el
monstruo del infierno" de 1974, que puso fin a la secuencia.
En 1973, se estrenó una serie televisiva llamada "Frankenstein, la
verdadera historia", de Pinewood Studios, dirigida por Jack
Smight. Hay una ambientación de época notable en la serial, pero el
monstruo interpretado ahora por Michael Sarrazin tiene una
diferencia radical con el de Mary Shelley: nace como un hombre
joven, de rasgos masculinos atractivos y con enorme inocencia casi
infantil, pero se va deformando y volviendo repulsivo a medida que
pasa el tiempo (aunque en nuestra época sólo pasaría por "feo", nada
realmente terrorífico en su aspecto), cambiando también su ánimo
hasta tornarse peligroso y criminal. Este argumento también toma, en
una parte, el asunto de la novia que recibe en un momento el
monstruo.
Al año siguiente, el monstruo pasa a una versión de humor: "El joven
Frankenstein" de Mel Brooks, con la actuación de Gene Wilder, el
estrábico Marty Feldman y Peter Boyle como el engendro. Aunque se
trató de una comedia, reafirmó muchos elementos iconográficos de la
cultura que orbita alrededor de la novela original.
En 1990, John Hurt, Bridget Fonda y Raúl Julia protagonizan el filme
de Roger Corman titulado "Frankenstein liberado", basado en la
novela de Brian W. Aldiss que, a su vez, se inspira y participa del
argumento de la novela de Mary Shelley, pero en un contexto de
viajes en el tiempo y fantasías más modernas de ciencia ficción. Acá
el monstruo, interpretado por Nick Brimble, no guarda ningún
parecido con los antecesores del cine, sino que intenta aproximarse
más al original aunque con una versión propia, con más adiciones y
exageraciones, pero de tamaño notoriamente menor a lo que podría
esperarse. También pasa por la aparición efímera de una "novia" para
la criatura.
Kenneth Branagh dirigirá la obra de 1994 titulada "Frankenstein de
Mary Shelley", con Robert de Niro en la interpretación del monstruo.
A pesar de su buen reparto, esta obra partió con problemas, tras
bajarse Francis Ford Coppola del proyecto y cederlo Branagh. A pesar
del título, nuevamente se trata de una versión sólo inspirada en la
obra, de la que se aparta por algunos momentos incluyendo el final.
Se ven incluso aderezos un tanto absurdos, tales como bancos de
anguilas eléctricas (animal sudamericano) que, moviéndose
simbólicamente como espermatozoides -según parece-, aportan la
necesaria electricidad para un engendro flotando en líquido
amniótico (?), que ha reunido el científico de diferentes partos. De
Niro aparece acá calvo, deforme, con un pesado maquillaje que realza
los trozos de distintos cadáveres cosidos para formar un cuerpo como
un caprichoso rompecabezas de muertos. También reaparece la figura
de la "novia" y hecha a partir del cuerpo de Elizabeth, encarnada
por la actriz Helena Bonham Carter, que acaba suicidándose al no
soportar su propia fealdad luego de un efímero rato de vida.
Una de las propuestas más recientes y fieles a la obra de Mary
Shelley es la miniserie "Frankenstein", de 2004, dirigida por Kevin
Connor para Hallmark Channel. El monstruo es, quizás, lo más
parecido que se ha hecho a las descripciones del libro, interpretado
por Luke Goss, aunque esta fidelidad le quitó potencia a sus rasgos
terroríficos en esta época donde ya resulta difícil -si no,
imposible- impresionar y asustar con sólo maquillaje.
Ese mismo año, el monstruo reapareció en el filme "Van Helsing" de
Stephen Sommers y con papel protagónico de Hugh Jackman. Con sello
de Universal Studios, se trataba de un ser sofisticadamente
tecnológico y que resumen muchos de los aspectos ya revisados de
antiguas caracterizaciones y sus adaptaciones, esta vez a cargo del
actor Shuler Hensley en el rol.

El monstruo interpretado por Karloff, con la apariencia más popular
y difundida que se ha perpetuado para la creación cadavérica de
Víctor Frankenstein.
EL MONSTRUO "DEFINITIVO" DE BORIS KARLOFF
No hay duda de que la representación de Boris Karloff en los años
30, cambió para siempre y de manera irreversible la iconografía
popular sobre el aspecto del monstruo salido del laboratorio de
Víctor Frankenstein. El filme se intitulaba, sencillamente, como
"Frankestein", abonando al error de que éste era el nombre del
monstruo, a pesar de que en los créditos intentaba aclararse que no
tenía identidad.
Dirigida por James Whale para Universal Studios, esta cinta
blanco y negro de 1931 se intitula sencillamente "Frankenstein",
aunque hace muchas diferencias con el original, partiendo por la
época en que se ambienta y las identidades de los personajes, en
algunos casos combinando nombres y apellidos de los que están en la
novela, para crear otros.
Así como la "Sonata para piano Nº 14 en do sostenido menor Quasi
una fantasia (Op. 27, n.º 2)" de Beethoven, quedó
definitivamente identificada con el nombre de "Claro de Luna" ("Mondscheinsonate")
dado a la pieza después de la muerte de su autor, el aspecto del
monstruo de Frankenstein creado por Mary Shelley, quedará
indivisiblemente relacionado con la versión del monstruo de Karloff,
cuando fue presentada al mundo. Acá se lo mostraba con la magnífica
y horripilante caracterización que hoy identifica al personaje,
maquillado por Jack Pierce, el mismo creador de clásicos aspectos
del Hombre Lobo y la Momia: frente alta, cabeza achatada, rasgos
cadavéricos, electrodos en el cuello, etc. El característico terno
que usa, de varias tallas menos que las suyas, aparece también a
partir de este filme, al igual que los zapatos con plataformas que
buscaban aumentar la altura del ser.
Considerada un clásico del género terror en la historia del cine, en
esta obra el monstruo cobra vida gracias a energía eléctrica tomada
de un rayo. Se lo presenta también como un asesino bruto e inhumano,
obligando a su creador a mantenerlo encerrado, pues el cerebro que
se ha usado en él es de un peligroso asesino. Esta última idea fue
repetida, muchos años después, en el robot villano del filme
"RoboCop II", de 1990.
Cabe comentar, además, que el "Frankenstein" de Whale acusa mucha
influencia de la obra teatral de la inglesa Peggy Webling, titulada
del mismo modo y cuyos derechos compró el estudio para la producción
de la película. Estrenada en 1927, el engendro de dicha pieza
teatral era representado por el actor Hamilton Deane, pero era
llamado impropiamente con el apellido de su creador, a pesar de que
la propia Mary Shelley se refirió alguna vez a él como
"innombrable". Este error no se repite para el monstruo de
Karloff, sin embargo.
Dado el éxito de "Frankenstein" en las salas de cine, Whale estrenó
en 1935 la secuela titulada "La Novia de Frankenstein" que,
curiosamente, recoge algunos elementos de la novela para construir
la trama, incluyendo la petición del monstruo a su creador, de que
le proporcionara una compañera. Esta cinta creó otro personaje de
antología, con la "novia" acá representada en cabellos negros y
mechones blancos, interpretada por Elsa Lanchester, caracterización
de fémina que ha vuelto a aparecer en varias versiones fílmicas
posteriores y que vimos no pertenece al libro.
Karloff reaparecería como el monstruo en "El hijo de Frankenstein"
de 1939, dirigida por Rowland V. Lee y donde comparte escenas con el
clásico actor de vampiros Bela Lugosi. Ambos actores actuaron juntos
hasta el filme de Robert Wise "El ladrón de cuerpos", de 1945, cuya
trama también parece estar influida por parte del libro de Mary y el
ficticio universo cultural de Frankenstein, particularmente en cómo
un científico se proveía de cuerpos humanos.
En la segunda parte de esta doble entrada, dejaré publicado algo
relativo a las posibles fuentes de inspiración de Mary Shelley para
concebir los descritos contenidos que dieron cuerpo a "Frankenstein;
o, el moderno Prometeo".
Mensaje recuperado desde el lugar de publicación original de este artículo, en el sitio URBATORIVM:
ResponderEliminarinzunzarry19 de mayo de 2017, 00:52
Gracias Criss, hace tiempo que no te leía, me encuentro con muchas sorpresas.
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